viernes, 7 de abril de 2017
L'ou de la Serp (I)
Hacía una mañana fresca y radiante, el mar resplandecía y decidía el color del cielo, brillaba intensamente en los ojos del espectador, y el aire venía salado de sus entrañas. Gaziel, ensoñado, solitario, sentado en un banco del passeig de Mar, mientras paladea el agradable sol que cae sobre Sant Feliu de Guíxols, reflexiona y pasea por sus recuerdos. Era 1957, en los primeros días de un verano sometido a la escritura, y sus antesalas burguesas; los ensayos fallidos de un oficio muy próximo al gran arte, cuya dialéctica oscila entre lo grotesco y lo sublime. Y tras años de derrotas y fracasos morales, el escritor catalán pretendía hacer repaso de su vida, y de un tiempo infame, para enfrentarse a sus fantasmas a través de la construcción de una magna literatura melancólica -y en este punto no tiene rival-, cuyos andamios venía preparando desde hacía años con el periodismo y su trabajo como cronista y corresponsal en la Gran Guerra para La Vanguardia. De la que sería posteriormente uno de sus directores en 1931 hasta el levantamiento militar de 1936. Escribiría los textos más importantes y clarividentes para entender el catalanismo político de su época y la construcción histórica de un país en conflicto identitario permanente, casi consustancial. Lo haría amargado por la España sol y moscas, negra y magra, que le condenó, con ayuda del catalanismo más bárbaro, al ostracismo cultural y político, al olvido en el presente y a ser otro en su propia tierra, extranjero y extraño en su casa.
Su prosa detalla con lirismo y morosidad grandes evocaciones del gran delirio que enfermó su tierra y su gente, y que en el fondo identifica con una profunda derrota histórica: el catalanismo y su fatalidad; la imposibilidad de su autonomía. Abrazó la causa como su destino literario, político y personal, con un entusiasmo, a veces, descorazonador y con un escepticismo y resignación que sólo permiten la inteligencia. No entraré en las interioridades de ese Delirio -pues son el objeto de esta serie larga de notas y apuntes que inicio: L'ou de la serp-, y la huella que dejó en Gaziel, hasta el punto de convertirlo en un hombre y un escritor manqué. Sí destacaré una de sus más recurrentes, afinadas y corrosivas frustraciones, cuyo correlato político ha conducido a una radicalización del movimiento nacionalista y a su mayor descrédito y deslegitimación intelectual y estética. Gaziel, como él mismo escribió en su Història de La Vanguardia (1964), pretendía hacer del periódico de los Godó algo así como el intelectual orgánico de Cataluña, para convertirlo en el gran interlocutor mediático-cultural con España. El órgano nacional debía catalanizar Cataluña y catalanizar a los españoles escribiendo en castellano, conservando su tradición literaria y su lengua, y abandonar su megalomanía y ensimismamiento, un endiosamiento peligroso y estúpido, para convertirse en una referencia moral e intelectual española. Subyacía en todo eso la única vanidad, aceptable, del catalanismo (des)político en el pasado siglo: ser el conductor de los asuntos españoles, y serlo de un modo europeo. El catalanismo burgués quería transformar y gobernar España para cambiarla, y mantener el vínculo, sin contradicciones ni hipóstasis, con el campo semántico e ideológico de la vida moderna: la velocidad, el deporte, la industrialización y el desarrollismo, el turismo de masas, la publicidad y la televisión, la moda, y los restaurantes de carne a la brasa y frites. No acabo de creer en esa ficción de encaje del nacionalismo, siempre cabe sospechar y desconfiar de su naturaleza primitiva y sus rudimentarios engaños, pero en fin, existía ese catalanismo político de un modo empírico e integrado en un marco español, aunque fuese para transformarlo y reescribirlo. Nada tenía que ver con el actual juguete delirante con tendencia a la comarca y a la aldea, ¡ese provincianismo atroz!, que les parece tan vergonzosa y ofensiva la postura gazeliana.
El sentimentalismo: el gran fracaso del viejo catalanismo político; la indiferencia de la élites hacia España, su irresponsabilidad, su desidia, su hermetismo folclórico, el etnicismo, la pasión por sus demonios. Gaziel lo lamentó, como lamentaría el desbordamiento del delirio actual, la misma sentimentalidad, patética, ridícula, insensible. Su recuperación, esa imagen de Gaziel que da inicio a la melancolía y a sus memorias; pintar ese cuadro y ese crepúsculo a lo W.Turner, "hombre en el passeig de Mar".
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