jueves, 6 de febrero de 2014

Determinación e identificación ideológica



En muchos momentos de nuestra vida activa, cuando debatimos con vehemencia asuntos de lo político, polemizamos sobre la organización social y los distintos sistemas económicos, no hablemos ya, cuando pretendemos descifrar postulas o imposturas filosóficas o hasta incluso existenciales, nos cuesta identificar y determinar a los otros, bajo una asignación, un concepto amplio o simplemente un nombre que los defina. Al menos un aproximación a su identidad constitutiva y constituyente, puesto que como decía el maestro Aranguren, el juego de espejos entre lo que somos (nos vemos reflejados) lo que deseamos ser, lo que dejamos de ser, y hacia donde tendemos, es un juego siempre presente y consustancial en nuestra vida.

Presentando así, la identidad como algo indefinido, algo plástico que  va transformándose a los largo de un proceso, que es múltiple y variado. Aceptando pues, la irremediable fundación y creación de un nuevo "yo", de una constante formación que hace aparecer un "yo" distinto en tiempos y momentos distintos, acarreamos esa imposición de la realidad y el desarrollo de la propia condición humana, que para poder ser desentrañado necesita de un largo camino de lúcida mente y arduo trabajo de detective metafísico. Terreno pantanoso, oscuro y humeante, molesto e inseguro, en que al no poseer referente empírico y sensible alguno, jugamos con una venda en los ojos a desentrañar el tejido sedoso de la esencia de las cosas y de la realidad misma.

Como decía; aceptando esta imposición de la constante e incesante re-fundación del "yo", esto es, de la identidad, debemos armarnos de valor, cargar las tintas y tentar a la suerte,optando por la objetividad y la verdad, es decir, descubrir lo que hay de común y esencial en cada uno de nosotros y de los sujetos más o menos cercanos que nos rodean. Esto es pues, la aceptación dogmática, no sin subterfugios de escepticismo, de la identidad de los individuos, no así como un gran principio ontológico absoluto, una forma de ser totalizadora; sino como un conjunto de atributos, propiedades y capacidades, que nos conforman un halo esencial que sirva de referencia para los demás, y para uno mismo.

Descendiendo de unas alturas metafísicas, cuyo esclarecimiento debe dejarse en manos de filósofos de etiqueta y categoría, me centro en la cotidiana tarea y corriente actividad de clasificar en una escuela de pensamiento e ideología ha propios y extraños. La identificación que les define como partidarios de tal o cual ideología política, de tal o cual escuela moral, portadores de una ética determinada, de una filosofía existencial, o simplemente creyentes en una religión o sistema de distribución u organización socio-económica. En dicho brete nos encontramos diariamente desde nuestra personal inmanencia, pero que a  su vez -!que duda cabe¡- es un asunto de fondo de una trascendencia política y moral. Así pues, veo como conocidos, amigos, compañeros, figuras mediáticas e indeseables, juegan a las casetas de muñecas con las ideologías, embrutecen y manipulan la tradición a su antojo, sin saber, que para los de intelecto y morro fino, su concepción y significación de la tradición y su torcida interpretación, los identifican.

Mi postura es la siguiente: consiste en la identificación y determinación de la ideología o ensamblaje ideológico que envuelve a un individuo, cuya adjudicación no asumimos por sus declaraciones o por sus realizaciones, es decir, ni por lo que el mismo se considere u otros le consideren, ni por los actos o actividades que desarrolla (partido al que pertenece, empresa en la que trabaja, ONG que dirige etc.) sino por una cuestión puramente teórica. Esta determinación de la ideología y de la posición intelectual de los sujetos se basa en dos cuestiones: por un lado, la concepción y significación de los elementos que constituyen el discurso político o intelectual, y por otra, la relación y articulación de los mismos dentro del propio discurso, conformando una composición que  determina el discurso y al individuo que lo produce, en una identificación lo más certera y precisa posible.

Por lo tanto, lo que constituye nuestra ideología y nos determina es la concepción que tengamos y la significación o interpretación que demos a ciertos conceptos fundamentales y abstractos (metafísicos) que articulan y constituyen nuestro lenguaje y nuestros discursos sobre "lo político" y la realidad. La concepción de conceptos como: trabajo, dinero, estado, derecho, ciencia, comercio, propiedad etc...y su articulación y relación para establecer discursos sobre lo político, son los que verdaderamente nos deja ver lo que realmente un individuo piensa. Nos da la identificación real del sujeto, y poseemos un referente claro y objetivo de ello; ya que este tipo de usos y prácticas en el discurso y el pensamiento ideológico es lo más expresivo y decisivo, lo más fundamental, y lo que posibilita y de donde emana todo lo demás. Entonces, si logramos descifrar la ideología, de esta manera, que yo considero más objetiva y certera, que las declaraciones y las acciones que pueden estar condicionadas por infinidad de factores mucho más influyes y potentes, que lo que pueden estarlo nociones teóricas en las que poca gente, excepto los filósofos reparan; lograremos obtener un referente o un elemento fundamental y primero al que interpelar y dialogar de manera crítica, esto es, examinar la fuente de los problemas y los cimientos de nuestra arquitectónica de ideas.

Siguiendo este método o proceso examinador, nos resultará más fácil el debate, la polémica y la problematización en lo común, en la tensión entre ideologías y en la lucha entre "amigos y enemigos" característica de la esencia política. Ya que estos conceptos o entidades abstractas son el fundamento de toda palabra o acción política, conceptos como trabajo y estado (...) y tantos otros que he nombrado anteriormente, debemos comprender que "son inocentes", es decir, no son responsables de nada, ni son entidades sustanciales y sujetos responsables como individuos, conjuntos de individuos y gobiernos. Ni son propios de ciertas ideologías, sino que su interpretación de esta o aquella manera, su concepción y significación, es lo que da color y define el propio pensamiento singular, esto es, la ideología.

Nadie puede ir contra el estado, el trabajo o el dinero como tal (dentro de un discurso político; fuerzas a-políticas o no políticas sí pueden hacerlo); estarán en contra de la interpretación liberal del trabajo, o la marxista del mismo, o defenderán une estado con mayor o menor intervención y fuerza en el espacio público de aparición, pero contra el señor estado o dinero, no se puede estar: El señor estado no existe, el señor dinero y trabajo tampoco, no son tangibles, ni perceptibles. Estaremos en contra de una política monetaria determinada, o contra el valor que se le da al dinero, pero no contra el dinero mismo como concepto, valor metafísico que nos permite realizar intercambio, vendas, o adquisiciones.








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