lunes, 8 de julio de 2013

Voluntad y Compromiso (I)



Tras intensas y fecundas conversaciones bajo el sol abrasador de las dunas de la playa catalana recién estrenadas, las comilonas y refrigerios mediterráneos, y los primeros chapuzones del año, junto a la mejor compañía imaginable; pretendo dejar el análisis y examen estructuralista de la realidad política que nos envuelve e invade, aparcado y estancado, no renegando de él, sino centrando mi interés y precisión en una reflexión de política humanista. Que comprende al hombre y al sujeto como el centro del problema, pregunta y cuestión política, y que intenta reflexionar desde la mismidad e individualidad, la responsabilidad y conciencia de cada individuo para con la política, es decir, pretende pensar lo político, la solución de los problemas que de la política se derivan desde una perspectiva y visión moral y ética de lo público y colectivo, esto es de lo político.

Esta misma visión moral y ética, no es otra cosa, que un análisis del carácter, usos, comportamientos, costumbres, normas establecidas y hábitos de los ciudadanos, de los sujetos que interaccionan y conviven entre sí, cambiando su carácter, actividad y acciones, inclinan-dolos hacia el "buen carácter" o "buena vida", esto es, una vida virtuosa, correcta, buena y sobre todo justa. Para solventar y solucionar las dificultades, problemas y acontecimientos adversos que se nos presentan entre "nosotros", entre el colectivo y la comunidad. Así pretendo en esta entrada discurrir y discernir sobre los principios básicos establecidos y aceptados, dejando la influencia directa y precisa de las estructuras de poder oficiales y ocultas, dejando factores y elementos que por espacio, tiempo y capacidad, influyen determinante-mente en la dirección y rumbo de los acontecimientos y el devenir de lo político, pero que no puedo analizar.

 Este examen partirá de la democracia como el mejor de los sistemas posibles, así lo creo e intuyo, aún pareciéndome interesantes otros puntos de vista, teorías, tesis y sistemas políticos que divergen y distan de tal posición. Sean posturas oligárquicas aristocráticas y elitistas, filosofías platónicas o filosofías de la historia teleológicas o finalistas que conducen a regímenes más o menos absolutos y autoritarios, dictatoriales o profesionales, y otros ejemplos de finalismos políticos y determinismos políticos basados en la necesidad e irresistibilidad  del Destino, o razonamientos ontológicos y esencialistas. 

Decía pues, que parto de la democracia liberal burguesa como un preacognita aristotélico, es decir, como un conocimiento verdadero y "a priori", aquello que sabemos y damos por supuesto, una certeza y una verdad fundamental de la que no se necesita demostrar su verdad, puesto que su certeza y evidencia se conoce por vía directa, previo a todo análisis, siendo un principio inicial o causa "in-causada". Así pues aceptamos que la democracia es el mejor de los sistemas posibles, y es precisamente el que organiza, gestiona y estructura nuestra sociedades.

La Democracia liberal no es otra cosa que el gobierno de la mayoría, el gobierno del "demos"( pueblo), un sistema en que la opinión, el discurso y la palabra cobran la máxima importancia y significación, son los únicos elementos e instrumentos vinculantes en la acción, su legitimidad, corrección, aceptación y justicia dependen del consenso y pacto común, del acuerdo entre las partes, por lo tanto requiere por parte de los integrantes de tal sistema, la capacidad de convencer y ser convencidos por los argumentos del otro, es decir presupone una honradez y nobleza moral en el individuo para admitir que el "otro" tiene razón, y aplicar en la acción o vida público su propuesta. Esto presupone a su vez una cierta capacidad discursiva, argumentativa, coherente y racional para el buen funcionamiento de la misma, es un requisito que obviamente no todos los integrantes pueden cumplir, de ahí la idea de ampliar el concepto de una democracia representativa deliberativa, un sistema del que disponemos a medias, pero que existe, compuesto por comisiones, comités y organismos  que se dediquen a pensar específicamente sobre campos de interés e influencia político-ética, sobre las cuestiones del colectivo, de todos "nosotros".

En el caso español, no existe ni una predisposición, voluntad o compromiso ni por parte de la sociedad civil - aunque hoy empezamos a verlo a raíz de movilizaciones sociales- ni por parte estatal,  institucional o administrativa, para aceptar las premisas y principios básicos del diálogo y el discurso de persuadir y ser persuadido. Vemos como el pueblo se aleja y distancia de los políticos, aceptando que ellos no lo son, y esperando obedientemente que otro solucione los problemas colectivos o generales. Los políticos han instaurado una jauría, una casta política y oligarquía que no permite el contacto, ni la incidencia, ni el diálogo, discusión, polemización o argumentación con nuestros representantes -que no dueños soberanos- se ha hecho imposible una unidad política, una movilización o acción conjunta o cualquier posible vínculo o relación comunicacional. De la misma manera han profesionalizado sus cargos, han secuestrado las funciones de todos, a la vez que la sociedad civil se ha desprendido de ellas con grato gusto, docilidad, complacencia, ingenuidad y desvergüenza, como si de cargas y trastos inútiles se tratará, nada como el contrato social, los deberes y obligaciones civiles que garantizan y afianzan sus derechos, les ha importado en absoluto.

Una democracia deliberativa no solo consiste en unas estructuras, formas sistémicas o elementos que la constituyan, eso es puro marco y esquema de posibilidades, debe existir una reflexión que impulse a la acción, una motivo racional, una intención fundamentada, y sobre todo voluntad y compromiso para encender los mecanismos sociales y políticos necesarios para que nuestras administraciones, organizaciones e instituciones cumplan con decoro, rigurosidad, precisión, perfección y exactitud su función. Como ya hemos dicho, las estructuras despertarían muchas preguntas y cuestiones, problemas y dudas, sobre su fundamentación, constitución y configuración, sus efectos y posición como juegos de poder, un largo cuestionario y batería de preguntas que no desvirtúan ni anulan, la reivindicación de una conciencia político-moral colectiva mínima, es decir, no en tanto que una conciencia colectiva identitária que nos homogeneice y estetice, sino un mínimo acuerdo ético para con la responsabilidad colectiva moral que cada individuo posee  para con los demás miembros civiles.

Debemos pues, crear mecanismos políticos vinculantes y con suficiente autoridad, que desde la sociedad civil puedan ser articulados y accionados, mecanismos de control y corrección revestidos de vigilantes que vigilan al vigilante, estos pueden ser como ya hemos dicho, comités y organizaciones enraizadas y fundadas en la sociedad civil, de libre elección, periódica y selectiva. Esta idea más bien obedece a la tesis de Delleuze, de combatir el poder unitario, centralizado y jerárquico del Estado, clase dominante o establisment, que ejerce un poder totalizador, universal y hegemónico de coacción y subordinación ante la sociedad civil, no con la misma forma "isomórfica", sino desde una red de relaciones "sociales" trans-disciplinar y en multiplicidad, pero concretando la acción en cada ámbito particular y propio.

Frente a un poder totalizador, la sociedad popular debe responder con distintos y diversos frentes activos, fragmentarios y parciales, locales y preventivos, y eso constituiría una nueva contra-estructura para vigilar y controlar las estructuras establecidas. Pero el primer paso para ello es tomar consciencia, responder de nuestros actos y mantener una integridad moral común, es decir, un "esto nos conviene a todos y es por y para todos", una integridad, dignidad y fuerza colectiva. Por muy ideal que suene, en el campo de la acción organizar tales estructuras, espacios, organismos, o grupos no es tan disparatado, es una simple y a su vez compleja, cuestión de voluntad y compromiso colectivo, social y político.














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