martes, 27 de agosto de 2019

Crónicas del desengaño (XIV)

Llego a casa con la playa aún en los ojos; bien abiertos para que el primero que pase vea el mar y el azul de Calella. La quietud en la calle es absoluta. Sólo se ve un punto rojo encendido en la noche, es la llama del cigarrillo que se refleja en el cristal de la ventana. ¿Se le puede llamar fuego, o llama, a ese punto rojo que aparece, intermitente, a cada calada? Ya no me miro yo, y son mis ojos, me miran desde fuera, otros. La noche es un perro negro. No hay tristeza, sólo desamparo. Se me hace difícil reprochar nada a nadie, es mi propia autoexplotación emocional, yo mismo el sujeto derogado y derogador. El tiempo va pasando en la habitación, pasa inmisericorde, sin organizarlo ni querer atraparlo, no deseo para nada su presencia ni su contacto esta noche; que fluya si es que puede ante la densidad. A veces me digo: a ver quién puede más!el mundo no nos esperaba!

 

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