sábado, 24 de septiembre de 2016

La tierra sola

Es curioso, pero me da la sensación que no todo el mundo vive los días de tedio y zozobra nacionales que nuestra época imprime, de la misma manera, de su única manera, con asco y resentimiento. Mi malestar no hace más que crecer a la velocidad con que lo hacen los niños, afecta incluso a mi vida personal; pues cierto es que la vida y la política no son exactamente lo mismo, pero su límite es frágil y vidrioso, en ocasiones, imperceptible. Aquellos que lo distinguen nítidamente, aquellos que viven la vida "personal" inscritos en una comunidad política, como "si no pasará nada", como "algo más que sucede en el mundo", como "algo inevitable", como si fuera una tormenta o un terremoto (mayormente provocadas por la miseria moral y la cruda y despótica ignorancia) me repugnan. Por mentirosos, por idiotas, por estafadores, porque en el fondo tras su supuesta independencia se ocultan las formas más viles y cobardes de la indiferencia, la indolencia y el egoísmo, que tan bien, a la pequeña escala de las costumbres cotidianas, le funciona al Capital. Destruir la esperanza de un mundo sólido de palabras, gris, en la edad de la razón, afecta inevitablemente a nuestras vidas, y de un modo devastador si conservamos aún algo de sensibilidad ética y estética para con el mundo; para hacer presentable el mundo. Comprometerse no sólo es actuar, o al menos, actuar de la manera tradicional: militar en partidos políticos, sindicatos, ¡qué bicoca!, o abrazar cualquier fe política, cualquier ideología en su forma religiosa o mítica. Intentar comprender lo que sucede, ya es un modo de comprometerse, algo inútil y poco práctico, pero al menos consciente; uno se sabe formando parte del barro de la historia, aplastado por esa avalancha del tiempo desordenado, pero consciente en la medida de lo posible, del mundo, levantándose con dignidad y honradez ante él. La única tarea limpia, al menos hoy, ahora, aquí, es pensar, comprender; el único modo de reorganizar el pesimismo, para luego, por fin, actuar. Esto último ¿lo digo en serio? No sé... Quizá... con pensar me vale para toda la vida, el actuar se corrompe rápido, y degenera en formas muy peligrosas. No sé lo que me digo ¿o sí?, quizá, puede, pero al fin... Reconozco mi estupor, mi desorientación en el mundo, mis propias, y pequeñas, contradicciones, pero no, nunca, la indolencia e indiferencia que veo en mi generación, ¡tan jóvenes y tan estúpidos!,¡esa desmemoria!,¡esa desmesurada e insultante ausencia de gusto, de sensibilidad! , pobre Brillat-Sivarin, escribió, como tantos, en vano, para nada, para nadie... Para la frivolidad y el entretenimiento como mucho... No sólo en los apolíticos, ¡bah!, los que sólo buscan negocio incluso en la miseria y la decadencia, tristes aspirantes a emprendedores, abogados de bufete, gilipollas varios, sino en los estudiantes del "tiempo nuevo" y los supuestos, incipientes, académicos, también en ellos, identifico la desmemoria. 

Esa imposibilidad de relacionarnos con el pasado, que ya mencioné en otro sitio; esa relación estéril de acumulación, de amontonamiento mórbido, de un pasado hermético y cerrado, como ya superado, en ocasiones abolido, es la causa, a mi juicio, de los males que nos abrasan en el discurso político de nuestros días. Si el pasado fuera más accesible y no se presentara como concluido, quizá su experiencia aún nos interpelaría y nos impactaría, dejando alguna huella, o algún precario rastro, gravado en nosotros. Parece poco. Pero construiríamos una imagen del mundo mucho más compleja, decente, digna, presentable, asumible. El problema es que aceptamos, toleramos, y nos divertimos, sobre todo eso, el ocio, en una degradación permanente de lo político y lo cultural. La televisión es el gran canal de esa progresiva e imparable degeneración, la causante de la desmemoria también. La televisión forma parte de nuestras vidas, perfectamente integrada en nuestro salón, en la cocina, o en las habitaciones, pero es un parásito que lo banaliza y relativiza todo, que frivoliza lo esencial y no permite ningún resquicio para el pensar, crítico y racional. No da tiempo, no hay brechas, no hay espacio, no se puede salir limpio una vez se entra, nos embrutece, y hay que reconocerlo. Todo es vena, sangre, emoción hipertrófica, diversión, entretenimiento, ociosidad, y propaganda, es decir, pura ficción, mentira. Una mentira que transforma las vidas y la política en vacío televisivo, en la nada más absoluta intercambiable por publicidad y dinero basura. Algunos, tienen más mecanismos que otros para distanciarse, negar esa manera de narrar la realidad, tan imperativa, tan dogmática, ciega y utilitarista, tan rápida y absoluta que engulle todo los tiempos excepto el eterno e inmutable presente. ¡Se vende hasta el futuro, mientras se acumula y se gangrena el pasado! Los que no disponen de  instrumentos críticos - y esto va a doler: depende más del carácter, la idiosincrasia, casi que de la cultura; tan carnívora como la televisión, y desde que es industria, son, en fin, ya lo mismo- interiorizan el discurso dominante. Que combina la estructura burocrática de los Estados de masas y los ridículos dogmas de la eficiencia económica: la maximización del beneficio. Personalmente me cuesta respirar este aire, y respirarlo además con el irrisorio y ruidoso pueblo que me rodea, más. Fuera de la tele, los hombres juegan como niños, ¡hay fútbol a todas horas!, informan de una tragedia política (corta, manipulada, adulterada, estetizada, bah) y acto seguido conectan con unos idiotas multimillonarios dando balonazos, aplaudidos por unos muertos de hambre que les adoran; es un desastre. Desolador. El lujo, antes, podía existir con cierta discreción, pero ahora, te lo restriegan por la cara a todas horas, su impúdica exhibición a nadie le importa, todos quieren ser ellos, esos adultos jugando como niños que ven por la caja vacía. Todo pasa arrollando, con total impunidad. Seguramente no viviríamos, incluso los pobres, con tanta diversión, plenitud, opulencia y abundancia sin el desbordamiento del capitalismo, pero seguro, se viviría más hondo, con mayor profundidad, con mayor dignidad, con más tiempo, lento, recostado. 

Todo lo anterior parece un grito desolado, en su conjunto, un gran vómito de tinta, visceral, poco racional, demasiado sentencioso. ¿Sí?, ¿seguro? Puede que no esté bien expresado, que no consiga la belleza y la resistencia que la escritura requiera, pero transmite una verdad inquebrantable de nuestro tiempo: El ocio ha sustituido al pensamiento, crítico, como tarea fundamental en la vida humana, ha envenenado una generación entera que dócilmente se deja hacer. Una piscina, un coche, pueden más que la memoria, que la moral. ¿Todos estamos enfangados en eso? Sí. ¿De la misma manera? No. ¿Hay buenos y malos? No. ¿Hay mejores y peores? Sí, claro. ¿Se puede cambiar? No, pero lo sueño. ¿Se puede resistir y soportar? Sí, ¿sí?, pero únicamente en la tierra sola. Aquel lugar, en el que sin moverte, sin cambiar, rodeado de gente, de pronto descubres que estás solo, que andas solo. Y eso, hay que llevarlo...

 

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