lunes, 11 de febrero de 2019

Banderitas (yII)

Atender a los hechos es una exigencia inexcusable: la manifestación o concentración de ayer en la plaza Colón de Madrid estuvo por debajo de las expectativas, que son las expectativas de los convocantes y los borregos más fieles. Pero la movilización real de las ciegas masas, a la manera nominalista, ya no es el único modo ni el decisivo de establecer alternativos sujetos políticos en la sociedad mediática. Sobre todo la televisión y sus degradantes marcos hipertróficos y propagandísticos son los que construyen una parte importante de la realidad comprometida con la crueldad. Pueden situar frívolas anécdotas en la centralidad del tablero social e incluso más allá de la trascendencia, mientras convierten importantes y significativos acontecimientos en nutritivo alimento del olvido. La renacida España soberana (como sujeto nacional desligado de lo constitucional y lo democrático) de momento sólo opera, y nada menos, que en el terreno simbólico, pero dicha existencia no es inocente ni un espacio de neutralidad social ya que es uno de los elementos más performativos y antagonistas de la ideología: un campo de lucha mítico e irracional donde las imágenes simples y ficcionales pesan más que las ideas complejas y reales: la gente no sabe lo que hace, pero lo hace, y con mayor rotundidad y autoafirmación (autoconvencimiento) que si tuvieran conciencia de ello. En este sentido la lucha de soberanías ya ha sido codificada como una forzosa interiorización, en la unidad política, de la relación amigo/enemigo, lo que para Schmitt es exactamente la guerra civil, la suspensión de las contenciones constitucionales de las relaciones agónicas, aún no violentas. No es una exageración. En el ámbito simbólico las metáforas bélicas, el afán épico de la victoria deportiva, y la personalización de grandes grupos o cuerpos sociales opacos, impersonales, representado en expresiones del tipo traición y humillación a España, la patria, ya configuran una constelación de antagonismos guerracivilistas y frentistas tristemente recuperados que promueven una rehabilitación del carácter absoluto e incondicional de la soberanía. Lo incondicional la convierte en algo inapelable, irrepresentable e intocable, en una de las máximas formas de despolitización suprimiendo la palabra y la acción como condiciones para establecer nuevas formas de subjetividad e ilimitadas relaciones de singularidad y liberación, por un horizonte simbólico y un imaginario colectivo de guerra. Sustituyendo lo político por la proyección virtual de la guerra. Que es la misma sustitución que los fascistas, los comunistas, o los apologetas del capitalismo hacían en una dimensión más dramática y violenta: la sustitución de la política (reino de la libertad) por la Historia (reino de la necesidad).

El carácter paradójico de la desafortunada propuesta de PP, Ciudadanos y Vox reside en un curioso proceso de creación de un marco formal (carente aún de contenidos y realizaciones materiales) en defensa la constitución frente al nacionalismo separatista, en virtud del cual necesitan crear a su vez un nacionalismo contrario (españolista) y autoritario que se reapropie de la soberanía nacional socavando con ello los propios principios constitucionales que pretendían defender. Autoritarismo anticonstitucional, o contraconstitucional, del que dan prueba sus demandas: la ilegalización de la oposición política catalanista (donde catalanista es una X que podría ser cualquiera: comunistas, feministas, etc.). Lo que les vincula estrechamente con aquello que más detestan y abominan: el populismo del autócrata Maduro. La creación de una soberanía nacional al margen del cuerpo constitucional para mantener el poder en situaciones de excepción y suspensión de derechos, tanto como la utilización de los mecanismos e instrumentos punitivos y disciplinarios del gobierno para la persecución política y las intentonas de ilegalización de la oposición, vinculan estrechamente al movimiento reaccionario español con el nacionalpopulismo (personalista) de Maduro. Su radical diferencia es meramente circunstancial: uno tiene el poder y el gobierno, mientras que los otros no lo tienen. Ambos casos se alejan del principio autonomista (tan cercano al republicanismo) según el cual la soberanía debe trocearse, repartirse, equilibrarse, dividirse y abrirse al máximo pluralismo político. La estructura autonomista o federativa pretende redistribuir la soberanía en una red de contrapoderes deliberativos que equilibren no solo sus excesos (de poder) y exotismos, sino su propia naturaleza bélica inscrita en códigos binarios de agresión y defensa. Una soberanía débil y descentralizada que sirva para hacer efectivas las resoluciones y vinculantes las decisiones del espacio común en el que no se persigue ninguna de las dos alternativas de la soberanía única y centralizada: esclavizar o destruir. Vox, al igual que los nacionalistas catalanes, pide la abolición del estado de las autonomías, Ciudadanos, más modesto, pide una reducción y simplificación hasta la castración o la impotencia, y el Pp lo instrumentaliza como medio para obtener poder territorial y sobrevivir bajo la mastodóntica corrupción municipal y local. En los cuatro casos anteriores el principio autonómico, organizador de la repartición y división de la soberanía (republicanismo), queda arrasado por alguna forma de nacionalismo totalizador con tendencias autoritarias. Precisamente la noción de soberanía nacional que reivindicaba la manifestación del domingo es anticonstitucional (ilegalización de la oposición política y abolición o restricción del autonomismo) y reaccionaria por su autoritarismo (el imaginario belicista de agresión y defensa).

Evidentemente, mientras siga el litigio entre las soberanías míticas del nacionalismo (la catalanista y la españolista) y el brutal desarrollo del capitalismo ¡con total impunidad!, dada la saturación y erosión del pensamiento crítico, las vidas políticas, concretas, apasionadas, resistentes, seguirán atrapadas en si mismas, como envueltas por una tenebrosa alambrada, golpeándose y lanzándose unas sobre las otras, sin poder escapar de su reclusión. Este es quizá el tema más importante, las vidas políticas que resisten pero que no logran interpelar a otros para emanciparse de modo efectivo. Debo seguir reflexionando...

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