Bajo
la concepción de los nuevos medios técnicos y mecánicos, los nuevos aparatos y
máquinas, que sirven de mediatizado-res, instrumentos y magnificadores de
nuestras capacidades, son al mismo tiempo, sustitutos de nuestra acción
consciente, ya que se hace imposible comprender y entender el acontecimiento de
la acción en un contexto y circunstancia tecnificada, en que los efectos y las
consecuencias son inimaginables, inasumibles e impredecibles. De tal modo, el
filosofo polaco, no pretende centrar la atención en una solución política,
puesto que cae en el prejuicio de entender la política como un medio
corruptible o como un problema, como un dispositivo mediador y resolutivo pero
que está corrompido moralmente y enquistado en una clase dominante que ha
constituido una casta inquebrantable que sólo busca sus intereses personales.
La solución que él propone, es despertar
un sentimiento moral, a partir del origen e iniciación de unas campañas
de revitalización y revisión del miedo. Una reivindicación de aquello que es
ocultado por la ideología y la política, que es lo que nos une a todos los
hombres, aquello que todos compartimos, que no es otra cosa, que la cmisma
condición de seres humanos y seres vivientes en la tierra, la condición de ser
sujetos o individuos que comparten un mundo, natural o cultural, pero que viven
juntos, conviven y protegen unos intereses comunes, unos fines y objetivos en
que todos estaríamos de acuerdo en preservar; que todos concebimos como buenos,
como es la vida, la existencia y la durabilidad en ella.
Anders
pues, nos recuerda que “hay que tener
miedo”, hay que recordar y vivir el miedo de la era atómica, como posible
despertar de un sentido y sentimiento ético, como el procedimientos para
destruir la determinación y demarcación de un “ellos”, de un “suyo”. Que
son las nuevas categorías que los “expertos” los grupos de poder político y los
gobiernos constituyen para delimitar la acción social, para ficcionar la realidad, y encargarse sin control alguno de unos
asuntos que conciernen a todos; ya que de esta manera, configurando una élite o
grupo privilegiado de expertos y técnicos, se consigue que unos pocos[1]
se encargue de lo que es una cuestión moral de la humanidad. De este modo,
Anders pretende mostrar que es necesario no ser ingenuo, no delegar la
responsabilidad moral, el deber de conservación de la vida humana y el contexto
que la posibilita en un “ellos”
(“vosotros”) como si fuese un asunto “suyo”
y no un problema propio de un “nosotros”
maduro y moral. Este requisito y esta demanda moral, conforman un tipo de lucha
activa, para no ser ingenuos ante la amenaza y la sombra del peligro atómico, y
establecer unos presupuestos y deberes morales para con la fuerza y potencia
del armamento atómico, que lejos de configurar axiomas contra la
experimentación civil con dichas armas, contra la fabricación y a favor de su
destrucción, realmente lo que se pretende es crear una consciencia moral que
acepte la existencia y convivencia con dicha posibilidad de destrucción, puesto
que una vez inventado no solo al armamento, sino los meros planos o ideas para
su construcción, la posibilidad del exterminio y la transformación de la
política en técnicas de muerte, ya es un hecho en potencia, una amenaza
atenazada por la inconsciencia que hay que eliminar, para dejar paso al
cuidado, la responsabilidad y la permanencia de lo perdurable, esto es, la vida
humana.
Siendo
pues, la propuesta de Anders, un intento no utópico o ingenuo de la eliminación
de las armas y la amenaza, puesto que es imposible, sino una estabilidad y
equilibro de convivencia con la sombra de la caída final y la destrucción total,
una permanencia constante pero sólida, en el filo del cuchillo de la
eliminación. Tomar consciencia de lo irremediable, de lo inevitable de vivir
siempre con ello, con la constancia y la posibilidad de la muerte en cada
decisión política, sobre todo en política exterior. Y precisamente recurrirá a
la noción de una moral universal e inclusiva que nos implique a todos, por el
mero hecho de ser genéricamente humanos, por tener el mismo interés y telos de sobrevivir. Recurrir a esta
argumentación[2] fue un derrotero
obligado, puesto que el auge de la “obsesión por asignar cargos”, es decir, de
profesionalizar la moral y la política en unas falsas élites, y la falta de
miedo atómico, producido y anestesiado por los gobiernos y diversas formas de
poder, obligaron a presentar una alternativa, en forma de imperativos morales y
mandatos éticos que obligasen a tener miedo como medio de prevención y creación
de conciencia moral, capaz de destruir la frontera y obstáculo de
profesionalización y especialización de lo común, de la norma y la costumbre,
de la acción y el comportamiento común.
