domingo, 24 de junio de 2018

¿Tengo al violador dentro!

Fragmento de la transcripción de algunas respuestas e intervenciones de Hannah Arendt en un congreso que tuvo lugar en noviembre de 1972 sobre "la obra de Hannah Arendt", organizado por la "sociedad para el estudio del pensamiento social y político" bajo el patrocinio de la York University y del Canada Council. Transcripción incluida en el libro De la historia a la acción. 

<< Christian Bay: [...] En mi opinión Eichmann en Jerusalén es quizá su obra más seria. Considero que su forma de advertir con tanto énfasis cómo Eichmann se halla en cada uno de nosotros tiene importantes implicaciones para la educación política, la cual, después de todo es el viejo tema de la integración en la política (...) Quizá nuestra capacidad para descentralizar y humanizar dependerá de que encontremos vías de corregir, combatir y superar a Eichmann en nosotros mismos y convertirnos en ciudadanos [...]

Arendt: Me temo que el desacuerdo es considerable y sólo aludiré brevemente a él. En primer lugar, a usted le gusta mi libro Eichmann en Jerusalén y dice que lo que allí afirmé es que hay un Eichmann en cada uno de nosotros. ¡Oh, no! ¡No hay ninguno ni en usted ni en mí! Esto no significa que no haya un buen número de Eichmanns. Pero tienen una apariencia bastante distinta. He odiado siempre esta idea "Eichmann en cada uno de nosotros". Sencillamente no es verdad. Y es tan poco verdadera como su opuesta, que Eichmann no está en nadie. En mi opinión esto es mucho más abstracto que la mayoría de las abstracciones que con frecuencia me permito -si lo que entendemos por abstracto es no pensar a través de la experiencia. ¿Cuál es el objeto de nuestro pensar? ¡La experiencia! ¡Nada más! Y si perdemos el suelo de la experiencia entonces nos encontramos con todo tipo de teorías [...] >>

Es el sofocante 2018, pero podría ser perfectamente 1972, la misma turba especulativa. Un violador dentro de mí, ya lo siento, despacio, creciendo ingobernable dentro de cada hombre si el ambiente está enfangado y ensangrentado. Eso dicen las activistas contra esa panda de cerdos descerebrados llamada La Manada; pero su indecencia e ignorancia es convertirlos no en arquetipo posible, sino en lo real universal, esto es: un criminal que anida, latente, en las entrañas de cada hombre inocente, y quizá bueno, hasta el mejor de ellos. Incluso un machista, que debe ser tratado con desprecio y reprobación, no debe ser confundido con un potencial, o necesario, asesino. ¡Vaya! ¡Esto me suena! Son el mismo humus humano sobre el que escribí en alguna red del mundo virtual, cuya estrategia de acusación e higienización ideológica consistía en una supuración insolente de las políticas de identidad colectiva: sacralizar y blindar el ser, para bien y para mal, por encima del hacer, de la acción concreta. Y les dije, con Arcadi: "por supuesto que sí, los nacionalsitas y los pedófilos son la misma clase de hombres: hay que respetarles por lo que son, ¡quia!, pero en absoluto por lo que hacen, sus extravagantes y en ocasiones criminales costumbres (...) nos molesta su misma presencia, ese olor a leche regurgitada, pero son las prácticas pedófilas y nacionalistas las que resultan violentas e indecentes, punibles por la ley y censurables por la autoridad, no su existencia, molesta, tediosa... sino su ...acontecer, doloroso, infame y regresivo. Ambos, son víctimas también de si mismos, de su ruina personal y su devastación intelectual (...)". La cruel indistinción entre los deseos y su realización, bajo la misma desolada sintaxis moral, es la que mueve con entusiasmo irreflexivo lo tumultuario, las vísceras, los cancerberos de la moral pública que aplican la recta metodología del linchamiento y la demagogia. Se juzga a los hombres, no por lo que hacen, su conducta, su obra de cualquier índole, sus acciones, sus hechos, sino por lo que son incontrovertiblemente: hombres, y por definición, misóginos. Por sus obscenas y en ocasiones desagradables intenciones, fantasías y anhelos eróticos, emocionales o sexuales. En muchos casos también compartidos, al modo de la autohumillación placentera, por las mujeres. Bajo esa pátina de leyenda del mal patriarcal, nos tratan a los inocentes con la compasión culpable que se tiene hacia los buenos hombres poseídos por el demonio, esa condescendencia hacia el ontológicamente malo que ejecuta breves y fugaces obras benéficas y bondadosas para expiarse. La clásica ecuación entre vicios privados y virtudes públicas parece para las voceras de la actual corrección política y el feminismo estándar, una ecuación incognoscible, indescifrable. Sea como sea, el hacer es insuficiente, y el ser, la condena irredimible.  

Cambie el lector de este cuaderno, la figura de Eichmann en sus gradaciones tradicionales de la única cadena de sentido: satanás- genocida- psicópata- criminal- asesino- nazi- nacionalista- burócrata-funcionario- alemán. Por cualquiera de estas otras gradaciones más contemporáneas de la figura masculina: asesino- maltratador- violador- abusador- misógino- machista- machirulo- posesivo celoso- vicioso- hombre. Sin duda las gradaciones son un sistema, simple en su enumeración pero complejo en su definición y distinción, de degradación moral y vejación humana. Y del mismo modo que los más débiles teóricos de la política del s.XX jugaban irresponsablemente con la metáfora Eichmann para explicar cualquier forma de terror político o de criminalidad subordinada a la obediencia debida, que se escapaba de sus categorías tradicionales refundadas después de la Shoa, ahora, nuestras pedagogas de "la perspectiva de género", al pretender articular un discurso político subversivo, desdibujan, por su brocha gorda, la complejidad de la realidad misma, y lo reducen todo un monismo de sentido, progresivo y mecánico, que culmina con la muerte de la mujer. Queda difuminada la pluralidad de dimensiones conflictivas (no todas suprimibles) de la realidad de la misoginia inherente a la cultura occidental, y estructural a toda cultura en sí, y que distribuida en distintos grados de intensidad hace de sus efectos, en las ocasiones más graves una coerción intolerable que puede llevar de la sumisión de por vida (las religiones) a la misma muerte, y en su efecto mínimo, a uno de los múltiples modos de prejuicio social, estigma, o costumbres hostiles, cuando no, a un simple, fructífero y lúdico, pero arriesgado, coqueteo erótico. Al aplicársele, a un individuo, uno solo de los eslabones categoriales o clasificatorios de cualquiera de las dos cadenas, sea cual sea ese eslabón, inmediatamente es juzgado con la totalidad significante de la cadena, cae sobre él, el peso simbólico de todas las figuras, entre ellas, las más atroces. El hombre, es todo lo que aparece de cabo a rabo en la cadena de sentido, sin atender a los distintos grados e intensidades. Pero lo es en potencia; haga lo que haga, obre como obre, actúe como actúe. Para ir terminando. Lo sorprendente es constatar cómo (del mismo modo que sucedía con los diversos dispositivos que desvalorizan la vida y de los que ya di cuenta en unas notas recientes del blog sobre los refugiados) ambas cadenas de significación ideológica se aplican exactamente igual y con la misma contundencia en distintos períodos históricos. Con distintos y cruciales resultados, dadas las circunstancias, gracias a dios, y que van del genocidio por motivos raciales y étnicos a muertes puntuales y una sumisión parcial de las mujeres, aunque sorprendentemente cuantiosa. Nadie se libera de sus cadenas.  

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