sábado, 3 de noviembre de 2018

Pedro y Casado (II)

Una Advertencia previa al contenido de las entregas:

[Advertencia para filósofos, personas críticas, poscríticas, metacríticas, o perifrásticas o pluscuamperfectas o fenomenologohermenéuticas. Las reflexiones que en las siguientes entregas se exponen no pretenden responder a la espectacular pregunta: ¿por qué los hombres no solo desean, sino que necesitan el castigo, previa determinación de la culpa, para continuar tranquilamente y con relativa "normalidad" con su vida política y personal? No me pregunto eso. Por falta de espacio, cabeza, tiempo, y público. Sino más bien, cómo operan las mentiras en la dinámica histórica del castigo, tanto en aquellos que lo aplican como aquellos que lo reciben, ya que ambos necesitan blanquear su figura para no aceptar, o soportar, la frecuente paradoja de que en la historia la condición de victimas y verdugos puede recaer en una misma figura personal o política. Mi reflexión parte de una inmediatez política, porque en ocasiones la distancia crítica me resulta sospechosa, incluso en mi vida personal: nunca estuvo tan lejos L. y la sentí tan cercana y próxima a mí como ahora, y jamás la pude tocar tanto, y tan feliz e intensamente, como cuando parecía irse y alejarse de la realidad. Solo la política ofrece la posibilidad de sumergirse e ir hasta el final, en su máxima proximidad y confusión, con las apariencias: el modo de aparecer de los hombres en público y explicarse, distinguirse, ser vistos y oídos, reconocidos por otros. Uno de estos modos de aparecer es, tristemente, hacer desaparecer al otro a través del castigo y sus múltiples grados de intensidad. El Estado en su faceta punitiva es uno de ellos. Determinar de qué modo la consolidación infamante de las grandes mentiras oculta una desgraciada realidad en la que se intentan blanquear ilegítimamente los pasados y difuminar las horrorosas semejanzas entre culpables e inocentes en el proceso político abolicionista del nacionalismo catalán, es la finalidad de estos escritos ahora que las penas, y sus trasuntos conceptuales, han sido técnicamente fijados y públicamente defendidos. Existe una extensión más radical de esta razón, y espero que el lector entienda y me permita la total desproporción: ¿acaso, siguiendo el sentido político y moral de nuestra tradición occidental, con sus luces y sombras, sería concebible que tras el juicio de Núremberg se hubiera absuelto o perdonado o indultado a los criminales nazis y su sistema de exterminio en nombre de la humillación que supondría convertirse, los vencedores, en una especie de justicieros poéticos, ángeles vengadores, que al imponer el placer, la necesidad, o la finalidad del castigo se transformaran ellos mismos en asesinos buenos que juzgan asesinos malos? ¿Acaso los nazis no merecían un castigo de manos de sus vencedores a pesar de que los errores de los americanos liberales lanzando la bomba atómica sobre Hiroshima y a pesar de que los crímenes de hambre, frío y extenuación del gulag que los comunistas soviéticos inventaron, los convirtieran a ellos mismos también en históricos verdugos políticos? Salvando la inmensidad que separa el proceso nacionalista catalán de la experiencia totalitaria, ¿no merecen los componentes del abierto proceso delictivo catalán ser castigados por su desproporción en el uso de la violencia constrictiva y estructural para alcanzar sus fines marginando y excluyendo la diferencia política, aunque sea en manos de un Estado que por su mera condición, la de poseer el uso legítimo de la fuerza, el monopolio de la violencia y las condiciones del chantaje legal, ya lo hacen sospechoso de entrada? A estas preguntas generales sólo se puede responder con microcirugías políticas, que consisten en disolver la mentira en su veneno, y comprender la realidad tal cual es, sin excusas. Si el pensamiento filosófico es capaz de destruir la totalidad del suelo que hay bajo nuestros pies, es decir, impugnarlo todo al modo de una condena poética, entonces es que es incapaz de explicar nada; todo pie pide físicamente suelo. El pensamiento político, como tentativa y ejercicio, ofrece alguna comprensión parcial de los acontecimientos sin destruir todo suelo. De ahí parto, teniendo en cuenta además que "el problema catalán" es infinitamente más sencillo, previsible y cutre, que la experiencia totalitaria, lo que supone una evidente y gozosa ventaja intelectual y moral. Supone, la evidencia de que la filosofía, en determinadas manos, sólo serviría para justificar lo injustificable y legitimar el autoritarismo, la xenofobia (blanda) y el delito.]

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