domingo, 20 de enero de 2013

EL MITO DEL ARTISTA MALDITO


Como ejemplo y y referente de este mito, tenemos al pintor Vicent van Gogh, no me centraré en su idea estética, su técnica ni en hacer un crítica rigurosa de la representación simbólica de sus obras, sino que todo lo contrario, el foco estará centrado en aquellos que en nombre de una tradición, de un movimiento y escuela artística exaltada, épica, trascendente y casi insultante para el que no la sigue, se han atrevido ha secuestrar la imagen del gran post-impresionista neerlandés en pro de una idealización, exaltación y culto del autor, del artista y del personaje al fin y al cavo del arte romántico.

No el romanticismo como tal, ha secuestrado y moldeado la imagen y apariencia de van Gogh, sino todos aquellos sujetos que siguen un ideal y canon estético romántico, malinterpretando realmente en que consiste ser artista y creador o autor de obras de arte. Lo que buscan esos jóvenes seguidores del ideal romántico no es más que una falsa existencia arquetípica del artista marginado, incomprendido en su tiempo y por lo tanto visionario y gran pensador de ideas y conceptos, de descripciones de la realidad que en épocas, culturas y contextos más desarrollados y evolucionados, es decir cultivados por la historia y la retrospectiva, son capaces de entender las ideas de un artista que no pertenecía a su tiempo, sino que se adecuaba a las ideas del futuro, de estos artístas jóvenes románticos que ven en la figura de van Gogh la ejemplificación real de hacer de la necesidad virtud, de la locura un elemento estético de su arte, de su propia vida una recosntrucción simbólica y representativa, de su estados social un elemento virtuosos y meritorio como creador independiente, hay muchos y muy perjudiciales.

Crean ese mito a partir de una imagen, por ellos mismo atrofiada, moldeada y trasformada, desfigurada y construida a voluntad e interés, sin opción a crítica u objeción hacia ella, tales artistas románticos ven en él, un mito, y como tal, le otorgan una sublimidad, un significado y trascendencia que ni él ni su obra son capaces de alcanzar por los canales tradicionales y habituales del juicio artístico histórico, kantiano o crítica estética post-moderna.

Esa idea del ser marginal, incomprendido, psicótico o neurótico, tirado a la mala vida, al dolor y sufrimiento, a la miseria personal y social, situado en el estado más elevado, pleno y absoluto para los románticos, que es la posesión por el espíritu dionisíaco y por lo tanto el estado de embriaguez, que le reporta al artista el frenesí, la exaltación, el extásis y la capacidad catártica, es decir de re-equilibrio, orden  y armonía de las pasiones, los sentimientos y emociones desbocadas, como el efecto e impacto de la tragedia griega en el público de la época.

Así, esa idea del eterno sufridor, el sublimador del dolor, como único espíritu excelso capaz de mostrar al resto de los mortales qué es, en qué consiste, cómo se origina y como alimenta nuestra espíritu ese dolor, no muestra más que las intenciones y pretensiones de unos artistas inexpertos, a-críticos, ingenuos, pretenciosos,  prepotentes y lo que es peor, egocéntricos, que lo que consiguen no es más que convertir la obra de arte, que debe poseer vida propia, identidad y autonomía propia, fundida en ideas formales y estéticas, conformando una unidad única, completa y absoluta sin depender de nada más que se si misma para ser una representación simbólica y un concentrado de significado, no sea más que un objeto coleccionable, un objeto óntico sin noúmeno ni fenómeno, una cosificación material de un atributo del artista, de una cosa dependiente del autor, como una extremidad más, una parte o propiedad del creador, que se convierte en si mismo, se construye y configura a sí mismo en una falsa y ficticia obra de arte humana, destruyendo así la esencia del arte, la reflexión filosófica sobre él y dejando meramente la posibilidad de apreciar el confeti, la propaganda, el marketing, la superficie y el bodrio en que se ha convertido el pseudo-creador o artista, que ya no es más que un personaje mercantilizado, un payaso del arte y un bufón del mundo estético.

Vemos, como esa pretensión de emular y ser un artista se magnifica de tal manera pretenciosa y descaradamente, que se invierte el valor artístico, se desvirtúa la creación y se eleva al artista, se ocupa y se centra toda la importancia, la significación y el mérito en el autor y no tanto en su obra, destruyendo el mismo concepto de arte e incluso la misma idea romántica, que los jóvenes artistas modernos seguidores del ideal, se han encargado de destruir, creando un mito del artista maldito como verdadero arte que ha hecho mucho daño y sigue haciendo estragos en el mundo de la representación estética y artística.













No hay comentarios:

Publicar un comentario