viernes, 12 de junio de 2015

Reichenbach y la inconmensurabilidad de los lenguajes



Uno de los temas más recurrentes en las conversaciones con mi querida C, - que al menos si no siempre es cuestionado en profundidad, siempre es mencionado - sea en la arena de la playa bajo el sol, en las húmedas noches de cena en Barcelona, o sea en cualquier paseo vecinal: es el pedantesco tema de la inconmensurabilidad de los lenguajes. Una trampa discursiva a la que siempre recurrimos cuando el cul de sac en el que nos hemos metido complicaría nuestra existencia innecesariamente. Recuerdo la última conversación sobre este tema, siempre más que grata, en la que me explicó porqué la concepción del tiempo de Einstein no podía contraponerse a la de Hegel o Heidegger - o en todo caso una no podía negar a la otra en esos términos de boxeo en que yo lo planteaba -. Aliados a los que recurrí para evitar por un lado, hacer patente mi ignorancia rampante, y por otro, evitar lo que me parecía, erróneamente, un dogmatismo científico, véase positivista. Como siempre, o casi siempre, llegamos a un entendimientos y nos pusimos de acuerdo en superar las dificultades de una contraposición de suma cero, y reconocer en cada uno de los autores la lógica o legitimidad de su propio discurso, sin por supuesto caer en el manido relativismo. Aceptamos que si una "ciencia" (entendida también como la filosofía del XVI hasta el XIX ) se define por su método y su objeto de estudio, deberíamos reconocer una cierta diversidad de los mismos, una pluralidad en que no todos los métodos ni objetos se escriben en clave positiva o empírica.  

Esta aceptación o prudencia epistemológica no es moneda común en los círculos más integristas de la escuela de Viena. Reichenbach, el prestigioso filósofo de la ciencia, en el primer capítulo (La Pregunta) de La filosofía científica, marca las líneas generales de su discurso a través de un ejemplo concreto y textual (como debe ser) en el que citando a Spinoza, intenta demostrar la necedad y estupidez de sus palabras, la confusión y oscuridad con la que escribe: "La razón es sustancia, así como fuerza infinita. Su propia materia infinita sustenta toda la vida natural y espiritual, así como la forma infinita, que pone la materia en movimiento. La razón es la sustancia de la que todas las cosas derivan su ser". Y tras hacer algún que otro comentario irónico y sarcástico sobre los estudiantes de filosofía (continental), considera lo que cualquier hombre ilustrado o de ciencia podría preguntarse: 

"Consideremos ahora a un hombre de ciencia acostumbrado a usar palabras en tal forma que toda oración tiene un significado. Sus juicios estan construidos de modo tal que siempre puede demostrar su verdad. No le importa que la prueba requiera largas cadenas de pensamientos; no le teme al razonamiento abstracto; pero exige que el pensamiento abstracto esté relacionado en alguna forma con lo que sus ojos ven y sus oídos oyen y sus dedos tocan. ¿Qué es lo que diría este hombre si leyera el pasaje en cuestión?
Las palabras "materia" y "sustancia" no le son extrañas. Él las ha aplicado en su descripción de muchos experimentos; ha aprendido a medir peso y solidez de una materia o una sustancia. Sabe que una materia puede estar formada de muchas sustancias, cada una de las cuales puede tener un aspecto muy diferente de la materia. De modo que estas palabras no ofrecen ninguna dificultad en si mismas.
Pero ¿qué clase de materia es aquella que sustenta la vida? uno se inclinaría a pensar que es la sustancia de la que están hechos los cuerpos. ¿Cómo entonces puede identificarse con la razón? La razón es una facultad abstracta de los seres humanos, que se manifiesta en la conducta de éstos, para ser más modestos, en partes de su conducta. ¿Quiere decir entonces el filósofo citado que nuestros cuerpos están hechos de una facultad abstracta que les es peculiar?
Ni siquiera un filósofo podría decir semejante absurdo. ¿Qué quiere decir entonces? Posiblemente que todos los acontecimientos del universo están arreglados de tal modo que sirvan a un propósito racional. esa es una aseveración que puede ponerse en tela de juicio, pero al menos es comprensible. Pero si es eso lo que el filósofo quiere decir, ¿por qué hacerlo en una forma tan misteriosa?" 

El ejercicio de Reichenbach de extraer un fragmento de un autor complejo y ridiculizarlo sin tener en cuanta el hipertexto, resulta tan exiguo como pretender ridiculizar el traductor Google con un texto de  Proust. Pues por ejemplo, todos los del gremio sabemos que en Spinoza, hablar de "muchas sustancias" como se dice en el fragmento citado, es una tontería que la lectura de la tradición puede evitar. Respondiendo a su última pregunta, el bueno de Reichenbach olvida la noción de géneros literarios, en la que la forma de escribir no es indiferente de su fondo o contenido; el modo de presentar algo, de mostrarlo o expresarlo implica una sensibilidad: una estética siempre reñida con la técnica. Cuando se abandona toda estética en el decir, lo técnico carece de su precisión, y lo que es más importante: carece de comprensión; único modo de hacerse visible, y por lo tanto, real. El objetivo de lo técnico es ser operativo y funcional, y para ello necesita distintos modos de ser representado para ser aplicado, distintos modos de ser revelado bajo una forma (todo contenido para serlo necesita una forma que lo perfile y delimite) que como tal, sólo puede ser estética. De modo que el "por qué hacerlo de esta forma" responde a una necesidad de estilo, entendido como dice Adorno, como el momento amplio mediante el cual el arte (contenido) se vuelve lenguaje y la forma se actualiza y expresa vivamente. Estilo literario se supone. El modo de pensar del autor ya implica un estilo o modo de escritura, su técnica ya implica una estética, o ya es estética. No podía articularse un pensamiento tan característico como el de Spinoza de otro modo estético sin desvirtuar alguna de sus tesis o principios. El lenguaje prosaico es tan estético como técnico puede serlo el poético, y viceversa. Dicho esto, veamos lo que dice Adorno en Minima moralia sobre el lenguaje dialéctico en filosofía, que debemos tomar como otro género literario; en el que se implican tanto una estética como una técnica indisolubles:  

" [...] Para el intelectual que se propone hacer lo que antaño se llamó filosofía, nada es más incongruente que, en la discusión - y casi podría decirse en la argumentación - quiera tener razón. El propio querer tener razón es, hasta en la más sutil forma lógica de reflexión, una expresión de aquel espíritu de autoafirmación cuya disolución constituye precisamente el designio de la filosofía [...] Cuando los filósofos, a quienes, como es sabido, les resulta siempre tan difícil guardar silencio, se ponen a discutir, debieran dar a entender que nunca tienen razón, más de una manera que conduzca al contrincante al encuentro con la falsedad. [...] Pensar dialécticamente significa, en este aspecto, que el argumento debe adquirir el carácter drástico de la tesis, y la tesis contener en sí la totalidad de su fundamento. Todos los conceptos-puente,  todas las conexiones y operaciones lógicas secundarias y no basadas en la experiencia del objeto deben eliminarse. En un texto filosófico, todos los enunciados deberían estar a la misma distancia del centro. Sin haber llegado a expresarlo, la forma de proceder de Hegel es testimonio de esa intención. Como ésta no admitía ningún primero, tampoco podía, en rigor, admitir ningún segundo ni nada derivado, y el concepto de mediación lo trasladaba directamente de las determinaciones formales intermedias a las cosas mismas con el propósito de que su diferencia con un pensamiento mediador y exterior a ellas quedase superada. Los límites que en la filosofía de Hegel miden la efectividad de tal intención son al mismo tiempo los límites de su verdad [...] "

Pueden reducirse los dos tipos de lenguaje, el de Reichenbach y el de Adorno, a una comparación entre lo positivo y lo negativo; un lenguaje atiende a la afirmación de los objetos como modo de conocimiento y el otro a su negación. Independientemente de cual nos parezca más aceptable, más sensato o verdadero - esta claro que el positivo es con el que nos movemos en la vida - lo cierto es que ambos son inconmensurables. Es decir, los términos y parámetros en los que se inscribe el primer tipo de lenguaje (el positivo), no sirven ni para trabajar con los objetos negativos ni para desacreditar los fundamentos de su discurso o lenguaje operativo. No se pueden comparar peras con manzanas para encontrar la mejor manzana. El lenguaje binario o analógico que en este caso plantea un juego de suma cero, en que todo lo que gana uno lo pierde el otro, presupone una unidimensionalidad del orden del discurso, de la aprehensión del mundo y de su ordenamiento. Para desacreditar o descomponer el fundamento epistémico de cada uno de ellos en sus contradicciones y paradojas, sólo puede hacerse desde su propia lógica y su interioridad, desde sus propios términos, nunca desde el exterior y con lógicas ajenas. Esto es: una técnica debe ser analizada desde su propia estética (estilo) y viceversa. Y a partir de las conclusiones que de ellos sacamos, optar por priorizar el pensamiento de un problema con un método u otro, priorizando una dimensión del objeto u otra. El método para Reichenbach era el científico y su referencia la realidad empírica; mientras que para Adorno (y Hegel y Spinoza...) el método era el hipertexto de la  tradición filosófica, y su referencia la exactitud (autenticidad) o no de la realidad empírica. Por lo tanto Adorno no puede decir que la ciencia es insuficiente si solo tiene en cuanta sus intenciones dialécticas, y Reichenbach no puede configurar una  filosofía científica (sí una ciencia a secas) si no es con el contenido de negatividad tal y como lo intentó Hegel.  










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