jueves, 21 de noviembre de 2013

Politólogos cadavéricos


Ayer, me topé en televisión,con el programa "El Debate" de televisión española, en que por una excepcionalidad inusual, los tertulianos no iban a ser veteranos y clásicos periodistas de las grandes cabeceras o expertos en el tránsito mediático. Sino que eran jóvenes politólogos, abogados y algún periodista, recién salidos de la facultad. Eso sí, de las mejores facultades areladas a la Nación, las más vulgarmente conocidas, cómo "las pijas públicas" (eso es, la Pompeu Fabra). Excepto uno, que se presentaba como un coleccionista de títulos y máster, que casualmente fue el que escupió mayores obviedades, inexactitudes y ambigüedades del debate, que por lo que el lector puede, imaginar, no estuvo ausento de ellas, que parece que estudió fuera del país.

De mi lectura crítica del debate entre jóvenes, tengo que apuntar algunas cuestiones de fondo y profundidad en el orden intelectual, que afectan a nuestra comunidad, instituciones de enseñanza superior, y a nuestra conciencia objetiva del asunto. El examen "crítico" de los jóvenes politólogos, era un análisis factual, un puro estudio estratégico, una recopilación de opiniones, de carácter personal sobre los gobernantes, de tono psicologista y subjetivista, un cálculo de probabilidades sin fundamento ni profundidad ideológica o teórica.

Quisiera remarcar esos dos puntos, ya que ninguno de los ocasionales tertulianos, dijo nada acerca de pensar un nuevo marco (framework) estructura o forma de tematizar la política, llenando ese ámbito de ordenamiento de los actores políticos, con un contenido ideológico, un constructo donde poder pensar lo político, constituido por conceptos e ideas objetivas, sin ser susceptibles de opinión, creencia, o prejuicio alguno. Establecer el tablero de juego, el suelo en que se pisa, definir los principios primeros de los que se parte como fundamento para el pensar, y la construcción o edificación de un discurso que pretende ser crítico, performativo, rupturista o fundacional, es imprescindible para cuestionar, renovar y actualizar nuestra situación y circunstancia política.

Con esto quiero decir, que en una situación de abismo, decadencia o crisis, deben replantearse los artificios y anteojos con los que analizábamos la situación. En el debate entre jóvenes (!precisamente ellos¡) se necesitaba una nueva terminología, no copiando a los analistas clásicos de periódicos, televisiones o radios, sino exponer y postular un nuevo marco para pensar lo político, basado en el análisis conceptual e ideológico, alejado de los intereses de un grupo mediático, alejado de los intereses personales de quienes se ganan la vida en una determinada trinchera ideológica, alejada y distante de voceros, "loritos" y autómatas de status quo. Y aprovechar esa oportunidad, que desde una televisión pública se les ofrecía, se nos ofrecía, para proyectar y postular un discurso, que independientemente del contenido ideológico, fuera abiertamente declarado como eso, ideológico y sin complejos, a su vez que puramente conceptual o teórico. Teníamos la oportunidad de poder replantear lo que un discurso estéril dominante silencia, eso es, el pensamiento ideológico y la teoría política, que están altamente atacados, en la era de la tecnificación , la tecnocracia, el pragmatismo y la utilidad, que des-ideologizan la mayor parte de cuerpos, posturas, actitudes, instituciones y decisiones políticas.

Esa necesidad de la ontologización del presente, de actualización de lo que hay, de tomar conciencia y hacer visible el campo de acción, es lo que se ha perdido en un debate, en que jóvenes, que poseían intereses sociales en común, desaprovecharon, y por supuesto la fatalidad de ver, que como menores de edad, aprenden y se mimetizan de los expertos que calientan esas sillas semana tras semana.

Para terminar, no sólo quiero que el lector se quede con esta visión de la condición joven, sino de la deformación propia de los licenciados o estudiantes de ciencias políticas que pecan más de metafísicos que los propios filósofos. Lo detecto en sus observaciones, opiniones y comentarios, que me hace verlos como futuros asesores o expertos, aquello que Hannah Arendt criticó con insistencia y furia, confundiendo historia con política, lo social y lo político y cayendo en errores como la justificación de sentimientos, emotividades, entrando a comprender y simpatizar con varios colectivos populares, algo que a mi juicio no debe hacerse en aras de la objetividad. Concluiría diciendo posiblemente a los filósofos les haga falta leer más periódicos y menos Tales, pero a los politólogos les hace falta más filosofía política, y menos estadística, derecho constitucional o macro-economía... luego pasa lo que pasa.








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