Leí hace poco en lo de J.Jorge Sánchez, Bajo la Lluvia, una pequeña columna, así aparece en mi ordenador, sobre la estúpida polémica del pregón y el pregonero de la Mercè, creada, cómo no, por los nacionalistas. Javier Pérez Andújar, escritor del que yo tampoco he leído nada, fue el protagonista del festejo, el muñeco del pim pam pum de los intransigentes y paranoicos independentistas, aprovechado para la propaganda más burda y grosera de manos del payaso de la corte, el graciosillo institucional, el papagayo de palacio, Toni Albà. El acto y el contra-acto del pregón, reflejaron, como sucede con todo desacoplamiento, la verdad en forma de dos Barcelonas recreadas, una bellamente nostálgica, pero realista, y la otra suciamente, perversamente, desiderativa. Andújar (maravilloso apellido) era la literatura, y Albà la propaganda. Reconozco mi pereza. No entraré en el fantasioso, mitológico, regresivo, y reaccionario discurso del chistosete para tunantes, ese tumulto de fatuidad que aplaudía y reía sus gracias con ímpetu y entusiasmo, que lejos de disimular con la distensión, enfatizaba su carácter étnico; sus ojos rojos de rabia y aburrimiento. El mecanismo propagandístico es demasiado rudimentario, simple y ramplón; sólo esas cabezas asimiladas al vacío y la nada, podían soportar las resonancias de la mentira.
Escuché el pregón de Andújar. Me pareció un ejemplo de claridad y tristeza. Unas bellas palabras envueltas por una cruda situación económica y un oscuro pasado, como si el dinero, ave de presa, desgarrase las tripas de las palabras. Quizá el dinero no sea el problema, pero sí el dinero en determinados contextos, ahí, en esos que conocemos tan bien, es un depredador, una máquina de sufrir. Repito que escuché, ¡y desde un ayuntamiento!, palabras benévolas y bondadosas hacia la dignidad quebrada, una voz dulce y pausada que recuperaba del saco sin fondo del olvido hombres rotos de carne y hueso imprescindibles para la cultura real, no oficial, pero anónimos; se les puso nombre y honor como sombrero desde una institución. ¡Eso sí que es revolucionario! Acostumbrados a las charangas donde se premia con pompa institucional a empresarios, militares, curas, politicastros y académicos, ¿hay alguna diferencia?, se dedicó un día, y un momento, a escritores de verdad, periodistas radicales, editores que amaban su oficio, no su negocio, a dibujantes que nutrían la infancia de un país y construían mundos azucarados e imaginarios para niños y adolescentes, porque era el único modo de huir, y comprender, de una realidad gris, tediosa, mórbida, e incluso, brutal. Conozco bien, conocemos seguro, el desprecio que en el nuevo (ya viejo) hombre económico despiertan las actividades, más bien oficios y trabajos, destinados a la belleza y la contemplación, y no al interés empírico inmediato. Y por supuesto, sabemos lo poco receptivos que son los nacionalistas, sujetos insensibles y carcomidos, a todo aquello que no abrace su causa religiosa, su expiación. En la cultura se ve claro, todo aquello que no obedezca a la redención, que no afirme glorioso un supuesto pueblo, lenguaje, o espíritu del pueblo catalán, está fuera de los cánones, de la oficialidad, marginado y condenado al ostracismo. Si no desprendes ese inconfundible olor a sacristía estás fuera, no existes. Hay que recordar que Andújar (no me canso de su música, es tan andaluz, morisco...) es un espécimen de la Catalunya no institucional, no es hijo ni del nacionalismo, ni del pujolismo, ni del tercerismo, es simplemente un humilde escritor, fuera de la red clientelar que concede subvenciones, fuera del rebaño de plañideras que debe tener la lengua como un estropajo de tanto lengüetear a quienes mandan, y pagan. Alejado, por supuesto, de esa palabra nefanda: charnego, mal catalán, buen catalán, integrado, etc. No sé si sus libros serán buenos, pero su condición moral y sus pregones sí lo son. Admito cierto estupor ante la idealización de las ruinas, cierto escepticismo ante un mundo que jamás, que yo sepa, existió con tal plenitud ni alcanzó a expresarse fuera de su obra creativa, fuera del pregón de Andújar. Sin embargo, aunque sólo sea como objetivo utópico, en minúsculas, el ideal me parece mucho más noble, bello y delicado que la decadencia glorificada que pretende esa basurilla regresiva del nacionalismo. La diferencia es clara, y no es menor: un mundo sólido de palabras y libros (y oficios de hechos de palabras y libros), o un mundo hecho de razas y patrias. Así, de partida, no está mal.
