A
modo de breve introducción, realizaré un breve esquema sobre cómo estará
articula esta exposición: en primer lugar haré una aproximación al concepto de
espíritu desde las nociones filosóficas y ontológicas hegelianas que mantiene
un vínculo y conexión muy íntimo con los desarrollos o cuestiones
socio-políticas, ya que en Hegel las nociones ontológicas están saturadas de un
contenido social, que expresan un orden político e histórico particular, que
integra tanto la historia real (la de los hechos) como la “ideal” (historia de
la vida de los conceptos); relacionándolo así, con su idea de sujeto que es sustancia
o sustancialidad. Y en segundo y último lugar, realizaré una aproximación al
ser que es sujeto, como verdad absoluta y pretensión de totalidad, verdad que es
intrínseca y consustancial a toda universalidad, puesto que es el fin del
proceso dialéctico y la realidad absoluta. Entendiendo todo lo anterior, como
lo que articula el Espíritu como historia de la experiencia humana que es. Así
pues doy comienzo a la exposición:
La
filosofía del Espíritu y todo el sistema hegeliano, es una descripción del proceso
mediante el cual “el individuo se vuelve universal”, y tiene lugar por lo
tanto, “la construcción de la
universalidad” que en su abstracción configurará la totalidad y el
absoluto. El Espíritu es pues, en una primera aproximación general, el hecho de
la demostración de que el particular es universal, de que la integración y
superación de los opuestos, proceso dialéctico que mueve la realidad en un
auto-perfeccionamiento y auto-desarrollo; es un movimiento particular, en tanto que lo
es de lo universal. Esto es pues la relación entre el sujeto que es
sustancialidad consigo mismo. Lo podemos ver en el siguiente pasaje de la
Estética:
“La verdadera
independencia consiste únicamente en la unidad y en la interpretación de la
individualidad y la universalidad. Lo universal adquiere su existencia concreta
a través de lo individual, y la subjetividad de lo individual y particular descubre en lo
universal la base inexpugnable y la forma más genuina de su realidad (…) En lo
Ideal (Estado[1]),
es precisamente la individualidad particular de lo que debe persistir dentro de
una inseparable armonía con la totalidad sustantiva o sustancial, y en la
mediad en que la libertad y la independencia de la subjetividad se apaguen al
Ideal, el mundo circundante de condiciones y relaciones no debe poseer ninguna
objetividad esencial fuera del sujeto y del individuo”[2]
Dicho
fenómeno (el sujeto como sustancia, por lo tanto, como totalidad), no es
meramente epistemológico llevado a cavo por un proceso del conocimiento como se
entiende ordinariamente desde el sentido común, alejado de la realidad o el
mundo objetivo, fáctico; sino que es la naturaleza constitutiva de la “absoluta negatividad” del sujeto. Es
decir, el poder y la inherente potencialidad de negar toda condición dada, toda
determinación impuesta, y hacer de ello
(condiciones y determinaciones) su propia obra auto-consciente, es decir,
auto-construirse y auto-desarrollarse, desplegando y revelando la realidad,
esto es el mundo objetivo, no como cosas aisladas, objetos acabados y cerrados,
perfectamente definibles y delimitables, sino un flujo corriente, una totalidad
establecida en una red de relaciones consustancialmente antagónicas y
contrapuestas, dispuestas a ser negadas
en el proceso de comprensión, es decir, en el despliegue del movimiento de la
conciencia sobre la realidad; esto es, el Espíritu. Siendo pues, la condición
de absoluta negatividad del sujeto, la posibilidad de entender un particular
como universal, su proceso y movimiento de contraposiciones y opuestos,
(identidad y diferencia) es el movimiento de la propia consciencia, que es la
unidad de la comunidad[3]
(universal) y no del individuo aislado y acabado, desconectado de la
sustancialidad de la totalidad. Aunque la comunidad (Allgemeinheit) solo sea posible a través del individuo, este es una
noción no primigenia u original del surgimiento de la conciencia en la historia
humana. Empecemos pues, por distinguir en el desarrollo del mundo del hombre,
tres fases de integración de opuestos y negaciones. En un primer momento surge
lo que Hegel llama la “unidad original
del mundo histórico”, es decir, la conciencia; recalando así en el hecho de
que se ha entrado en un dominio en el cual, todo tiene carácter de sujeto.
La
primera forma que asume la conciencia no es la de individuo, sino la de
“conciencia universal”, conciencia de un grupo “primitivo”, originario, en
donde toda individualidad está enteramente sumida bajo la comunidad. Los
sentimientos, sensaciones y conceptos no pertenecen al individuo, sino que pertenecen
al común, pero aún esta unidad contiene oposiciones que son constitutivas de la
conciencia, que es lo que es, sólo a través lo que no es, mediante la oposición
a sus objetos, es decir - de carácter
radicalmente negativo – “objetos comprendidos” (Begrifene objekte) u objetos que no pueden disociarse o divorciarse
del sujeto. Su “ser comprendidos” (el de los objetos) forma parte consustancial
y estructural de su carácter de objeto, por lo tanto cualquier lado de la
oposición; conciencia o sus objetos, tienen la forma de la subjetividad, como
todos los tipos de oposición en el dominio del espíritu. La integración de
elementos opuestos o antagónicos, es decir de aquellos que conforman la
alteridad, lo “absolutamente otro”, e siempre una integración en la
subjetividad, por lo tanto en la síntesis y la unidad, esto es su superación.
Por lo tanto toda oposición entre identidad y diferencia, no es excluyente y
marginalidad, sino inclusión, puesto que el sujeto, la identidad, proyecta en
la diferencia, el lo distinto, su propia identidad mediante el trabajo[4],
reconociendo así al objeto (lo diferente) como subjetivo, como propio, estableciendo entonces la superación propia
de toda negatividad, que aporta novedad, perfeccionamiento, desarrollo y
despliegue.