En
este punto es donde percibimos la inversión de la falacia naturalista, en la
falacia moralista: que es pasar, en vez de un “ser” a un “deber ser”, pasar de
un “deber ser[3]” a un “ser”,
es decir, de una declaración preceptiva o normativa a una descripción del
estado de cosas, a una constatación de la realidad. Tal es el ejemplo, en que
los voceros del gobierno u otros dirigentes y gestores profesionales
reproducían el mensaje de “no-deber-inmiscuirse” en la problemática bélica y
armamentística, o ni siquiera pensar sobre el problema de la amenaza. Este
último mensaje derivaba en formas más coloquiales y convencionales que
convencían y parasitaban aún más las conciencias de los individuos, con un “No
es necesario” preocuparse, dedicarse al problema etc. Un “no es necesario
preocuparse” que configuraba una imposibilidad factual de ocuparse
efectivamente de estos problemas desde los lugares más productivos para ello,
como son los centros u órganos de poder.
De
modo que la necesidad de una moral inclusiva y universal, que fuera más allá
del deber y la prudencia, y se centrará y adecuara a un cambio ontológico de la
manera de ser de los tiempos y de la época actual, y problematizará la posibilidad
de la eliminación y el exterminio, como algo próximo y disponible a los hombres
(gobiernos). Constituyó el centro de la
reflexión moral, y el centro a desactivar y neutralizar por los preceptos de la
nueva moral, que ya no sería mera parte de la tradición o la cultura, o una
cuestión individual, sino que sería una moral ligada a la nueva ontología del
hombre, a su nueva condición[4],
y que afectaría genéricamente (en tanto que humanidad) y no individualmente en
tanto que hombre concreto. Para concluir
este apartado dedicado a Günter Anders, como otro de los filósofos
representativos de la nueva moral universal de toda la humanidad, debemos
advertir la dificultad de plantear o iniciar procedimientos y proyectos de regeneración de la esencia y
naturaleza moral del hombre. Dicha dificultad procede del nuevo cambio de
paradigma temporal, el cambio y transformación de los nuevos horizontes
históricos y epocales. En los que no
se concibe el futuro como un “devenir”, como el “porvenir”, la esperanza e ilusión
de un tiempo de construcción, sino como un “in
the making”, un “hacerse en el presente”.
De esta manera el horizonte del futuro se
aproxima al presente y la línea divisoria entre los tiempos de disuelve y
difumina, causando así, una opresión y ceguera del presente, no existe una
actualidad reflexiva, un presente crítico para repensar e iniciar una acción
concertada en el “aquí y ahora”, sino que vivimos envueltos en emplazamientos y
esquemas de planificación de futuro, que abarcan e invaden oprimiendo, todo
nuestro presente, causando la parálisis y el quietismo característico de
nuestro tiempo.
Producto
todo ello de la nueva técnica, véase
la reflexión de Heidegger[5]
sobre la técnica, es exactamente este mismo planteamiento: La técnica no es una
simple máquina, un inofensivo aparato o un mero
instrumento útil y práctico, que sirve como medio para los fines
humanos. Sino que es una nueva disposición de la razón y la conducta, es un
nuevo esquema ontológico y moral (político) en que nos vemos mediatizados,
solicitados y emplazados por la técnica, en que eliminamos nuestro presente,
envueltos e involucrados en un proceso y sucesión de emplazamientos y
solicitudes futuras (medios), como una forma de alienación existencial y moral.
Ya que para Heidegger la técnica no es la locomotora, sino la “locomotricidad”, la nueva forma de desocultar, manifestar y mostrar la
realidad, la técnica presenta la realidad como “útiles” y “posibles”, y
por lo tanto en tanto que “existencias”,
en tanto que productos. Analiza la técnica no desde el sentido común y su
lógica medios-fines, su proceso aparente y accidental de lo pragmático, sino
desde su esencia y verdad metafísica, desde su “esenciar” la realidad. Entendiendo que la técnica es el esenciar de
la propia técnica, su nuevo modo de
desocultar la realidad no como “objeto”, sino como un esquema de
emplazamiento, un posible
mediatizado, todo mostrar la “cosa” de la realidad es una posibilidad de hacer.
