No hay ningún cruce de sentido más intenso y feliz que cuando los viejos libros nos traen el material de la actualidad más irredenta, al presente más inmediato, cuando nos hablan de él, de hecho, nunca se separaron de él y explican un tiempo eterno, enorme, inagotable. Erasmo es uno de mis escritores clásicos favoritos que, junto a Montaigne, entendieron perfectamente la importancia que tenía para la filosofía el carácter incombustible de la vida, y algo grandioso: el pasado no ilumina nuestro presente, es el presente el que ilumina nuestro pasado. Su escritura es algo paradójico e incomparable, de una gran seriedad humana. Sometida al yugo de las sombras, se revela como la luz más intensa en varios siglos; el gran estilo y el pensamiento más penetrantes, cegadores y fundamentales de su tiempo; y de ahí el profundo error de su relativo olvido, ya sea la sustitución histórica por Lutero en teología y la historia de la religión, o sea por Maquiavelo en teoría política. Un fracaso europeo que la tradición, la ortodoxía, algo tosca y blindada al pensar negativo, no puede explicar. Su prosa es de una modernidad asombrosa, insólita, incluso para nuestros días; tan impactante, limpia, magra y sabrosa como la de Montaigne, aunque mucho menos entorpecida por el innumerable montón de citas que rompe la altura, el hechizo, y el ritmo de los textos; y muy superior, incluso, a lo que podríamos llamar "la prosa de la ilustración francesa". No puedo alargarme, pero las reflexiones, la misma estructura y construcción de los escritos de Erasmo, están llenos de elementos críticos de negatividad: rastros, huellas, pistas, fragmentos, anticipaciones, síntomas dialécticos. Hasta el punto de ofrecer una magna operación irónica (ironía trágica, en el sentido benjaminiano) sobre la razón en el Elogio de la locura: a través de lo que parece una apología de la estulticia y el gobierno de la necedad se nos muestra la justificación y la necesidad indeleble de la razón, incluso para la vida, de un modo conflictivo, contradictorio, polémico, titubeante, inseguro, pero al fin, brillante y emancipador; más compleja, vitamínica y estimulante que la sobrevalorada y frigoríficada razón volteriana (hay que distinguir en Voltaire entre la escritura exotérica de intervención política, y la esotérica, íntima; ya que era exactamente un prostituto real y un mandarín que con las distintas cortes ganó grandes cantidades de dinero gracias a su talento como arribista, y eso exige desatar nudos en su obra, y desmitificar su prestigio histórico; tendré que escribir sobre ello...). La turbación de los textos de Erasmo, y lo que tiene de subversiva su postura intelectual, se encuentra en las figuras conceptuales que empleó, acuño e inventó, tales como el sileno invertido, una imagen protodialéctica encarnada, en la que podemos ver ya el conflicto encubierto entre humanismo y barbarie (posteriormente, la dialéctica entre ilustración y barbarie); o audacias al estilo de suprimir la escatología moral de la teología, o una concepción de la historia contraria a lo que llamaríamos hoy historicismo, o al eterno retorno y la repetición del acontecimiento como farsa. Evidentemente, dada su epocalidad censora y de persecución, nada es dicho abiertamente y con total claridad, hay que leerlo en modo irónico como se leen los diálogos socráticos o se lee el hiperbólico argumento del genio maligno en Descartes. Erasmo no sólo es el primer humanista y europeísta; es su gran dinamitador y dinamizador.
Hace unos meses hablaba por teléfono con Clàudia, y le leí el fragmento que sigue del Elogio... nos pareció una escritura tan fresca, rítmica, satírica, nutritiva y crítica, que podía ser horneada con el pan de esta misma mañana:
<< [Hay que recordar que quien habla durante todo el libro es la locura y la necedad, no Erasmo; también aquí suena la voz desquiciada] Es, desde luego, mérito mío, que podáis ver por doquier ancianos de nestórea senectud, a los que no queda ya figura humana siquiera, balbucientes, bobos, desdentados, canosos, calvos, o, para describirlos mejor con palabras de Aristófanes, sórdidos, encorvados, miserables, arrugados, calvos e impotentes, y que, sin embargo, se deleitan de tal modo con la vida y se sienten tan jovencillos, que uno se tiñe las canas, otro disimula su calvicie con cabelleras postizas, otro usa dientes prestados, tomados tal vez de un cerdo, otro se perece por alguna chiquilla y aventaja incluso, con sus locuras amorosas, a cualquier muchachito. Pues, cuando ya están con un pie en la tumba y son meros cadáveres ambulantes, es frecuente que tomen por esposa a alguna tierna jovencita, aunque no tenga dote y vaya a ser gozada por otros, y ello se considera casi como un mérito.
Pero aún mucho más gracioso es ver a ciertas ancianas, casi consumidas ya por su larga vejez y tan cadavéricas que parecen haber vuelto del infierno, que, sin embargo, siempre tienen en la boca que la luz de la vida es bella, que todavía se hacen las gatitas enamoradas y, como suelen decir los griegos, aún parecen cabras en celo, intentando a gran precio atraer a un nuevo Faón cualquiera; por ello continuamente se embadurnan el rostro con afeites, nunca se aparta del espejo, se depilan el matorral del viejo vientre, ostentan sus senos mustios y arruinados, con tembloroso gruñido excitan el deseo languideciente, beben y beben, se mezclan en las danzas de los jóvenes y escriben cartitas de amor. Todos se ríen de esto como de grandes tonterías, que es lo que son; pero ellas se sienten satisfechas consigo mismas y se encuentran como nadando entre nubes: por merced mía, son felices.
En fin, aquellos a los que todo esto les parezca risible, yo quisiera que mediten bien en su interior qué creen mejor, si llevar una vida completamente agradable gracias a esta clase de necedad, o andar buscando, como dice la gente, una viga para ahorcarse. Además, lo que vulgarmente se considera sujeto a maledicencias, no afecta para nada a mis necios, que o no sienten en ello un perjuicio, o bien, si lo sienten, se olvidan de él con facilidad. Si les cayera una piedra en la cabeza, eso sí sería perjuicio. Por lo demás, la vergüenza, el deshonor, las injurias, la maledicencia, sólo aportan perjuicios en la medida en que se les presta atención. Si esa atención falta, no son siquiera un mal. ¿Qué daño hace que todo el pueblo te abuchee, con tal que tú te aplaudas a ti mismo? Que tal cosa sea posible, sólo la Necedad lo garantiza. >>
El texto sería hoy impublicable. Sería machista y ofendería la sensibilidad de los ancianos. Me imagino a Erasmo en una terraza de chiringuito cerca de las playas de Benidorm, vestido a lo Tom Wolfe, con unas Ray·Ban para parar el sol, un puro humeante en el cenicero, y un Dry Martini seco en la mano, viendo, mientras escribe su Elogio en el blog, como un grupo de octogenarios con sus botellas de oxígeno, vestidos con mayas y camisetas corporativas de la Coca-Cola, hacen aeróbic o bailan bachata al ritmo que marcan los dorados y deliciosos muslos de una toxicómana condenada a veinte horas semanales de servicios sociales.
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