jueves, 11 de junio de 2015

El Magazine y las señoras que politiquean




Últimamente mi vida, de por sí caótica aunque nada espectacular, se asemeja a la de aquellas señoras, viejas y gordinflonas que viven con sus tres hijos paraos; cada uno por sus legítimos y sufridos motivos de la vida; eso sí, sin decir nunca el verdadero porque. Uno de los tres es la constante y, el que jamás se fue, el que siempre se justifica con el "me quedo cuidando a mamá que esta muy mayor" para ocultar su alcoholismo y drogadicción, o quién sabe qué deficiencia mental que los médicos antiguos no supieron detectar a tiempo y sus padres nunca atendieron, pues lo veían normal, como los huevos de la compra, de tantos hijos siempre hay uno roto... El segundo, soltero y adicto al sexo, alega despido improcedente, cuando seguramente se estaba tirando a la mujer del jefe, o lo más usual: a su madre. El tercero, el mayor y más responsable, el que suena como una leyenda en el barrio por sus tres carreras (todas en ciudad de provincias) y los posados veraniegos colgados en la nevera, con sus tres hijos rubios y su mujer también rubia de ojos azules, o sea, el Pedro Sánchez de todas las familias; realmente es un botijo gordo que se ha separado, bueno, le han separado. Pero le dice a su madre que Nati (siempre es un nombre así) y los niños están de viaje a una granja ecológica en Upsala. Y él, por el dichosos trabajo que los (la) mantiene se queda sin vacaciones y en una casa que se le hace muy grande. (Nunca he entendido el problema de la gente con las casas grandes, por mi experiencia, pensaba que el problema era por lo contrario; esto demuestra una vez más, ante la sucia psicología femenina, que el tamaño no importa.)

El lector pensará ¡qué reducción más grosera de las señoras y sus hijos, que machista y cabrón siendo tan joven! Y tendrá toda la razón: también existen otras figuras, pero es un tema demasiado pródigo. Para ser sinceros, no sólo mi vida es a estas tan similar, sino la de todos aquellos que ven los magazine por las mañanas. Pues somos sus interlocutores y así se dirigen a nosotros. Ya sé que están hechos para la gente que no trabaja, para las señoras del hogar, de su hogar o el de otros, para atormentados jubilados, viudos y viudas, parados, para prostitutas de lejanas tierras ¿ pero y los estudiantes con cargas domésticas? ¿los estudiantes a secas; es decir, los estudiantes que no estudian?¿es que nadie piensa en ellos? Sus vidas acaban de despegar, de alzar el vuelo, anteayer estaban pisando melocotones por la calle pensando en las futuras experiencias universitarias, prometedoras y mitológicas... Algunos piensan que como en la mili, algunos conocieron cosas espantosas y horrorosas: las mujeres y la droga. Pero se olvidaron de los magazine. Un producto televisivo de lo más rentable y longevo: duran de tres a cuatro horas matinales en días laborales, durante diez o doce años, al menos los de las televisiones generalistas y las autonómicas. El espectador estudiantil, joven, se supone, que al levantarse tarde (9:00h), sea por el arduo estudio, por las copas con amigos, sin chicas, o por cualquier otro menester pre-veraniego, se convierte automáticamente en una señora. En un vecino del barrio. Pues a diferencia de lo que piensa la Colau, no hay nada más integrador y cohesionador que los magazine televisivos matinales, no hay nada más nacional y barrial que las presentadoras de la mañana, no hay mayor igualdad que la que proporciona que ricos y pobres vean los mismos programas, no hay mayor información que la de enterarse en un mismo pack de la vida de la fulana tal, del desliz del duque pascual, de la niña china asesinada y descuartizada previa violación, o políticos del colorín que se reúnen en desayunos informativos para hacer más escaletas de programas que crear agenda política. Ya que si no hay noticia para el magazine, se inventan cual diseñador inventa vestidos estilo campana. 

