domingo, 24 de noviembre de 2013

El juego de lo político, como hermenéutica de la política (I)



A consecuencia de la información sobre la actualidad de la que dispongo, a través de los medios de comunicación, diarios, radios y televisiones que frecuento, y el contenido de mi experiencia personal en debates, tertulias, conversaciones sobre política, sobre mesas y demás... me he dado cuenta, que existe un concepto que acompaña como la sombra y sobrevuela como un buitre carroñero, todas nuestras conversaciones y problematizaciones sobre la política.

Un concepto merodeador, que en su uso coincide tanto en mi experiencia particular y contingente en la vida cotidiana, como en los "debates nacionales mediáticos" que constituyen experiencias ajenas y externas a mi, pero de cuyo contenido me hago cargo. No es otro que el de la "verdad", la posesión de la verdad por parte de  individuos o de colectivos, sean tribus, naciones, iglesias, pueblos, comunidades o estados, que creen ver con el ojo de la verdad la realidad de las cosas, el "ser" mismo del mundo. Entienden pues, la política de una manera impositiva, como espacio social de relaciones de poder (marxismo), donde la verdad es el contenido material del poder formal, como si entender el "ser de las cosas", no se pudiera derivar el "poder y deber ser" y por lo tanto, de un artificio o "disponible" humano que no posee verdad revelada, natural o determinada, sino que es un puro constructo interpretativo.

Eso si admitimos la posesión de la verdad en ámbitos como la manera de vivir, ser o hacer en el mundo, parece que sería un reduccionismo y simplificación castradora de multiplicidad y la pluralidad, sería una apuesta por lo monolítico, lo unívoco y lo "igual". Cuando lo que existe en la variedad humana es la distinción, lo diferente, el hecho de la pluralidad, que en política se ha interpretado como la sombra, la alteridad, lo "otro", de ahí las interpretaciones de la esencia de la política como la relación "amigo-enemigo", de lucha de clases, amo y esclavo, en definitiva, opresores y oprimido como dice Marx en el Manifiesto comunista.

Salvando las distancias, y admitiendo que podría ser esa la esencia de la política, no cabe duda que la política también es una experiencia en lo público, una experiencia en el mundo "entre" los hombres y en la actualidad que nos ha tocado vivir. De ahí que en mi caso, el principio metafísico que determina la condición de cada individuo y colectivo, como un destino o predestinación a ser esto o lo otro, a poseer la verdad unos y la falsedad, el error y la equivocación unos otros, en que su teleologia es adaptarse a la verdad proclamada o establecida, me parce una ingenuidad y una excusa para las mayores brutalidades y una carta blanca para obedecer a intereses y caprichos. A mi juicio, las escuelas o ideologías que se creen en posesión de la verdad y portadoras del sentido, son las que han pervertido y frustrado la verdadera política.

En nuestro presente, en nuestro "hoy" cotidiano y rutinario de praxis política, vemos como se presenta la política y las discusiones entorno a ella, como una lucha por la búsqueda de la verdad, una lucha para hegemonizar el propio discurso y elevarlo a categoría de dogma o doctrina, metodología para los fines últimos del hombre, o cosa parecida. Pero como Hannah Arendt, considero que el constituyente de la política es la libertad y la contingencia, el acontecer y suceder inesperado, que podría ser de una manera o de otra, pero no necesario. Una concepción de la política no en verticalidad y totalizadora, sino horizontal y plástica, una concepción de la política como construcción de espacios de relación, que se da en ese espacio "entre", de constitutiva libertad, de ahí que no haya imposición o hegemonía, nada por arriba, no por ello todo vale y hay que conducir esta postura a un relativismo.

Ya que, lo que sí que es objetivo, es el marco, la forma o el espacio en que se dan: acuerdos, opiniones, palabras y discursos, es decir, la condición de posibilidad para que nos hagamos visibles, dueños de palabra y acción libre sin opresión, esa condición de posibilidad del pacto, el consenso y el diálogo, esa estructura que contiene ese contenido, es precisamente una estructura objetiva y sólida, la única que permite el diálogo, el debate y el juego.

Tomo la concepción de juego del propio Gadamer, para aplicarlo y concebir la política, como dinamismo, movilidad, plasticidad, juego entre "nosotros" y no entre "yoes" subjetivos, algo que involucra a todos, tanto a los jugadores mismos como a los espectadores. De esa manera nadie que viva en una sociedad libre, puede evitar la mediatización política, la demanda, interpelación y emplazamiento de la política, que requiere precisamente que los que son distintos y contrarios, dialoguen, acuerden y pacten, sin contentarse por completo ninguna de las partes combatientes, pero siempre a renglón de las normas y reglas del juego de lo político, sin escapar del marco, ni justificar posibles salidas del mismo. En el juego hay distancia entre los jugadores, hay un espacio "entre", hay horizontalidad, hay dinamismo en la aplicación de las propias reglas para beneficio de intereses o ideología de uno mismo, pero sin escapar del artificio, del emplazamiento que requiere el propio juego, la entrega y el diálogo, como ejemplificación del Logos, esto es, palabra (lenguaje) y razón (discurso).

Concluyo pues, que para solucionar los problemas políticos y de comunicación en la actualidad, es necesario, que "todos" ya que lo entiendo horizontalmente y no en "arribas y abajo", seamos capaces de ser conscientes del marco, del juego al que jugamos, las normas y reglas de la acción, y seamos capaces de usar el Logos para dialogar y consensuar, regir el espacio común y evitar que nada salga de nuestras demarcación del espacio político, "darse" (la subjetividad) al espíritu objetivo, "entregar" una libertad absoluta, una fuerza y un poder individual, a cambio de una libertad normativa, un poder objetivador, y en lugar de fuerza, justicia. Eso entre otros beneficios y producciones del artificio de lo político, que nos permiten ser genuina-mente hombres. 



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