martes, 21 de mayo de 2019

¿Y los que no tendrán ni siquiera un pasado?

Asisto ayer a la presentación del nuevo libro de Gregorio Morán, Memoria personal de Cataluña: un panfleto, yo acuso, político e íntimo perfecto. Acostumbrados ya a su mordaz, ácida, irónica, penetrante y en ocasiones cruel, aunque justificada y veraz, prosa contra los políticos catalanistas, esa forma cursi y sofisticada de llamarle a la bárbara mascarada nacionalista, y los mandarines culturales que le ríen las gracias a tan primitiva forma de poder, por decirlo de una manera suave (tengo un buen día), sorprende el poso de decepción que deja para toda una generación su descripción crítica de la realidad. Gran escritor, grandísimo hombre de nuestro tiempo, y de cualquier tiempo; de sensibilidad, moralidad e inteligencia insólitas. Yo, era el único menor de cuarenta años en la sala, sorprendidos todos de mi edad, "el único lector joven", "almenos uno", de 26 añitos la criatura. Ningún periodista vino a cubrir el acto del autor de cuatro libros clásicos, y heterodoxos, para la ensayística historiográfica española: Adolfo Suárez Ambición y Destino; Miseria, grandeza y agonía del PCE; El maestro en el erial; y El cura y los Mandarines. Eso debería hundir al gremio periodístico, y civil, en la más insondable vergüenza. Terminó la presentación, pregunté, hablé con él, quedé, compré el libro, y ya leída la mitad, reconozco su exilio interior, su resistencia íntima. A mí, y creo que somos pocos y estamos solos, también me conmueve la incansable voluntad de luchar a través de la escritura contra el dolor y el frío. Me emociona. Sólo le falta culminar su brillante, aunque silenciosa, carrera literaria escribiendo sus memorias, lo exige también la edad, la vida, la insumisión.

Escribe, parece que contra el caos, en las páginas 60 y 61: 

<< Pero, más allá del sarcasmo, quedaba claro que yo ya no tenía medio escrito o digital en Barcelona donde fuera deseado.
 Mi ciclo periodístico en Cataluña había terminado. Orgulloso del pasado aunque sin perspectivas de futuro. Por edad y por inclinaciones, quizá también por esa veta masoquista que nos castiga y nos estimula, no estaba en el mejor ánimo de marchar hacia otra parte. Cabría preguntar hacia dónde. Debía asumir, por tanto, la condición de un exilio interior o, lo que es lo mismo, escribir en una sociedad en la que no pasas de ser un superviviente de tiempos mejores. 
¿El resultado? Aún es pronto para saberlo. Convivir desde el aislamiento social en una comunidad que te ha negado la posibilidad de expresarte no es fácil. Tiene algo de los viejos tiempos del franquismo, donde escribir estaba considerado una actividad de alto riesgo, al menos para algunos. La vida y, sobre todo, la edad te enseñan que, más allá de los marbetes que designan sobre las páginas impresas lo que es intempestivo y lo que no, hay una diferencia de fondo: entre quienes se adaptan y los que consideran la adaptación como una forma inicua de aceptación de la realidad. Me temo que estoy en el segundo bando.
¿Quién nos iba a decir que pasados los setenta años íbamos a vivir un exilio interior capaz de emborronar el pasado y hacer del futuro un agobiante ejercicio de supervivencia? Esto no se prevé. Solo nos lo encontramos. No es el pesimismo de la razón frente al optimismo de la voluntad. Es otra cosa. Descubrir que quizá décadas de esfuerzo por adentrarse en la realidad, oculta tras la maraña de lo aceptado como evidente, a duras penas consiente mantener el gálibo alto, esa curiosa imagen que utilizaba Ortega y Gasset como metáfora del ánimo.
Hemos vivido tiempos donde el presente resultaba tenebroso y el futuro estaba preñado de esperanzas. Hoy en este exilio interior me atrevo a decir que tanto el presente como el futuro aparecen tan oscuros que no hay modo de esclarecerlos. Nos alivia pensar que quizá sea por la edad, esa corriente antigua que amenaza con anegar las reflexione sobre una cotidianidad cada vez más incomprensible.>>

¿Y los que no tendrán, no tendremos, ni siquiera un pasado, cómo sobreviviremos, qué consuelo, con qué reconocimiento y orgullo?, ¿quedarán los amigos?   

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