jueves, 1 de junio de 2017

L'ou de la serp (VIII): ¡La gran coalición!

Desde hace unos años me vengo dando cuenta de algo insólito, quizá nada excepcional, pero para mí, y mi juventud, iluminador. Algo sobre nuestra escritura exotérica, de intervención política, de nuestra prosa en los medios, calando día a día, mermando nuestros débiles huesos, decantándose como grandes gotas de agua, gordas, haciendo profundos surcos, agujeros, en nuestro suelo ético y estético, dejando una plasta como la de un escupitajo. Se la traga la tierra, pero no desparece su sed, insaciable, su hambre de porquerías. El asunto es el que sigue. Las grandes voces o prosas críticas contra el nacionalismo (Arcadi Espada…)  quedan en gran medida desacreditadas al ser incapaces de elaborar una crítica al mismo nivel perforador y erosionador hacia el capitalismo y su cómodo refugio de corte uterina en el Estado hispanísimo en el que chapoteamos. Y viceversa, los supuestos intelectuales de izquierda (la mayoría, los de hoy, son ágrafos y totalmente mediáticos, cuando no, directamente escriben con los pies sucios) radical, morada, o romántica, llegan a demostrar sus audacias y agudezas contra la mercantilización de los cuerpos, el carácter constructivo y disciplinario del sexo, la violencia del lenguaje estructural de la tradición, el peligro de la testosterona hipertrofiada en política que conduce a una personalidad autoritaria, y el fetichismo productivo de una sociedad deshumanizada; pero son incapaces de ver la amputación antropológica del nacionalismo: ese hurgar en las entrañas como chacales, hienas sin mayor escrúpulo que el instinto de supervivencia, ese hurgar el material antropológico primitivo para pervertirlo, adulterarlo, someterlo. Como toda mitología política, y toda mentira sentimental, la reducción de la razón política, la fabricación de una vida y un mundo ficcional sin conflictos, un tiempo diacrónico, el tribalismo y el barbarismo ocultos bajo los ropajes de la vida moderna, su velocidad y su simpatía adherida, son su objetivo último. Pero la izquierda pop, radical, no lo ve, no quiere verlo, no se siente como la subversiva lejía de esas manchas. Omiten, sólo por zafia estrategia mediática y electoral, la asumida e integrada doctrina regresiva y racial que tan bien detectan en las hipóstasis y los tropos del liberalismo. Que dada su posición de antítesis en la dialéctica comercial de las tecno-ideologías resulta una tentadora forma de negocio y, creen erróneamente, una suculenta oportunidad para ocupar la hegemonía política, ya sea con la confianza del más zarrapastroso aliado chovinista. El mainstream de la izquierda española realmente existente revela crudamente su inutilidad, la imposibilidad de su pluma, la escualidez de sus textos, su relativismo moral, los andamios de su propaganda; fruto de la aceptación contaminadora del nacionalismo. Lo aceptan como una estrategia política legítima, como inevitable pragmatismo, un peaje insobornable para la redención y resurrección de la “nueva izquierda”, como un entrañable, exótico e inofensivo animalito político de compañía ensimismado ante el poder arrebatador de la televisión; eso, cuando no lo exhiben directamente como una figurita de Lladró a exponer en los escaparates estrafalarios de la industria cultural. Piensan que son inmunes al contacto con la arqueología del espíritu del pueblo; que las babas y la podredumbre no les envenenan la piel hasta filtrarse en el corazón y gangrenar sus extremidades, pero sí, les invade el misticismo y la religiosidad de su único apoyo circunstancial, que de serlo incluso en el gobierno (o los distintos gobiernos municipales), puede llegar a ser patológico.


Si la izquierda, en su sentido más general, no consigue escindirse del nacionalismo independizándose de los pequeños abrevaderos de poder que les ofrecen, cesiones infinitamente más costosas que beneficiosas para la consolidación de un proyecto político emancipador a largo plazo, su posición en el tablero de las correlaciones de fuerzas siempre será tan fragmentario y subalterno como el de los distintos caprichos y antojos que imponen las desalentadoras identidades colectivas de tierra y sangre. Condenados a vagar eternamente por los senderos de la oposición parlamentaria, civil, y los márgenes institucionales, se verán sometidos al juego de los navajeros internos, mientras que los indecibles bloques conservadores y liberales no sólo se consolidan y solidifican en la partidocracia como segunda naturaleza, sino que como canalización de una fuerza  repulsiva, provocarán una derechización total, irreversible, mediática, económica y cultural, de la sociedad. Ya vivimos en un país reaccionario, lo suficientemente demacrado política e intelectualmente como para que se condene además a toda posibilidad de un movimiento de izquierdas, a convertirse, al modo de un Destino inalterable, en una fuerza de progreso regresiva, cuyas figuras no estén por inventar en las canteras de la esperanza de algo nuevo (pero basado en las condiciones reales del presente) sino sumergidas en el formol de un pasado histórico mítico, irracional, caduco, y fracasado, que sólo conduce a la ruina. La izquierda más contestataria, por decirlo de algún modo, y la socialdemocracia (¡ay, dios, si pudiese separarse de la tecnocracia!) quizá no lo entiendan nunca, pero la única alternativa al nacionalismo y al capitalismo de Estado ibérico, es su ignominiosa pero necesaria, y esta vez sí, ¡Gran coalición!    

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