domingo, 10 de febrero de 2019

Banderitas (I)

Es el domingo de la extenuante exposición y estéril exhibición de la soberanía. Banderitas. Sería difícil hacer aquí una genealogía del concepto de soberanía y de la figura del soberano (el sustituto de Dios); dejémoslo en el concepto vulgarmente conocido y ordinariamente practicado: el que o lo que controla la razón de Estado, la fundación y legitimación de la violencia política incluso al margen de la ley, o la situación de excepción, es decir, el derecho a la suspensión del Estado de Derecho, los derechos políticos y las condiciones de posibilidad del derecho mismo sin disolverse el poder del gobierno ni los recursos punitivos de los que dispone. Ha bastado una de las múltiples estupideces del presidente Pdr Snchz, la invención del Relator en la actual crisis constitucional, para que los partidos protofascistas, conservadores y pseudoliberales (realmente son apologetas del capitalismo sin un liberalismo filosófico como base teórica) reconstruyan, que es un revivir, una apaciguada y somnolienta concepción de la soberanía asociada a la Nación: la grandeza y culto a la nación, en concreto, al nacionalismo español. La soberanía nacional difuminada entre el conjunto de estructuras del país, sea el cuerpo constitucional, las instituciones políticas, entidades deliberativas, los inexistentes pero posibles consejos ciudadanos (republicanismo) o asambleas discursivas garantes de lo común (en contraposición a la caduca y cínica distinción entre lo público y lo privado) es una categoría política problemática pero soportable, delimitable, reformulable y aprovechable. Sin embargo, su exorcismo en un sujeto político nacional activo, primitivo, homogéneo, pétreo, cerrado, y hasta depredador, fundado en el oscurantismo y el misticismo del grito "viva España", ya históricamente conocido por sus desastres, aplastan la pluralidad política liberal, desactivan definitivamente la capacidad de intervención de una socialdemocracia moribunda (cómplice de su propia destrucción, algo sorprendentemente estúpido), y cierran las precarias brechas de emancipación que el pensamiento crítico o de la diferencia vinculado a la izquierda radical (no comunista, lo que sería un Podemos idealizado) podría abrir frente al nacionalismo (todo tipo de nacionalismos étnicos, culturales, religiosos, etc.) y sus aliados de clase de las sociedades adquisitivas y ostentosas. Y lo más grave: establece un marco general e irrevocable de sectarismo y dogmatismo donde todos los conflictos políticos particulares y establecidos en red se descifraran bajo la clave nacionalcatólica y las aterradoras tensiones de las identidades nacionales, donde todo conflicto se decidirá entre buenos y malos patriotas, entre traidores a la nación o cómplices de su brutalidad material, física, y su embrutecimiento moral e intelectual. Entre salvadores y condenados.    



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