sábado, 6 de junio de 2015

Notas a pie de página



Notas minúsculas, en cursiva, fugaces, recortadas, discretas, de pluma evanescente, pero descarnadas en todo caso, sobre lo público, es lo que vengo a escribir. No a expresar, palabra manida y sobada, masturbada incluso en nuestra sociedad por los guardianes de la accesibilidad y los enemigos de la mera movilidad. Se pretende que expresen hasta las piedras, su manera de vivir, de ser y de sentir, de ver el mundo, deben ser representadas de algún modo necesariamente balsámico y en algún tipo de pluralismo exótico. Parece una locura, pero con los animales también (me) lo parecía y miren ahora... Los perros hablan, sienten y padecen, se visten mejor que yo, comen mejor que yo, incluso las mujeres los manosean sin exigencias, sin preguntarles impertinentemente por la depilación, les besan con lengua sin tediosas primeras citas hablando de lo que menos interesa: de ellas; les lavan incluso las p... Bueno, a lo que iba; algunos apuntes sobre la sanidad pública (personal), en términos socialdemócratas, podrían acarrearme problemas, dado mi carácter y temperamento siciliano, con los no muchos lectores de este espacio textual (decir virtual me parece demasiado cursi) que pudiesen sentirse maltratados por mis palabras. De tal modo que mis impresiones generales, mis notas a pie de página de la sacro santa sanidad pública irán más pronto referidas a la nube borrosa y difusa que configuran sus usuarios o consumidores, si se me permite la fraseología capitalista. Pues durante estos días he tenido que estar en contacto con ese público, soportar la promiscuidad verbal de los pródigos familiares y acompañantes de enfermos y residentes de hospitales públicos. De visitas a planta, a curas, a revisiones y demás... He podido configurar un esquema de impresiones generales sobre cuál es la concepción y la gestión que el bestiario ciudadano tiene y hace del espacio público, de los servicios públicos y de su significación y actualización. Pues en potencia o teóricamente podrán tener la figura que sea, mientras que sólo en la inmediatez de la contingencia de la realidad se conoce operacionalmente y funcionalmente el espacio público real. Que es como verdaderamente hay que juzgarlo: según sus resultados y resoluciones prácticas concretas y no según formulaciones propagandísticas gubernamentales, siempre cosméticas, o lo que ahora es peor, la aceptación de la leyenda negra del populismo de agenda social, siempre apocalíptico.

Kant hablaba en la Pedagogía de las tres facetas esenciales de la educación práctica: la que guarda relación con la libertad, la autonomía que enseña al hombre a ser libre y singular. Esas tres facetas: la instrucción (habilidad escolástico mecánica), la prudencia (pragmática) y la moral (libertad); deberían ser los únicos dogmas educativos que impregnaran el espacio público como fines, es decir, obstáculos pedagógicos para la mayoría de edad tan repetida por Kant; a poder ser sin espíritu deportivo y sus biparticiones implícitas: vencedores o vencidos. Más bien lo veo como un espacio ilustrado, y como muy bien dicen Adorno y Horkheimer en el inicio de su Dialéctica de la Ilustración"La ilustración en el más amplio sentido de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores [...] el programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la imaginación..."  De este modo se pretende acabar con el sentido literario de la vida, con el sacrificio de la libertad y la responsabilidad moral, cedida siempre a terceras entidades supra-humanas, un gran hermano que cumpla con todo, a cambio de obediencia y seguridad. Pues bien, la mayoría de los individuos que observé en el hospital, salvo en contadas excepciones, en sus múltiples roles y papeles, demostraban una total indiferencia, o lo que es peor, ignorancia, sobre la instrucción, la prudencia y la moral que requiere el espacio público. Estos usuarios del hospital, concebían el mismo como un almidonado ambiente hogareño, de calor humano y comprensión de caprichos y deseos, justificados o no por su situación. Pensaban en un espacio acolchado, aclimatado, confortable, fraternal, adaptable a taxonomías anímicas particulares. Con un sentimiento de la propiedad aristocrático, inmovilista y acartonado. Nada que ver con lo que realmente es - no como debería ser, de momento ya esta bien así -  un lugar hostil, incómodo, ruidoso, molesto, fatigoso, incluso en ocasiones anti-estético. Y precisamente por todo ello, un lugar perfecto para la pedagogía; no en un sentido terapéutico o psicológico, sino genuinamente kantiano, ilustrado tal vez, sin entrar en sutilezas y matices críticos. Un espacio pedagógico en sentido material y no gubernamental, es decir educativo en si mismo, en su estructuración física y fisiológica, pero no como herramienta pedagógica para otros individuos, gobiernos o entidades que de él hacen un uso ad hoc. El ánimo de aquellas gentes avaras respiraba por entender lo público como regalo, como propiedad, algo acabado, definido, cerrado y asequible a todos con la facilidad con que se compra un producto en un supermercado, simplemente por el mero hecho de contribuir a su edificación tributaria. Olvidando así su carácter (no me gusta hablar de esencialismos) técnico y moral; más cercano a una praxis no terminada, un proceso inacabado de educación moral permanentemente exigida y exigible. En definitiva, una pedagogía para la libertad ciudadana.