Ese esenciar de la técnica, es por lo tanto, el “hacer” de la técnica. La
palabra técnica oculta el “esenciar de la técnica”, de la misma manera que la
palabra Dios oculta el esenciar de Dios (el fenómeno que produce, el hacer o
suceder de lo divino o la divinidad)[6].
El nuevo paradigma en que envuelve a los participantes e integrantes del mismo,
que poseen una imagen científico-técnica del mundo, es producto de la nueva
técnica.
De
esos esquemas teóricos, es de donde derivan las críticas y soluciones del
problema de Anders. Que denunciara, si no exactamente, en esencia lo mismo que
Heidegger, y demandará una concienciación, un saberse uno mismo en su presente,
como principio de una moral que comporte unas acciones y conductas idóneas para
nuestra actualidad y presente tecnificado. Sabiendo que no puede cambiarse, o
que no es tan fácil de transformar el paradigma técnico-atómico, y que por lo
tanto, es necesario un nuevo marco y sistema de la actividad y la acción, de la
palabra y el discurso, para mantener lo genuinamente humano y moral e nosotros,
es decir, conservar y preservar la esencia misma del hombre.
Termino
pues, con algunas aportaciones críticas al total de la propuesta de Anders. A
mi juicio, su renuncia de la política por entenderla como combate entre
intereses, como profesionalización y especialización de una casta dominante, su
concepción subyacente de que la política es un terreno contingente,
corruptible, inestable. De combate y violencia enmascarada o simple moralidad
de los individuos y conjunto de individuos que conforman una comunidad
política, me parece un error sustancial. Puesto que la alternativa moralizadora
de la totalidad, esta totalización que sostiene que “todo está conectado, vinculado y relacionado con todo”, el decir
que todo tiene relación con la totalidad, y que una acción individual puede
conllevar a la movilización de un todo político o social que cambie el
paradigma que domina el presente, no tiene en cuenta el radical antagonismo y
oposición de la alteridad, de “lo otro”, que no es ni bueno ni malo por si
miso.
Ya
que este tipo de argumentación totalizadora y totalizante, alberga una concepción metafísica de reconciliación y
superación dialéctica de los apuestos, de los contrarios, de aquello que es
negación de alguna afirmación, que a su vez es negación de algo (de todo
aquello que no se afirma); que no es tan sencilla de pasar por alto sin
especificar y explicar. Me parece, que tratar de ver el mundo, de examinarlo y
prescribirlo bajo el binomio bueno-malo, propio de la reflexión moral, es no
atender a la diferencia radical, a la alteridad absoluta de los principios
ontológicos, que vemos tan claramente reflejados en la política. Un ejemplo
pueden ser las guerras ¿alguien sería capaz[7]
de juzgar a los agentes y actores de una guerra, podríamos decir que bando de
los combatientes hace el bien y el mal? ¿Podríamos juzgar y valorar de correcto
e incorrecto una decisión de un acto terrorista de liberación, que mate a
inocentes para conseguir un bien mayor? ¿Podemos decir que está mal, una
intervención de un país occidental democrático en una dictadura teocrática o
militar? Si nos planteamos seriamente estas preguntas, y no buscamos soluciones
o respuestas utilitarias, trufadas de juicios pragmatistas, ni recurrimos al
relativismo usual del nuevo progresismo de salón, encontraremos lo difícil que
es valorar estos fenómenos según las categorías de bueno-malo, conveniente o
inconveniente. Ningún acto o conducta dentro de un contexto de guerra, o en
cualquier situación de hundimiento y desbarajuste de un sujeto en hundimiento o
en la última caída.
