martes, 4 de septiembre de 2018

Memoria de un hombre antiguo (II)

A los pocos meses de volver del servicio militar, se juntó, a su modo de decir, con mi abuela Antonia, y al cabo de los seis años nació mi tío, y a los ocho mi padre, dos pipiolos muy esperados y queridos por la tradicional familia. El taller, pasados los años (aproximadamente unos 13 o 14) tuvo que cerrar, había normas severas en el nuevo tiempo. Se exigían contratos laborales, asegurar a las trabajadoras, pagar impuestos, locales acondicionados, homologados, organizarse y asimilarse a la velocidad de la vida moderna, un aprendizaje ya tardío para mi abuelo, dada además la agresiva y poderosa competencia que las grandes marcas populares de ropa ejercían. La industria textil y sus estrechas relaciones con grandes distribuidoras y enormes centros comerciales, liquidaron el pequeño negocio local, los medios de trabajo doméstico, liquidaron el futuro de un pequeño hombre que ante la inmensidad abismal de la incertidumbre cerró los ojos mientras andaba blandiendo los brazos para luchar contra la nada y su intrínseca oscuridad devoradora, para habitarlas y acomodarse. Se movía por la crueldad del mundo adulto con los ojos gruesos y redondos de inocencia, como esos niños miedosos con pijama de franela que se levantan nerviosos a media noche recorriendo un interminable pasillo negro y frío, en busca del reposo y la seguridad materna, golpeando el aire con sus diminutos y blanditos puños de carne y huesecillos de leche, con la finalidad inconsciente y automática de espantar a las siniestras criaturas de la noche con que los adultos los asustan, para prepararles y entrenarles frente al inextirpable miedo a la muerte, y la soledad, que les invadirá, hasta la fatiga y la melancolía más fundamentales, de mayores. Le faltó alguien liberado de la miseria que le contara cuentos por las noches, el mismo cuento cada día sin variaciones, sin olvidos, ni cambios, ni inventos, para espantar a los monstruos, que un día crecerán y serán vivos, implacables.Ya se sabe, hemos venido a vivir para luchar contra la muerte. Cerró.

- No podíamos competir con los que venían, era una locura, una invasión. Eran nuevos, fuertes y muchos, todas las pequeñas casas cerraron, queríamos anticiparnos a la derrota. El sector de la pañería: forraje de piezas y el interior de los trajes enteros, muerto; pantaloneros, chalequeros, pañueleros, modistas, todos desolados y perdidos; las tricotadoras del barrio que se subían a las azoteas de tejas rojas de los bloques de pisos para sentarse en los bancos de madera, y ahí, cotillear y laborar, todas, desaparecieron, se extinguieron como dinosaurios. Ya no había más viejas de luto, negras y pálidas, tricotando y andando por los tejados como si fueran gatos. El mundo cambió, dicen que para bien, pero muchos se hundieron. Nosotros tuvimos que dejar aquello, y pensar qué hacer para mantener a los niños, queríamos buenos colegios, eso eran los colegios caros, buena ropa, el material para el estudio; el piso dónde vivíamos nueve personas, tres familias, había que pagarlo mes a mes, muchas bocas que alimentar para el hijo pródigo. Porque, sabes, nene, a mí de siempre me han llamado el hijo pródigo los muy cabrones. Vaya mamones y cabrones de mierda, toda la vida trabajando, y ahora...

-Espera un momento abuelo, vas muy deprisa, recuerdo muchas más cosas antes de llegar aquí que estás pasando por alto, por ejemplo, ¿qué pasó con tu padre? porque decías que murió antes de la guerra. 