Como iba diciendo, el mundo del hombre se
desarrolla, según Hegel, en una serie de integraciones y superaciones entre
opuestos; como ya hemos visto en el primer estadio, sujeto y objeto toman forma
de conciencia; pero en el segundo: aparecen como individuos[5]
en conflicto, en lucha y resistencia unos con otros, en auto-extrañeza
recíproca. En el último estadio de la conciencia, en que en su despliegue va
abandonando identidades o formas (permítaseme tales expresiones no propias de
Hegel) aparecen como “nación” o
“Estado”, que representan la integración duradera y permanente, es decir la
durabilidad de la negatividad (de opuestos) en la realidad, entre sujeto y
objeto. La nación[6] tiene su
objeto en sí misma, su esfuerzo se dirige exclusivamente a la reproducción y
desarrollo de sí misma, en su propio despliegue, es por lo tanto, el proceso de
autoconocimiento del Espíritu[7].
Llegados
a este punto, podemos afirmar la enunciación de Hegel: “El mundo se convierte
en espíritu”, en que se quiere decir, que el mundo mismo (Espíritu) o la
conciencia en despliegue, revela un progreso continuo, aunque no lineal, sino
plagado de fracasos y retrocesos, por su propia naturaleza negativa, hacia la
verdad absoluta, nada nuevo puede sucederle al espíritu, todo se incluye en su
avance, producido por la interacción de incesantes conflictos y lucha entre
opuestos, es decir con la negatividad como motivo y motriz de su movimiento de
auto-perfección, el espíritu alcanzará su meta: la verdad absoluta y
conocimiento absoluto de la totalidad, un ser en tanto que sujeto. Se pretende
conducir al entendimiento humano del dominio de la experiencia diaria al del
verdadero conocimiento filosófico, a la verdad absoluta a saber, el
conocimiento y el proceso del mundo como Espíritu, como saber de “lo real”, no
las figuras y superficies de las cosas percibidas por el sentido común; sino
aquello que a lo que los hombres deben prestar atención, esto es, la absoluta
negatividad tanto de su condición de sujetos, como al proceso dialéctico de
autoconocimiento y realización, reconocimiento y desarrollo. Atendiendo al
elemento esencial que no es el “yo”, sino el “nosotros” en tanto que conciencia
absoluta, totalidad y verdad.
Para terminar matizaremos la importancia de la
experiencia entendida filosóficamente y no corriente u ordinariamente; ya que
cuando se inicia la experiencia el objeto aparece como una entidad estable,
independiente de la conciencia, parece que sujeto y objeto son extraños y
ajenos el uno del otro, cuando el proceso del conocimiento, que parte de la
experiencia de la conciencia, como experiencia humana (de la humanidad, del
espíritu) revela que no pueden subsistir aislados y desconectados, el sujeto es
aquello de lo que se predica todo objeto, como la sustancia es el soporte el
sustrato de toda forma y materia. Se hace evidente que el objeto, tomo su
objetividad de la subjetividad. “Lo real” o las coas, son un flujo continuo,
que solo se conocen en resultado y en movimiento, en relación de negación, integración y síntesis, superación de los
antagonismos y síntesis de algo que introduce una novedad, un avance en el
proceso del espíritu. Así pues, el sujeto es sustancialidad en tanto que
absoluto y sustrato de todo predicado, y el sujeto es ser, puesto que es pura
existencia y actividad fundadora del objeto, llegando pues todo ello, a
articular el proceso de desarrollo y despliegue del Espíritu; de la historia
humana.
[1]
Vemos pues como la conexión entre los nociones ontológicas en Hegel, están
saturadas de contenido y sentido socio-político; es imposible referirse al
sujeto como sustancia, lo particular como universal, sin referirse al individuo
y la comunidad (conciencia) y su desarrollo y proceso hacia su autoconocimiento
(autodesarrollo) en el Espíritu absoluto.
[2] Vorlesungen über die Ästhetik,
libro I, ed Lasson, Lepzig, 1931 pag. 253.
[3] Entendemos comunidad según
Hegel; como la primera integración o fase de superaciones y síntesis entre
opuestos originario en el mundo, cuando individuo y naturaleza aún no mantienen
una relación conflictiva o antagónica. Entendemos pues comunidad como la unidad
original inmediata y espontánea en que se dan los sujetos, antes del que el
lenguaje los individualice y les permita contraponerse y superponerse unos a
otros en tanto que individuos o grupos en busca del reconocimiento mutuo;
dialéctica del amo y el esclavo.
[4]
Concepto al que no le podemos dedicar por cuestiones de espacio toda la
precisión y rigor que merece, como concepto central en el movimiento de la
sociedad, de la historia real de la humanidad.
[5]
Como ya hemos dicho, la parición del lenguaje como uno de los tres medios para
traspasar los estadios de integración - estos medios son: lenguaje, trabajo y
propiedad – es el que posibilita la singularización, la identidad y la
diferencia con los otros, siendo origen de oposiciones y conflicto entre
individuos.
[6]
Es la noción que usa Marcuse en “Razón y
Revolución” como metáfora (o no tan metáfora) para referirse al espíritu absoluto y el fin del
autoconocimiento en que se reconoce a sí
mismo.
[7]
Inspirado en la Fenomenología del
Espíritu, por la entrada de los militares de Napoleón en Jena, Prúsia. Se
inspira pues, en el fin de la historia, el reconocimiento entre amos y
esclavos, y fin del proceso del espíritu auto-reconocido en la figura de Napoleón.
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