jueves, 29 de mayo de 2014

Hegel y el concepto de "espíritu": un sujeto que es sustancia






A modo de breve introducción, realizaré un breve esquema sobre cómo estará articula esta exposición: en primer lugar haré una aproximación al concepto de espíritu desde las nociones filosóficas y ontológicas hegelianas que mantiene un vínculo y conexión muy íntimo con los desarrollos o cuestiones socio-políticas, ya que en Hegel las nociones ontológicas están saturadas de un contenido social, que expresan un orden político e histórico particular, que integra tanto la historia real (la de los hechos) como la “ideal” (historia de la vida de los conceptos); relacionándolo así, con su idea de sujeto que es sustancia o sustancialidad. Y en segundo y último lugar, realizaré una aproximación al ser que es sujeto, como verdad absoluta y pretensión de totalidad, verdad que es intrínseca y consustancial a toda universalidad, puesto que es el fin del proceso dialéctico y la realidad absoluta. Entendiendo todo lo anterior, como lo que articula el Espíritu como historia de la experiencia humana que es. Así pues doy comienzo a la exposición:

La filosofía del Espíritu y todo el sistema hegeliano, es una descripción del proceso mediante el cual “el individuo se vuelve universal”, y tiene lugar por lo tanto, “la construcción de la  universalidad” que en su abstracción configurará la totalidad y el absoluto. El Espíritu es pues, en una primera aproximación general, el hecho de la demostración de que el particular es universal, de que la integración y superación de los opuestos, proceso dialéctico que mueve la realidad en un auto-perfeccionamiento y auto-desarrollo;  es un movimiento particular, en tanto que lo es de lo universal. Esto es pues la relación entre el sujeto que es sustancialidad consigo mismo. Lo podemos ver en el siguiente pasaje de la Estética:

“La verdadera independencia consiste únicamente en la unidad y en la interpretación de la individualidad y la universalidad. Lo universal adquiere su existencia concreta a través de lo individual, y la subjetividad  de lo individual y particular descubre en lo universal la base inexpugnable y la forma más genuina de su realidad (…) En lo Ideal (Estado[1]), es precisamente la individualidad particular de lo que debe persistir dentro de una inseparable armonía con la totalidad sustantiva o sustancial, y en la mediad en que la libertad y la independencia de la subjetividad se apaguen al Ideal, el mundo circundante de condiciones y relaciones no debe poseer ninguna objetividad esencial fuera del sujeto y del individuo”[2]

Dicho fenómeno (el sujeto como sustancia, por lo tanto, como totalidad), no es meramente epistemológico llevado a cavo por un proceso del conocimiento como se entiende ordinariamente desde el sentido común, alejado de la realidad o el mundo objetivo, fáctico; sino que es la naturaleza constitutiva de la “absoluta negatividad” del sujeto. Es decir, el poder y la inherente potencialidad de negar toda condición dada, toda determinación impuesta, y  hacer de ello (condiciones y determinaciones) su propia obra auto-consciente, es decir, auto-construirse y auto-desarrollarse, desplegando y revelando la realidad, esto es el mundo objetivo, no como cosas aisladas, objetos acabados y cerrados, perfectamente definibles y delimitables, sino un flujo corriente, una totalidad establecida en una red de relaciones consustancialmente antagónicas y contrapuestas, dispuestas  a ser negadas en el proceso de comprensión, es decir, en el despliegue del movimiento de la conciencia sobre la realidad; esto es, el Espíritu. Siendo pues, la condición de absoluta negatividad del sujeto, la posibilidad de entender un particular como universal, su proceso y movimiento de contraposiciones y opuestos, (identidad y diferencia) es el movimiento de la propia consciencia, que es la unidad de la comunidad[3] (universal) y no del individuo aislado y acabado, desconectado de la sustancialidad de la totalidad. Aunque la comunidad (Allgemeinheit) solo sea posible a través del individuo, este es una noción no primigenia u original del surgimiento de la conciencia en la historia humana. Empecemos pues, por distinguir en el desarrollo del mundo del hombre, tres fases de integración de opuestos y negaciones. En un primer momento surge lo que Hegel llama la “unidad original del mundo histórico”, es decir, la conciencia; recalando así en el hecho de que se ha entrado en un dominio en el cual, todo tiene carácter de sujeto.

La primera forma que asume la conciencia no es la de individuo, sino la de “conciencia universal”, conciencia de un grupo “primitivo”, originario, en donde toda individualidad está enteramente sumida bajo la comunidad. Los sentimientos, sensaciones y conceptos no pertenecen al individuo, sino que pertenecen al común, pero aún esta unidad contiene oposiciones que son constitutivas de la conciencia, que es lo que es, sólo a través lo que no es, mediante la oposición a sus objetos, es decir - de carácter  radicalmente negativo – “objetos comprendidos” (Begrifene objekte) u objetos que no pueden disociarse o divorciarse del sujeto. Su “ser comprendidos” (el de los objetos) forma parte consustancial y estructural de su carácter de objeto, por lo tanto cualquier lado de la oposición; conciencia o sus objetos, tienen la forma de la subjetividad, como todos los tipos de oposición en el dominio del espíritu. La integración de elementos opuestos o antagónicos, es decir de aquellos que conforman la alteridad, lo “absolutamente otro”, e siempre una integración en la subjetividad, por lo tanto en la síntesis y la unidad, esto es su superación. Por lo tanto toda oposición entre identidad y diferencia, no es excluyente y marginalidad, sino inclusión, puesto que el sujeto, la identidad, proyecta en la diferencia, el lo distinto, su propia identidad mediante el trabajo[4], reconociendo así al objeto (lo diferente) como subjetivo, como propio,  estableciendo entonces la superación propia de toda negatividad, que aporta novedad, perfeccionamiento, desarrollo y despliegue.