Josep Pla decía: "[...] la vida es bastant entretinguda i el món exterior no és ni avorrit ni alegre, sinó totalment indiferent  a la nostra pressència - el món exterior és davant de l'home, totalment distret -, l'estridència que té avui l'avorriment està en el cap de molts homes i dones. Són homes i dones que tenen el cap estereotipat [...] el que no es pot areglar es el pensament estereotipat, monòton, ploricós i exhibicionista. No li sembla a vostè? [...]". Tres ideas que representan las tres mayores faltas de nuestros queridos usuarios ( derivadas de la incomprensión pedagógica), siempre virginales, hacia lo público: el tedio y aburrimiento de la gente; la no comprensión de la indiferencia o distracción del mundo respecto a nuestra presencia y caprichos; y el lloriqueo o condición de llorica. Durante las dos horas largas que estuvimos un familiar y yo, esperando la ambulancia en el hospital para volver a casa, no vimos a ninguno de los individuos que me hacía la existencia insoportable: ingenieros, periodistas, un economista y un ejército de viejas - se ve que al esperar, hay que contar las glorias de la vida privada a la inocente víctima de tu derecha - , tener la gallardía de dedicarse a trabajar, informarse, o pensar (aunque sea en lo más banal; en lo superficial esta lo profundo dice Pla). El único que doblaba las páginas de varios diarios, que subrayaba  las páginas de un libro cualquiera, era un hombre medio, o sea, yo. Algo que cualquier ser racional hubiera aprovechado para ocuparse en algo, hacer algo, en definitiva no aburrirse. Otros lo dedicaron al seguro vicio victorioso del tedio; a aburrirse como ostras, ocupando todos los espacios de silencio, ciertamente incómodos pero estables de lo público, en quejas, lamentos, lloros, espantos, horrores intrascendentes y miserias privadas. Ni siquiera el discreto juego de rellenar los espacios vacíos del sudoku sedujo a ninguno de los coléricos colegas de ambulancia, para dejar de berrear y ponerse a trabajar, aunque sea precariamente. El aburrimiento les conducía inexorablemente al lloriqueo y al victimismo, al deporte masivo del insulto sanitario, ignorando por completo que para la vida y el mundo, crudos y agrios como lo que más, les eran totalmente indiferentes e insignificantes.

Como puede verse, aproveché (muchos lo harán mejor que yo) con mayor o menor gloria las dos horitas y pico de espera; muy razonables por otra parte.  Desesperante no por lo público, sino por aquellos que no saben apreciarlo, que no saben estar ni ética ni estéticamente en él. Pues lejos de la capacidad  de trabajo más asombrosa que jamás haya visto de mi amiga C; y la dignidad ante la vida más radical de mi amiga R; esos individuos se dedicaron a la charanga más absoluta. Por lo demás, el enfermo curado, su acompañante atendido, y la convicción planiana del aburrimiento y el tedio universal de la gente sencilla o del bien común.










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