domingo, 19 de mayo de 2019

Hanyo

Acostumbraba a ir a la fiesta de unos amigos que celebraban eurovisión; de adolescente pensaba que cada acontecimiento como aquel fundaba un hilo de continuidad en la vida, al ser cada experiencia la primera, novedosa, fresca, recién inaugurada, sospechaba erróneamente que todo se poseía y guardaba para siempre; que crecía la existencia, sólida, robusta, densa, firme, como el tiempo de los árboles. Triste ingenuidad. Nada se posee nunca, hasta el punto beneficioso de saber que poseer al otro es matar su espontaneidad y destruirse a uno mismo; todo se acumula manqué. Y como bien dice Espada en el artículo dominical de hoy: "La intensificación de la edad adulta se reconoce en una decadencia principal, que es la del sentido (...) Afecta a la experiencia de un  modo diverso y transversal. Puede incluir la vida íntima, la comprensión de la ciencia y el arte o las formas de organización política (...) Lo que sospecho es que solo entonces empieza a desvelarse su mascarada." Yo me he intensificado mucho estos últimos ocho meses, ya adulto, desvelando la mascarada del sentido, la ausencia de sentido en el amor, el tiempo y la política, el desencaje irredento de la vida. Reafirmé mi intensificación ayer, otra vez más, durante el paseo por el suelo mojado, de vuelta a casa, andando, en negro, entre charco y charco. Este año, eurovisión, lo pasé en la filmoteca. Y volvía ya tarde, incluso para el recuerdo. Me impactó Hanyo (La criada o La sirvienta) del surcoreano Kim Ki-Young, película de 1960. El director murió calcinado con su mujer en 1998 dentro de su casa, convertida en una bola de fuego letal. Hanyo es la obra más recomendable para los que quieran conocer lo que es el incorrecto arte de la misoginia y la expresión desacomplejada, y casi diría caprichosa, de la violencia contra las mujeres y lo femenino: todos los prejuicios y mitos patriarcales, junto al amor eterno, están absolutamente presentes, fijados al modo realista, y expuestos con una sobriedad, rotundidad y contención estética admirables. No le llamaría en serio ni arte, ni obra, ni película, sino, a lo Benjamin, un perfecto documento de barbarie. A mí me gustó sobremanera la sensación de claustrofobia y encierro que construye sobre lo doméstico, más allá del siniestro secreto que esconde la domesticidad matriarcal: la represión de obsesiones y tabús sexuales que al reventar, liberarse, con la aparición del peso erótico de la criada en el orden y felicidad conyugal-familiar solo pueden conducir a un único fin: el asesinato y la destrucción. Conocido es el mandato moral reaccionario, el imperativo religioso: la tentación conduce, como justifica, el crimen. Tan alucinantes son sus resultados y efectos expresivos de La Criada como la incomodidad moral que produce. Razonablemente es considerada una película de culto imprescindible. Llega en un momento importante de la vida: yo mismo reconocí en mí la fascinación y adoración por el amor romántico, esa misma sensación inapelable y cautivadora significaba algo claro: era necesario una corrección racional del mito. La repulsión, generar rechazo hacia ese amor eterno que aniquila lo que ama, que suprime la propia autonomía y nos hunde en la indigencia afectiva. Sólo viendo la película como quién se mira fríamente al espejo, frente a frente, se fabrica la corrección. Yo contra yo: ¡dos! Precisamente por la enfática voluntad estética que tiene  Kim Ki-Young de mostrarnos el sentido, que el bienestar familiar y la felicidad conyugal  tienen un sentido si eliminamos la tentación y aceptamos el sacrificio, la rectitud moral y la entrega absoluta, uno consigue desdoblarse para combatir esa unidad del yo, la familia y el amor, que se nos presenta como absoluto. El énfasis y radicalidad del director es exactamente lo que nos proporciona, irónicamente y fruto del tremendo impacto, un amplio depósito de resistencia frente al hechizo del sentido, y su terrible engaño. La comprensión de todas sus dimensiones culmina produciendo en el espectador, a causa de la moralista (¿o irónica?) escena final de la película, una de las más alucinantes carcajadas del público que yo recuerde, incluyendo la mía. Y así espero que termine la vida, en una enorme y ofensiva carcajada de desengaño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario