lunes, 9 de abril de 2018

Clàudia llama de noche

La llamé, muchas veces, algo insólito, no contestó, cada intento concluía desesperadamente con el aterrador "pip...pip...pip...", un sonido constante y repetitivo que siempre he relacionado con algo extraño e indecible que sólo ahora puedo poner en palabras y su justa temperatura: el calor dulzón de la fiebre que atrae a esos pequeños mosquitos de barro y hojarasca, pequeños y simples como los de la fruta, que, suspendidos en el aire fluctuantes e inestables en vez de volar ruidosos y vibrantes, se regodean discretos en el sudor frío de nuestra cabeza enferma. Pero al final llegaba algo peor: una impostada voz de amanerada señorita francesa como contestador, una verdadera ceporra, o peor, una fulana refinada, fulana chanel, pijísima y relamida (¿para qué tendrá móviles la gente?). Nos andábamos buscando con ligereza durante toda la semana, al fin nos encontramos por la noche, amorrados al teléfono fijo como niños desvelados en la noche desafiando el sueño y el silencio. Hablamos de algunos asuntos personales importantes, otros, frívolos e impersonales. Lo mejor, su poner nombres propios y figuraciones reales a los conceptos abstractos; dar cuerpo, carne, temblor, uñas, huesos, olor, pelo, piel y virutas de roña a la vida de las ideas y al insólito movimiento de las especulaciones, especialmente a la crítica de la noción de trabajo que últimamente, y aún inestablemente, sostengo. De las anécdotas y reflexiones que de ello se deriva reafirmamos mis sospechas, mi postura, a saber: que el trabajo es un pedagógico instrumento de dominación social y pertenencia al identitario grupo de ostentación, sin el cual, uno es excluido y marginado no sólo, y evidentemente, económicamente, sino que como ser de una comunidad moral y política, deja de existir, muere, es impunemente aniquilado. Psss, ella lo dijo mucho mejor. Le paso la palabra, habla ella y hablo yo por ella, indistinguibles, su categórica anécdota real y mi libre recreación mezcladas, lo mismo, juntando hechos y finalidad de intención, tanto da, aquí todo es, absolutamente, incuestionablemente, totalmente, francamente, verdadero:

<< Le pasó conduciendo apaciblemente durante sus prácticas. Su acompañante, un profesor de autoescuela, censuró a un desheredado y desgraciado mendicante que con su porquería a cuestas y sus roñosos dedos limosneros, dando tímidos golpecitos en la ventanilla con ellos, venía a pedirles dinero, cosas, comida, restos, paliativos de su extrema pobreza... ni una mirada que le salvara, ni quizá compasión ni empatía, quería, seguro, necesariamente, dinero: exterminar el hambre un día, recuperar el gesto sin dolor, la morfología humana, reincorporarse al mundo, al mundo de los hablantes, los que tienen la posibilidad ocasional de compartir lazos de amor y reconocimiento, volver al mundo de los vivos, iguales, coleando, y eso es otra vez, primeramente, dinero. El gordinflón docente, tosco y patriótico como los envejecidos ayuntamientos de provincias, repudió cruelmente lo que él veía como escoria humana, lo repudió vilmente con racismo y un agresivo desprecio por el incapaz y el estúpido que no puede ganarse el pan por sí mismo, en consecuencia el vago y el parásito que con toda la jeta del mundo quería y exigía vivir de los demás, caprichosamente del todo social. "Vete a tu país", "ponte a trabajar", pasaría de su ruinosa mente a la sucia bocaza de usurero con la que embrutece a las personas, su moral, su mundo, su ciudad. Clàudia reaccionó, al contármelo, con su inteligencia y sensibilidad habitual: si ese penoso desamparado hubiese venido vendiendo esos diminutos y ridículos clínex perfumados o con los irrisorios mecheros de colores, o pretendiendo vanamente limpiar el parabrisas del coche con líquidos pegajosos y sospechosos, entonces cual misericorde y caritativa música celestial hubieran sonado las cínicas soflamas compasivas de "al menos intenta ganarse la vida", "al menos hace algo y no va por ahí pidiendo"... impugnando el fondo, pero no la forma que lo hace superficialmente aceptable, de la misma actividad: la pobreza; y al mismo hombre: el pordiosero. Da lo mismo la rompedora franqueza y sinceridad obligadas del que no pide trabajo sino dinero, sólo se percibe en la distorsión la repugnante pústula del humillado: su vergüenza y culpabilización. Si el mendigo arrabalero y solitario se convierte en talabartero o trapero callejero, vendedor ambulante y tonante de pecios y minucias entonces, y sólo entonces, dejaría de existir un rechazo público abierto e indiscriminado, desaparecería la arbitraria e impune violencia exterior de las clases ostentosas hacia el zarrapastroso que no pide, no mendiga, sino que trabaja miserablemente; aunque con la hipocresía habitual, el usurero (capitalista) sentiría un odio íntimo, interior, una necesidad irrefrenable, irresistible, de dañar y estigmatizar, por el que a fin de cuentas sigue siendo por una naturaleza quebrada, según el usurero, un ser inmundo, amundano, sin mundo donde aferrarse, destinado a morir de agotamiento entre harapos y podredumbre. >> 

Así termina de contarme Clàudia lo que le suscitó una pequeña y breve escena de provincias tan normalizada como abyectamente tolerada, abrumados por la fatalidad y el pesimismo. Se puede ir tirando del hilo de esta experiencia sobre hombres rotos, pero yo creo que no tengo nada más que decir; ahora le toca a ella reescribirlo mejor, su propia vida, mucho mejor... 




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