martes, 9 de junio de 2015

La alcaldesa de Five Points

  



Esta semana el tema de conversación central de la sobremesa familiar del sábado ha coincidido, raramente, con el núcleo de la acalorada discusión, entre amigos y sus correspondientes vinitos, en las terrazas de las húmedas y bochornosas noches de junio barcelonesas, e incluso con uno de los temas de la comida del domingo con mi amigo M, y mi posterior aperitivo nocturno con L: el debate entorno a la reaparición de la redención cristiana en su forma política materialmente más ignominiosa; la tediosa Ada Colau. Dados los apoyos mayoritarios en mi entorno a la futura alcaldesa, aunque en algunos casos críticos y escépticos ante sus propuestas, mis argumentos en principio superficiales y estéticos en su contra, han tenido que reforzarse para poder oponer un correlato político a la narrativa cruda y lata que algunos interlocutores han querido escribir sobre un papel ya demasiado manchado por sus tautologías políticas. Resulta imposible luchar contra lo eternamente verdadero y bueno, contra la superioridad moral de los lavanderos de la agenda social, o interpelar a un producto televisivo espectral y virginal que ni siquiera pretende articular un discurso político, sino meramente social. Sin caer, ante todo ello, dados los nuevos relatos deportivos de la política, en el equipo ideológico contrario o en una dinámica de goles espectaculares de medio campo y entretiempos en los vestuarios de "haber quien la tiene más grande". Pues, si lejos estoy de la nueva izquierda cool y digital, más aún de los viejos discursos reaccionarios de la estabilidad, el orden y el crecimiento económico-social como paz, como ola que barre toda singularidad política o apaga toda chispa de emancipación respecto a la explotación económica (no política) que vivimos. Tan lejos que ni siquiera mi vida responde a ninguno de los arquetipos o estereotipos de la derecha sociológica española, a menos, que el gusto estético conservador por el cine negro, la historia de España (y Cataluña), el puro, el whisky, el cocido, el western, y los géneros literarios castizos (en periodismo, filosofía y ensayo) sean elementos de identificación ideológica.

Mi perspectiva, que defendí en todas mis conversaciones, en algunas con mayor éxito que en otras, consistía en no juzgar hechos espectrales, hechos virtuales o hechos que simplemente no existían. Pues no entiendo por qué a las ideologías light se les debe presuponer su buena voluntad (ininteligible), siendo su discurso mucho más real y vivo, más esclarecedor que sus nebulosas intenciones y sus proyectivos hechos; y lo más esencial: siendo la única referencia empírica que han introducido en el mundo. De este modo, no sé por qué atenerme a juzgar sus medias cosméticas todavía no realizadas, y menos aún, hacerlo presuponiendo su moralidad intachable. Su discurso:  un batiburrillo de elementos insufribles de barrio verdulero que nada tienen que ver con las organizaciones civiles espontáneas de las que hablaba Tocqueville en América; que sí eran políticas. Pues su objetivo era la libertad, y ahora el objetivo es una especie de representatividad directa abandonando el pulcro y preciso  rigor del tecnicismo americano. Centrándome así en su discurso, el descrédito que merece no es mayor que el de los conservadores, cierto; pero la arrogancia del que no tiene pasado y la petulancia del que se considera sencillo y común, de abajo o de su casa, auto-identificando con ello a lo que podríamos llamar con imprecisión "la izquierda", me resulta casi tan provocativo como la advertencia, para poner cachondos a los de su quinta, que realizó en El País: "Desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas". Donde parezcan es la estrella rutilante y la muestra efectiva de su inconsciencia ideológica (subjetivismo rampante) y falta de sentido común. Alguien que debe representar la ley (los presupuestos de la razón según Kant) pretende desde su propio interior erosionarla, pretende contradecir su propia función y trabajo, que es mantenerla por encima incluso de sí misma, su voluntad y su capricho. La ley (formal) debería impedir que nadie pudiera usurpar su propio lugar, y ejercer la razón de estado al estilo Five Points (Gangs of New York; Scorsese). El problema no reside en el acto de saltarse la ley en tal o cual asunto, debería mirarse; sino al hecho de poseer tal facultad o capacidad de modo arbitrario. Mucho menos justificado está tal ejercicio cuando se trata de cuestiones menores y no de clásicos problemas del marxismo: la propiedad o el trabajo; que por un lado quedarían lejos de las competencias municipales, y por otro, serían imposibles de plantear en la teología del dinero actual, como diría Agustín García Calvo.

Otra de las facetas de su exiguo discurso es su promiscuidad con la "expresión", su activismo casi adolescente por "ampliar los espacios de expresión ciudadana" ¡como si la gente no se expresara lo suficiente! Algunos creemos que demasiado y con demasiada gratuidad; ya sabemos que las opiniones son gratuitas, de ahí la falta de pedagogía: disciplina e instrucción en las mismas. La expresión debería ser un acto de recogimiento silencioso, un diálogo en privado con amigos, un acto inevitable no siempre deseable del metabolismo lingüístico. La necesidad de tener que decir siempre algo, cualquier cosa, a todas horas y a cualquier persona, demuestran la falta de atención y cuidado que todo discurso requiere; revelando su concepción exhibicionista y excéntrica de lo público. Molestar al viandante medio con performance expresivas en las grandes vías de Barcelona es por supuesto una consecuencia del aburrimiento, pero sobre todo, de las mitologías políticas que constituyen su ideal de sociedad: informativa, expresiva, personalizada, transparente, popular... Curiosamente todos ellos con ese aspecto colectivizado y masificado terriblemente capitalista del que algunos tanto huyen y del que los runruneros tanto se enorgullecen. Por lo tanto, a nivel ideológico no considero su propuesta ni de izquierdas, ni racional (ilustrada en sentido kantiano), ni una alternativa a la unidimensionalidad y virtualidad televisiva, ni una subversión de las categorías políticas socialdemócratas. Más bien un discurso vacío y soft que pretende agrupar damnificados y afectados, más que articular una asociación o agrupación emancipadora. Y precisamente por eso, por su discurso del vacio, es tan importante aparecer con un traje moral entallado y a medida; pero contra lo que se cree, no hay nada moral en lo suyo; como máximo la moralidad le alcanza para lo que dejó escrito McLuhan: "La indignación moral es la estrategia que usa el idiota para dotarse de dignidad". 
























No hay comentarios:

Publicar un comentario