Podríamos hablar de Adorno para darnos postín, y deducir filosóficamente la ontología del hombre televisivo y decir que tanto el chismorreo como el entretenimiento deportivo son formas de sustituir  y sublimar la guerra y la frustración sexual, que los instintos violentos son transcritos en palabras vulgares y populares como dosificadores ascéticos de toda la pulsión destructiva reprimida que contiene la cultura, que la televisión capitaliza toda pretensión utópica y toda nuestra memoria en imágenes estereotipadas y reguladas por lo siempre idéntico, que lo convierte todo en un medio: virtual y ficticio. Y así, un sin fin de metáforas simbólicas que no conducirían a nada novedoso en la escritura. Pero al estilo Hughes (ABC), mucho más profundamente superficial, podríamos decir que tanto las soap operas como los magazine se originaron en la radio y posteriormente se introdujeron, cual cirulo en los ríos autóctonos, en la televisión. Un aparato con potencial instructivo, emancipador e informador sin precedentes, pero que se usa básicamente para publicidad, entretenimiento y propaganda gubernamental. Eso sí, con el legítimo derecho que otorgan los capitales privados y la sorna vergüenza que genera la fuga de capitales públicos, sea para el nacionalismo catalán, para las operaciones cosméticas de Aguirre o los juegos metafísicos de la cadena valenciana; por suerte ya desparecida. Los magazine constan de tres secciones: política, sucesos y corazón; todas en formato tertulia, imponiendo una terminología que como dicen los chicos modernos de Pablemos: llega a la calle. La palabra quizás sobada, sobre-expresada y simplificada no es un accidente, sino el modo de ofrecer una única e infalible (envenenada) herramienta al pueblo para la crítica del todo social. El magazine ofrece más que una plaza púbica para verduleras y chismosas, un campo de entrenamiento físico (ausencia de la moralidad según kant), pues hablan y hablan sobre los mismos temas, en los términos ya planteados; durante horas y horas al día, durante semanas y durante meses. Se entrenan para degollar al vecino, al político de turno, a la folclórica maltratada o estafada por el marido, todo ello en una papilla exquisita de rumorología y divagación mediterránea, esperemos que bajo el fraseo del insulto y el taco nacional. En definitiva, al margen de distintas observaciones socio-políticas siempre oportunas, todo esto sirve para dos grandes placeres superficiales de la vida cotidiana: leer las columnas televisivas de Rosa Belmonte y Hughes en ABC e implantar una terapia o pedagogía de lo cómico, y disponer del tiempo libre de las señoras. Pues si algo muestra el share de los matinales magazine televisivos, es el tiempo libre del que dispone la gente sencilla, el ocio que consume y la imposibilidad de que la gente por sí misma se eduque o instruya; por lo tanto, que al menos se ría.

Nuestro país es muy dado a la tertulia de terraza, al parlamento entre calamares, a la siesta reflexiva tras el café político, a alargar la comida aderezada con buena y fuerte bebida para favorecer el fluir del verbo vivo y gallardo, entre horas de trabajo para dilatarlas y paliar su fatiga. Quizá sea una metáfora, y la verdadera realidad española diste un mundo, pero lo que es seguro es que la metáfora es performativa, pues la imagen regulativa de la televisión construye ese espectador y público, se dirige a esa edificación social que de igual manera, ficticia o no: "las ficciones - como bien dice Savater - también forman parte de la historia", operan y funciona como concepto y praxis política; con resultados y todo. Los magazine son meros entretenimientos, cierto;  son un negocio con ese único fin: el dinero, cierto; son mero espectáculo y juego de luces con la plasticidad y diversidad propia que permiten sus objetos, cierto también. Pero no olvidemos que construyen masas sociales y electorales, que programan agendas políticas, lanza al estrellato candidatos políticos (Albert Rivera en AR) y fabrican e inventan problemas o soluciones  ficticias que se establecen en la psicología cotidiana en la que todos vivimos; y los tornan en cierto sentido preocupaciones y angustias reales (véase a Maduro insultando a Ana Rosa; la reina de las mañanas). Las risas enlatadas, los aplausos cronometrados, los platós futuristas, los tertulianos y su lenguaje, no son ni tan inofensivos ni tan peligrosos como se piensa en ciertos despachos, pero claro está que para ciertos sectores son el único horizonte de realidad actual y potencial. Cuidado con los productos televisivos al estilo Tupper sex para señoras: Pilar Rahola, Rivera, Marhuenda, Inda, los podemitas, las "Tanias Sánchez" (el giro estético de esta señora es asombroso, de cuño masculino a princesita de barrio) etc. Pueden ser cosas, que como decía Julián Marías, ocupan tanto la televisión como nuestras casas; en tal cantidad y magnitud que su presencia hace que los acontecimientos reales: las desgracias, sean asumidos y relativizados con cierta indiscreción. No hay sitio para tantas cosas, las casas están llenas de cosas, imposibilitando cualquier mudanza. De la misma manera en la televisión vemos cosas y enanos virtualizados que aparecen hablando de una catástrofe humanitaria en las costas y acto seguido anuncia pasta de dientes, condones, o la última película para niños de Bruce Willis. Haciendo imposible delimitar ficción y realidad; donde todo lo que aparece cosificado se hace más tolerable e identificable que la realidad primera.  



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