Todo esto puede parecer: palabras vacías, insultos, gritos, opiniones sectarias, histrionismo, lo que se quiera... Pero cuando se atiende a las genuinas experiencias políticas ordinarias de una ciudad, que suceden con el mero vivir, el mero estar ahí, disponible, con los ojos bien abiertos, cobran una densidad y un volumen nada desdeñable, su peso, se equipara, compite, con el peso del oro y la pequeña verdad. Yo vivo en Barcelona, paseo por sus calles y sus plazas, como y bebo en sus restaurantes, leo sus castos periódicos, conozco su universidad, la facultad que debería ser la más emblemática y ahora es faramalla, sus actos culturales (intelectuales, ¡quién los pillara!) convertidos en pura oficialidad, propaganda, no queda casi nada virgen al margen de la degradación institucional con cierta relevancia y radicalidad crítica. Un desierto de hienas. Viven en manada, indiferentes, se alimentan de excrementos y cuerpos ya muertos, hacen el amor una vez al año y ríen continuamente. Yo, que vivo en Catalunya (también en España), no podría reírme continuamente sin ser una hiena. La evidente decadencia cultural (estética) y política no será problema mientras la ociosidad y la opulencia material se mantengan en la mayor parte de la sociedad catalana; incluso la precariedad y la explotación económica son soportables mientras permitan vivir con las migajas, con los restos, mientras se pueda elegir entre el fútbol (una verdadera divinidad con el Barça) y las camisetas de superhéroe independentista. Esta extraña reducción de la libertad (y de la política) es algo antiguo. Max Aub a su tardía, y no esperada, llegada en 1969 a España, ya la soportó, resistió y combatió, escribiendo, así: "¿O de la libertad? ¿Qué es? ¿Dónde oí este nombre? ¿Con qué se come?" Los españoles, en aquel tiempo, simplificaron la libertad reduciéndola a elegir entre toros y fútbol, olvidando la libertad política, hoy, aquí, sucede algo parecido con las liturgias teológico-nacionales (un proceso de asimilación al discurso económico-nacional dominante, suprimiendo lo político). Para lo que hemos quedado...
Lo verdaderamente preocupante en Catalunya, es que actuaciones tan deplorables como las del papagayo nacional no sean la excepción, sino la norma. Que no sean extrañas, sino ordinarias, que no disgusten o produzcan estupor, sino que extasíen de placer, de risa, de orgullo patrio, de todo, a todos, hasta explotar. Esta excepcionalidad no la vivo sólo en sueños, alguna amiga es capaz aún, de hablar con una franqueza, ¡hablar de ese modo!, ¡tan crítico!, casi subversiva. Quedé, como suelo hacer con frecuencia, con ella, para hablar, en un bar, en un café, de libros, de filosofía, de literatura, de cine, de la vida tostada por el sol. Con esa inteligencia sutil y ácida, esa sensibilidad puesta en el instante, deteniendo el tiempo, el mundo, la brutalidad del circuito comercial productor del sentimiento de culpa, deteniendo, la grotesca zozobra e hipocresía del estado nacionalista, arrollando, arrasando, con lo político. La vi. Fuerte, sólida, firme, soportando el trabajo, día tras día, seguro que siempre se sale con la suya, leyendo y traduciendo, ahora, escribiendo. Magnífica. Sin rencor (no como yo), y en el fondo, seguro, llena de esperanza. Vive al descubierto, sin miedo (al menos, como sucede con Askildsen, parece que nunca hayan temblado de miedo), dale que dale, sin doblegarse. Acabarán por respetar a gente así y todo cambiará. ¿Seguro? ¿Hay muchos así?, y lo que más me interesa, ¿hay muchas así? ¿Soportarán, resistirán, todos?
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