Posiblemente
lo más que podamos hacer es intentar legitimar y dar razones de ciertas
acciones y ciertos actos de habla performativos
o realizativos; pero difícilmente
exista un bien o un mal absolutos en dichos acontecimientos. Vemos pues, como
en ciertos contextos, los juicios que en condiciones normales, que fue donde se
forjaron y teorizaron, no sirven ni para comprender, ni para prescribir o
normativizar la acción, allí donde reina el caos y el desorden, allí donde el
sujeto se inclina hacia perspectivas inusuales y que pueden acabar con lo real;
las reglas y los usos convenciones no sirven. Necesitamos pues otras
herramientas y otros discursos, seguramente más fundamentales como los
ontológicos o metafísicos, existenciales o epistemológicos etc. Me parece también, una simplificación y reducción de las
prácticas sociales, -que son mucho más
complejas y sólidas que un mero cambio en la voluntad y el compromiso
individual y colectivo- el concebir “lo dado” es decir, el estado actual de
cosas de correlaciones de fuerzas de poder y dominación; y las condiciones de
todas las actividades humanas, sean: la técnica, la cultura, la religión, el
carácter conflictivo y negador del arte[8],
como un mero artificio que se ha corrompido y invertido por voluntad de unos
poco, y por el quietismo y la dejadez de unos muchos. Tales problemas, que
intervienen en el mundo del común, en el espacio público de aparición de los
hombres, poseen un carácter conflictivo y negativo por sí mismos. Es decir,
cada uno de los elementos citados anteriormente desde el poder…hasta el arte
(…) Inscriben problemas ontológicos y epistemológicos altamente difíciles de
solventar por ellos mismos.
La imposibilidad de presentar la moral como una
solución política, no hace otra cosa que mostrarnos cuan poca consideración y
cual pre-juicio, posee Anders de la política. El resultado del mismo, es una
inexactitud en plantear soluciones al problema, y una totalización tautológica
en dar argumentos y razones al respecto. Ciertamente en su noción peyorativa de
la política como sujeto ideologizado, su
falta de pensamiento metafísico u ontológico que piense la alteridad y la
“otredad” en la política (puesto que lo propone es más político que moral) y en
su corporativismo por “la causa” me parece lo más reprochable al filósofo
austríaco
[1]
En este caso, los gobiernos tecnócratas, liberales tal vez, y otras muchas
formas de asociación ideológica que poseen una posición de poder y gobierno, se
encargan de lo que es de todos, así unos pocos son los encargados y gestores de
objetos morales universales que incluyen e involucran a la comunidad, mejor
dicho, a toda la humanidad.
[2]
Aunque parezca tópico y “buenista” hoy; en el contexto histórico en que se
sitúa el inicio de estas reflexiones, apenas quince años después de la
desgracia de Hiroshima; se planteaba como una obligación y necesidad apremiante
y preocupante la advertencia y el establecimiento de un código normativo y
regulador de la técnica y la fuerza atómica.
[3]
Infundado, falso, ficticio y auspiciado por grupos y gobiernos de presión, con
intereses particulares y privados.
[4]
De ser inclinado y dispuesto para la muerte técnica y artificial, un ser cuyas
máximas sería la misma que la de las
máquinas y los aparatos, fríos e inertes.
[5]
“La pregunta por la técnica”, Martin
Heidegger, trad. Eustaquio Barjau; en Heidegger,M. Conferencias y artículos.
Ediciones del Serbal, Barcelona, 1994.
[6]
Encontramos un paralelismo entre Anders y Heidegger, ya que este último habla
de la técnica como una palabra que oculta su propio esenciar, igual que la
palabra Dios oculta su propio esenciar. Y Anders, ve en el mayor producto jamás
fabricado por la técnica, como es la bomba atómica; “la cosa”, una nueva forma
de teología negativa secularizada. Por lo tanto, ambos tiene en mente, la
sustitución de lugar y posición de Dios, por la técnica, o al menos una
igualación en potencia del paradigma.
[7]
Se perfectamente que los partidos políticos, los gobiernos, grupos
empresariales, agrupaciones de poder, y otros sujetos ideologizados lo hacen
(…) Pero pretendo centrarme en una reflexión ontológica seria y rigurosa,
objetiva y neutral, una mirada de aquel
que solo busca comprender y prescribir, sin valorar en positivo (la
prescripción puede ser negativa)
[8]
Véase La Teoría Estética de Adorno,
donde se muestra que el arte es pura dialéctica negativa, esto es, una relación
de negación y oposición consigo mismo, con su derecho a existir (autonomía),
como con su relación con el todo; la sociedad (política y el sistema de
valores)
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