Imposturas Modernas (II)
No hay suficiente con
nuestro mundo de sentido construido, y nuestros problemas por resolver, siempre
necesitamos recordar, reconstruir y renacer viejos mundos alejados de nuestra
civilización, para revivirlos, re-combatirlos y confrontarlos.
Colonizar y explotar
la memoria, por vicio y no virtud, por enfermedad y no salud, para regocijo y
comparación, y no admiración o contemplación. Simplemente buscamos el salir,
para entrar en algo peor, una suerte de satisfacción cínica y mezquina que nos
hace reconciliarnos con nuestro presente, atornillando y descolocando nuestro
pasado.
Resucitar el recuerdo
es una tarea para los viejos, los modernos no podemos más que abrir heridas,
tropezar con la memoria, desordenar el mobiliario y embadurnarlo todo con una
nueva capa de polvo mucho más denso y tupido.
El progreso es una
máquina demoníaca e infernal, imparable, que se equipara al devenir y abarca la
totalidad de la existencia, es un proceso universal, una fuerza histórica
objetiva, un aparato de alta velocidad que no deja pararse para reparar,
descansar u observar. Como un tren inspirado en el suicidio, corre como animal
de hierro y carbón, atraviesa y ensucia su pasado con un negro humo, ejecutando
un ensordecedor ruido.
En tal locomotora, el
pasado es un cuadro colgado de la pared más negra, un decorado en un mueble
saturado de objetos, un menosprecio más a un viejo trasto lleno de polvo. Sirve
para rememorar y fabular, pero no para construir, ese es el mundo de hierros y
cosas que nos determina.
La memoria es ya, un
circuito electrónico, una base de datos, unos dígitos de ceros y unos
combinados, meras cápsulas de hierro y plástico inerte. Un almacén de cables y
conexiones, un mero ejemplar hilado que se superpone a la literalidad subjetiva. Se enfría y petrifica lo singular y personal.
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