martes, 19 de diciembre de 2017

Arrimadas, esa mala puta ¡Impublicable!

A muchos hombres acomplejados, ingenuos querubines todavía, les intimida la exuberante exposición de las frivolidades femeninas de la corrección política, fruto de esta socialdemocracia moribunda que, agotada y hundida internacionalmente, bracea desesperada en los inhóspitos y abandonados mares de la ignominia para sobrevivir tras su propio fracaso constitutivo basado en la mentira. Si muchos de mi generación han desarrollado, y lo sé bien, técnicas de sofisticado cinismo para ligar ("conseguir un chocho o un coñete feminista"... esa es su virtualidad y su imaginario, que tanto gusta a algunas muchachas desoladas; aunque yo no sé lo que será eso del "chochete", desconozco esa clase de cochinadas...) que consisten en ser "el hombre que mejor comprende la necesidad del feminismo " o "el mejor amigo heterosexual de las chicas", hay otros que directamente, de frágiles y chamuscadas neuronas, prefieren la férrea militancia del activismo identitario en pro de la pureza de género del lenguaje público y ¡privado!; un verdadero desvarío. Y que además, son casi más amanerados e insufribles que muchas militantes masa narcotizadas; más papistas que el papa. Como a mí todas esas cosas me importan básicamente un pimiento, yo vivo del aire, prefiero desactivar esos infectos animalitos llamados eufemismos, eslóganes, fraseo profesoral, retórica, pedagogemas, prosas burocráticas, que parasitan verdaderamente el lenguaje hasta dejarlo hecho un pellejo flácido, antes que sumarme a unas infelices modas muy remunerativas pero que degradarían mi estupenda figura y mi inmejorable salud. El caso es sencillo y divertido. Corresponde a la penetrante campaña desatada de necedad y estulticia que nuestros sofistas tan contemporáneos como vernáculos están ejecutando para liberar a Cataluña de su fatalidad: el pueblo como opio del pueblo. Durante el cruce de propagandas, un cómico catalán sin mucho talento pero con notables fondos económicos de la administración terminó una ridícula sátira de rimas con un maravilloso sello, "la mala puta", dirigido a Inés, la Arrimadas. La ola de demagogia se desató, y lo/as cancerberos de la moral oficial salieron a decretar a su nueva víctima y su indispensable verdugo: sucios machistas o crueles misóginos que aceptaran, promovieran y celebraran esas ofensivas palabras. Lo cierto es que esas nobles y exactas palabras tiene un origen anecdotario entrañable, hay que rescatar, antes que nada, los nutritivos materiales de la memoria:
 
   << En el peligroso verano de 1959 el poeta (y editor con aires cesaristas) Carlos Barral viajó a Madrid. Una tarde se encontró a Ernest Hemingway en el hotel. Hechas las presentaciones, el novelista americano le preguntó: "¿Qué tal la mala puta?" Barral se quedó perplejo y apenas acertó a decir: "¿Qué mala puta?" A lo que Hemingway respondió: "¡La literatura española!" >>
 
 La anécdota es de lo más oportuna. El fragmento, muy expresivo y directo. Lo que demuestra el fructífero significado de las palabras, el inmenso campo semántico de las malas putas, la pragmática y polisemia de un lenguaje rico y jugoso que hace de ofensas satíricas rotundos elogios políticos. No es extraño que la Arrimadas, viva representante de la falsa e ilusoria emancipación de la mujer - puesto que se ha quedado en ser la monísima representante de la estúpida figura femenina moderna como sujeto de consumo cosmético y fatuidad intelectual de ESADE-  no se de cuenta del elogio, rodeados como estamos de una histérica opinión pública afectada del síndrome de monjas y capellanes ante la carne desnuda. Cuando salta como la liebre la mala puta, nadie se para a pensar en su plural y revelador significado, se enrolan en la remuneración publicitaria del impacto de la falsa ofensa. El elogio, tal y como yo lo veo, consiste en la astucia y picardía inherentes a la posición o la situación tácticamente beneficiosa en que se encuentra la mala puta: en la mismísima centralidad del tablero electoral. Su partido es la única fuerza política "unionista" que aspira a la presidencia real, acumulando así la mayoría de votos de los "constitucionalistas" y el voto del despertar abstencionista, mientras se aprovecha como nunca de la erosión y decadencia de la fratricida lucha simbólica del bloque secesionista por la hegemonía nacionalista. La mala puta, es astuta, pícara, hábil, más lista que el hambre, y sin duda, cabronaza (porque busca rematar el cadáver electoral), aprovecha la debilidad de los demás para crecer, algo difícil, pero que se ha hecho factible, y de lo que se congratula notoriamente toda la derecha mesetaria. Este tipo de ofensas son la mayor gloria para los candidatos obligados a ser héroes deportivos o verdaderos cesaristas de la tecnopolítica. Inés es sin duda un Impublicable, la mala puta.


PD: No puedo dejar de mencionar el momento en que descubrí mi omnímoda libertad para juzgar a una mujer pública que podía ser monísima y atractiva pero a su vez absolutamente estúpida y analfabeta; sin que ello acarrease ningún complejo de culpa en mí. Un verano, tumbado en el césped del jardín de la casa del pueblo de Gerard, tocando este el piano, y Clàudia tostando su bello cuerpo al sol leyendo a Nabokov, y pensando yo en la sencilla, feliz y sabrosa comida que nos iba a preparar (fue el único día que no cocinamos todos juntos), leí una entrevista de la Arrimadas en el periódico El Mundo. La pobre contestó, a la increíble y surrealista pregunta que la comparaba con Azaña, que no había leído ningún libro de él pero que su jefe de prensa le había preparado un dossier con sus mejores frases. Nada más que decir. Si esto es la supuesta emancipación femenina, casi prefiero el estereotipo de las antiguas amas de casa burguesas con un estupendo tiempo libre y un excelente nivel cultural, de acceso ilimitado a la literatura, la música y la filosofía clásica, que a estas profesionales de las finanzas pero con la cabeza vacía y la palabra estéril.     





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