viernes, 2 de noviembre de 2018

Pedro y Casado (I)

A veces grito solo, y sólo al viento. Y muerdo al vacío, paso a paso hundido en mi pecho, durante mis paseos por el monte. Desde allí arriba veo la limpia línea azul del horizonte que dibuja el mar en el mundo, lamiendo sus bordes. Recta, continua, excitante, no solo estructura el exterior, sino que pone orden a mi interior. En ocasiones, ya encerrado, hago lo mismo desde casa y limpio la mesa del escritorio, trapeo, recoloco las cosas de la habitación y termino la biblioteca con sus columnas y filas de libros de color rojo: volúmenes donde arde toda la cultura occidental. Porque si el interior es un abismo caótico, al menos el exterior permanece sólido y seguro. Esta vez ha sido al revés, mi interior es una perfecta delicia dulce de emoción y sensibilidad con un innegable poso, tan humano, de tristeza; que contrasta con la inapelable mancha negra que nubla la vista de mi ciudad, de mi país, y las variadas desfiguraciones mediáticas que viven en ella. Se arrastran, jadean, hasta de un modo grotesco y esperpéntico. Las peticiones de penas del "Estado" para los encarcelados por el proceso nacionalista en su deriva abiertamente delictiva ya han sido fijadas; aunque intuyo que jamás digeridas ni por la irresponsable propaganda socialdemócrata, ni por el deseo de castigo y represión conservador, ni por el pensamiento mágico del nacionalismo que ya vaga por el mundo enseñando la entraña negra.





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