 Como iba diciendo, el mundo del hombre se desarrolla, según Hegel, en una serie de integraciones y superaciones entre opuestos; como ya hemos visto en el primer estadio, sujeto y objeto toman forma de conciencia; pero en el segundo: aparecen como individuos[5] en conflicto, en lucha y resistencia unos con otros, en auto-extrañeza recíproca. En el último estadio de la conciencia, en que en su despliegue va abandonando identidades o formas (permítaseme tales expresiones no propias de Hegel)  aparecen como “nación” o “Estado”, que representan la integración duradera y permanente, es decir la durabilidad de la negatividad (de opuestos) en la realidad, entre sujeto y objeto. La nación[6] tiene su objeto en sí misma, su esfuerzo se dirige exclusivamente a la reproducción y desarrollo de sí misma, en su propio despliegue, es por lo tanto, el proceso de autoconocimiento del Espíritu[7].

Llegados a este punto, podemos afirmar la enunciación de Hegel: “El mundo se convierte en espíritu”, en que se quiere decir, que el mundo mismo (Espíritu) o la conciencia en despliegue, revela un progreso continuo, aunque no lineal, sino plagado de fracasos y retrocesos, por su propia naturaleza negativa, hacia la verdad absoluta, nada nuevo puede sucederle al espíritu, todo se incluye en su avance, producido por la interacción de incesantes conflictos y lucha entre opuestos, es decir con la negatividad como motivo y motriz de su movimiento de auto-perfección, el espíritu alcanzará su meta: la verdad absoluta y conocimiento absoluto de la totalidad, un ser en tanto que sujeto. Se pretende conducir al entendimiento humano del dominio de la experiencia diaria al del verdadero conocimiento filosófico, a la verdad absoluta a saber, el conocimiento y el proceso del mundo como Espíritu, como saber de “lo real”, no las figuras y superficies de las cosas percibidas por el sentido común; sino aquello que a lo que los hombres deben prestar atención, esto es, la absoluta negatividad tanto de su condición de sujetos, como al proceso dialéctico de autoconocimiento y realización, reconocimiento y desarrollo. Atendiendo al elemento esencial que no es el “yo”, sino el “nosotros” en tanto que conciencia absoluta, totalidad y verdad. 

Para terminar matizaremos la importancia de la experiencia entendida filosóficamente y no corriente u ordinariamente; ya que cuando se inicia la experiencia el objeto aparece como una entidad estable, independiente de la conciencia, parece que sujeto y objeto son extraños y ajenos el uno del otro, cuando el proceso del conocimiento, que parte de la experiencia de la conciencia, como experiencia humana (de la humanidad, del espíritu) revela que no pueden subsistir aislados y desconectados, el sujeto es aquello de lo que se predica todo objeto, como la sustancia es el soporte el sustrato de toda forma y materia. Se hace evidente que el objeto, tomo su objetividad de la subjetividad. “Lo real” o las coas, son un flujo continuo, que solo se conocen en resultado y en movimiento, en relación de negación,  integración y síntesis, superación de los antagonismos y síntesis de algo que introduce una novedad, un avance en el proceso del espíritu. Así pues, el sujeto es sustancialidad en tanto que absoluto y sustrato de todo predicado, y el sujeto es ser, puesto que es pura existencia y actividad fundadora del objeto, llegando pues todo ello, a articular el proceso de desarrollo y despliegue del Espíritu; de la historia humana.



[1] Vemos pues como la conexión entre los nociones ontológicas en Hegel, están saturadas de contenido y sentido socio-político; es imposible referirse al sujeto como sustancia, lo particular como universal, sin referirse al individuo y la comunidad (conciencia) y su desarrollo y proceso hacia su autoconocimiento (autodesarrollo) en el Espíritu absoluto.   
[2] Vorlesungen über die Ästhetik, libro I, ed Lasson, Lepzig, 1931 pag. 253.
[3] Entendemos comunidad según Hegel; como la primera integración o fase de superaciones y síntesis entre opuestos originario en el mundo, cuando individuo y naturaleza aún no mantienen una relación conflictiva o antagónica. Entendemos pues comunidad como la unidad original inmediata y espontánea en que se dan los sujetos, antes del que el lenguaje los individualice y les permita contraponerse y superponerse unos a otros en tanto que individuos o grupos en busca del reconocimiento mutuo; dialéctica del amo y el esclavo.
[4] Concepto al que no le podemos dedicar por cuestiones de espacio toda la precisión y rigor que merece, como concepto central en el movimiento de la sociedad, de la historia real de la humanidad.
[5] Como ya hemos dicho, la parición del lenguaje como uno de los tres medios para traspasar los estadios de integración - estos medios son: lenguaje, trabajo y propiedad – es el que posibilita la singularización, la identidad y la diferencia con los otros, siendo origen de oposiciones y conflicto entre individuos.
[6] Es la noción que usa Marcuse en “Razón y Revolución” como metáfora (o no tan metáfora) para referirse  al espíritu absoluto y el fin del autoconocimiento en que se reconoce  a sí mismo.
[7] Inspirado en la Fenomenología del Espíritu, por la entrada de los militares de Napoleón en Jena, Prúsia. Se inspira pues, en el fin de la historia, el reconocimiento entre amos y esclavos, y fin del proceso del espíritu auto-reconocido en la figura de Napoleón.  

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