- Mira nene, la cosa fue así. Mi padre murió antes de la guerra porque se arruinó, yo tendría 5 añitos o así; no recuerdo nada, casi nada, de él; lo que me contaban. Se llamaba Amadeo, como yo. Él y mi madre, la Dolores, eran modistos, tenían una tienda en una calle buena del pueblo, en Orihuela, una buena calle de comercio; antes las tiendecitas prosperaban, se ganaban bien la vida. Consiguió un dinero con las telas, el coser, los trajes y la confección, y querían comprar una casa más grande, porque... bueno, una casa para la familia, para Dolores y los hijos, mis dos hermanas y mis dos hermanos, necesitábamos espacio, miraron una grande de tres plantas, terrazas, y jardín con cerezos, una huerta muy arreglada y hasta un corral. Pero sus dos hermanos, mis tíos, vinieron y le dijeron que ese dinero ahorrado podía invertirlo en algo mucho mejor, en el terreno que ellos tenían, para un negocio gordo que le iba a dar mucho más. Les dio el dinero; fue un dinero negro y manchado, como los cuervos que eran y viven de la podredumbre. Era un negocio bastante común en la época. Consistía en comprar naranjos y limoneros en flor, para los terrenos, para plantarlos y venderlos, sea el fruto, la planta, las semillas, se vendía por partes, entiendes?  Mi padre murió por la pena de los limones, por la marchitada flor de los naranjos. Plantaron el asunto, pero fue mal, muy mal. Era un año de tormentas, tornados, granizadas y mucho viento, un viento como nunca más he visto, un viento fiero, fuerte, violento, muy raro. No venía de ningún sitio en particular, ni nadie lo avisó. Eso destrozó los campos, dejó la tierra muerta, yerma, era como de otro color, amarillenta, fea, como el amarillo del enfermo, todo convertido en erial, las semillas, las flores y plantas, no funcionaban, no había. Nunca le devolvieron el dinero, y a mi padre, arruinado y sin nada, le dio algo, sí, eso, un ataque, aunque la pena era inmensa, no te la puedes imaginar, una ira indescifrable. Murió por el sufrir, por el dolor, de esa pena y esa ruina tan grande e irreparable, con esa blancura inapelable.

(le interrumpo, para darle tiempo también para comer el postre; todos hemos terminado. Mi madre, a la que mi abuelo llama "la duquesa", ha preparado un gigantesco y tembloroso flan de huevo casero, con caramelo, negro satinado, nata montada y, para él, kiwis. El clásico flan con kiwis y cointreau, porque mi abuelo toma esa barra de helado sintético con cointreau, los bizcochos, la fruta, y el flan con cointreau. Con los mofletes hincados, rellenos, sé que puedo hablar...)

- Abuelo, esto que me cuentas, es como un cuento ruso, los vientos violentos y extraños que destrozan la vida de un hombre honrado, recto y elegante, morir de pena por la ruina, que va más allá de la ruina personal, es como una ruina cósmica para la familia, representación de una ruina universal concentrada en la desgracia particular, la liquidación de un microcosmos, realmente podría ser una buen relato de literatura rusa.

- (un silencio prolongado, las cejas pobladas de incomprensión y estupefacción) Los Rusos son rojos, nene, eran los comunistas. No entiendo eso que dices del cosm... (ininteligible, intraducible) No, no, nada de cuentos, eran comunistas, asesinos, eso, de cuento, no, nada. Mira. Él murió porque los otros eran unos hijos de puta. Y mi madre se quedó, sola, sin nada, sola con cinco hijos con la boca negra, que andaban por la calle con mendrugos de pan duro y chupando las cáscaras de los cangrejos del ríos, pisando charcos en vez de acudir a la escuela, cuando antes íbamos alimentados como leones y bien vestidos como señoritos, limpios, llenos, envidiables. Estuvo un tiempo en casa cosiendo, haciendo de modista, pero no pudo, no ganaba, y nos fuimos a casa de la abuela. No pagábamos nada, ya estaba pagado; un piso con una planta acabada perfecta, pero con una segunda sin terminar, es decir, arriba, había una especie de terrado mal hecho, dejado, así vivíamos abajo todos juntos, y arriba construimos un corral, teníamos gallinas y conejos, montamos unas vayas de madera, algo parecido a un cobertizo también de hierros, paja y maderas, con sus rejas, y comederos para los animales, y hasta una cabrita que comía mucho, pronto se fue, porque era demasiado ese animal tan grande ahí, lo oíamos toda la noche andando arriba y abajo, resonaba el clac, clac, clac, por toda la casa; además no estaba muy bien, respiraba con gran profundidad, se le hinchaba la barriga y las tetillas, luego, por la mañana tras toda la noche respirando profundo, le dolía, gritaba como si la estuvieran matando, o como en un parto, nos deshicimos de ella, no queríamos comer esa carne de grito. Al poco tiempo, se fueron mis hermanos mayores a trabajar, a Barcelona, donde después de la guerra también fuimos mis hermanas y... bueno ya sabes.  

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