miércoles, 19 de octubre de 2016

El Sileno invertido

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Las formas religiosas del nacionalismo, ese modo de trascendencia y escatología política, ya no se esconden, tenemos un relato fáctico, con la vergüenza de su propia indigencia intelectual en las distintas formas del mito; de nuevas mitologías políticas que aún permitían conservar una cierta dignidad estética. Han preferido la degeneración, la analogía religiosa sistemática, junto a ese olor encerado a sacristía, junto a esa consustancial oscuridad y opacidad, de ese virus del lenguaje que es la religión. Se expresan, ¡y cómo se expresan!, ¡enfáticos!, ¡grandiosos!, ¡robustos!, con la claridad del dogma; dice la tal Rahola en su discurso del Domund: "Si es pertinente hacer proselitismo político cuando el que lo hace cree que defiende una ideología que mejorará el mundo, ¿ por qué no ha de ser pertinente llevar la palabra de un Dios luminoso y bondadoso que también aspira a mejorar el mundo?". Efectivamente, al margen del analfabetismo que contienen estas palabras, la tal Rahola es el Sileno invertido de Giordano Bruno, aquello que parece noble, bondadoso, magnífico en su forma y de apariencia divina, realmente oculta la barbarie y el salvajismo, un viejo, gordo y borracho. Como Bruno (Expulsión de la bestia triunfante, 1584), cree que el sacrificio religioso sólo puede hacerlo el príncipe, el rey, y no el sacerdote, o cualquier otro, pues después del sacrificio de Cristo, la redención del género humano caído, ese mundo organizado por el pecado, ya no puede renovarse. El mal debe expiarse por el mundo espiritual que está en manos del poder político, del cuerpo político. El nacionalismo afianza ese esqueleto teológico de la política, eliminar los restos, sangre, tierra y sudor, de la teología política, parece ya imposible; meras ilusiones de emancipación...




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