viernes, 15 de julio de 2016

¡Bilis! Escribir con las tripas

La realidad nunca me decepciona; de hecho, nunca decepciona a nadie. Podrá parecernos grotesca, sórdida, ensordecedora, brutal y hasta cruel; claro está también que nuestra resistencia respecto a su yugo nos ofrece los más maravillosos destellos de belleza, dignidad y coraje. Pero nunca nos traiciona ni nos acusa, pues de ella no cabe esperar nada más que su disoluta indiferencia y su esencial dispersión y distracción que el desorden del mundo ofrece gozosamente a los ociosos, a los que no nos tomamos la vida demasiado enserio. Dejando ese poso de desencanto y extrañamiento que produce la supuración vital que es la desolación; y que no debe confundirse con la ira o con el odio del quebranto de las esperanzas y las promesas de algo que jamás nos las ofreció. La resistencia sin el talento o el brillo de la inteligencia solo pueden conducir a la desidia; esos atributos, frutos naturales o del trabajo, ayudan a no caer ante las brumas del tedio y la zozobra, ni en los pozos del absurdo y la ausencia de sentido, que de facto existen y son constitutivos del mundo, pero que por derecho y de modo artificial podemos cambiar. Uno de los modos que conozco de buscar y perseguir esa inteligencia, uno de los modos de ejercitarla, ensayarla e inventarla es el arte y su sujeto, el creador. En este particular caso, la escritura.

Sólo cuando la palabra envuelve la vida en lucha puede brillar entre sus escombros, aunque nunca pueda reconstruirlos, eso pertenece a una dimensión fuera del simulacro, mucho más terca y zafia, y a su vez más sensual y corporal, qué duda cabe. Como toda actividad, y en sus mejores momentos oficio, tiene distintas dimensiones que la conforman: económica, ética, estética e intelectual. Veo en la escritura, en este caso y para sintetizar, fáctica, un modo de ganarse la vida, un oficio y profesión que como cualquier otro se articula con el trabajo remunerado, cuyas condiciones, la soledad entre ellas, abandonan los sonidos líricos y épicos, y se aproximan a lo mecánico,

lo mecánico,
lo mecánico,
lo mecánico...
Cierto que el componente moral no existe en todas las profesiones, pero en la escritura, pretende oponerse a algo o resistir una presión en su medio, sea una decadencia, una degradación o un conflicto y una lucha para mantener algo que pretende olvidarse, eliminarse o negarse; algo evidente en los géneros de la memoria que implican un compromiso del creador. El valor físico es una extensión moral que también se entiende como un valor intelectual, y que en nuestra cultura hispana, especialmente entre nuestro mediocre y decadente mandarinato se desprecia con injustificada arrogancia y vana superioridad. ¿Cómo sino se han podido borrar los nombres de Luis Martín-Santos, Max Aub, Corpus Barga, o Rafael Barrett, de nuestros libelos literarios? ¿cómo sino la somnolienta y estupefaciente "crítica" ha dirigido su estéril mirada hacia los objetos vacíos de la cleptocracia, otros sitios más comerciales y desmemoriados? La escritura solo puede existir en su perfecta expresión y realización estética, vinculada armoniosamente a su compromiso; de lo contrario, sencillamente hablamos de redactar como un burócrata y no de escribir como escriben los hombres. El creador, o escritor fáctico, debe encarar la belleza de la misma manera, con la misma imparcialidad y con el mismo compromiso con que mira la verdad y la enmarca, la representa, la reproduce. Cualquier excusa o alternativa que nos libere de estas tareas, será uno de los infinitos disfraces de la mentira, la malicia, la pereza y la ignorancia. Ver el elemento estético como algo decorativo es necesario pero no suficiente. La parte recreativa, ociosa, entretenida y lúdica de la escritura no puede infravalorarse pero tampoco frivolizarse y aislarla de su contexto: su íntima vinculación con la dimensión intelectual. La belleza, o la creación del placer en la escritura, sólo pueden justificarse y legitimarse si obedecen a una voluntad de comprender el acontecimiento, la realidad, de soportarla sobre los hombros; sin ese vínculo, la belleza es hueca, cascabelera y vulgar: confeti, cosmética y bisutería. 

Entendiendo así la escritura no es de extrañar que me interese todo lo que dice, me dice, R. Una mujer atenta a la vida, y a estas cosas del tomar distancia y reflexionar, que advierte en mi "escritura", bilis, ¡bilis!, dice. Qué más me gustaría a mí, que golpear en la boca del estómago al lector, agarrarlo por el pelo y arrastrar su jadeo y la convulsión de su cuerpo, hasta mi meta. Ambos entendemos, ella por inteligencia y yo por olfato, carácter, que escribir con las tripas tampoco es del todo malo, es una concesión sana a lo que se llamaba la verdad del cuerpo; como un tirón eléctrico entre los hombros, espalda abajo que te pone en tu sitio, militarizado, petrificado. Aunque ese fétido liquidillo, amarillento y denso, que impregna la letra tecleada deje un rastro indeleble de las debilidades y afecciones del que escribe, lo cierto es que revela los circuitos emocionales y sentimentales con absoluta nitidez, revelándose a su vez la textura de su honradez y la temperatura de su moral. Una exhibición del "yo" sin trampas que permite la transparencia y la claridad, en la medida en que la naturaleza misma de escribir lo permita, del texto y su autor. Cierto es que sin medida o límite en este proceso se acaba perdiendo no solo la distancia prudencial de la reflexión respecto a la experiencia, un proceso infatigable de enfriamiento, como la vejez, sino su lugar aparentemente invisible, cómodo y cálido, desde el que se siente seguro e intocable el creador. Ambos, peligros, que se debe estar dispuesto a correr, y a aceptar, cuando se muestre que lo escrito es mediocre. Todas las tripas y las vísceras expuestas en este blog, o diario personal, evidentemente no llegan a componer una idiosincrasia como aparato crítico, como sucede con Kraus, ¡más me gustaría!, pero tampoco son la perversión de la mediación y la distancia para la reflexión, pues los fantasmas y las bestias negras no sirven como única legitimación y justificación de lo que se dice. Se pretende razonar con el fuerte olor de los intestinos fuera del cuerpo, dejar en carne viva la piel de la moralidad de los otros y sustraer las entrañas estéticas de su oscuro silencio, con el único fin de golpear como golpea el seco juicio, preñado además de razones. Los objetivos de estos breves textos pueden ser sanguíneos, a veces producto de los fluidos intestinales, pero las descripciones, juicios (morales o no) y razones que llevan a ellos, pretenden mantener la frialdad cortante del vidrio, su transparencia y limpieza, aunque al final acaben manchados y empapados de sangre como los colmillos de un sabueso. Mientras se mantengan, aunque sea bajo mínimos, los elementos que conforman las dimensiones esenciales de la escritura anteriormente expuestos, es en cierta medida indiferente si el objeto del texto es una víscera, un corazón o una red neuronal. Quizá no pueda escribirse combinándolo todo, o tal vez sí, se lo preguntaré a R...  

   


No hay comentarios:

Publicar un comentario