sábado, 14 de octubre de 2017

L'ou de la serp (XXII) Escrutando la locura

    Yo no me resigno a aquel viejo sintagma conservador, de los que viven con los pies calientes y el corazón helado, según el cual la política es irrefutablemente un aprendizaje inexorable de la decepción. ¡No!, no me resigno...
  • Sigo oyendo algo que para cualquier persona mínimamente alfabetizada resulta insoportable: "¡Totalitarios!". Constantemente unos y otros recíprocamente participan del peligroso juego del lenguaje blando, y por lo tanto, de las huecas palabras gruesas y redondas barnizadas con la sangre de la historia, siguiendo el discreto, pero firmemente establecido, precepto de Zapatero: "las palabras tienen que estar al servicio de la política, y no la política al servicio de las palabras", esto es, la verdad y la justicia tienen que estar al servicio de la política, y no la política al servicio de la verdad y la justicia, así ad infinitum, en esa eterna red de sustitución y relativismo terminológico, en ese campo de inmoralidad e ignorancia profunda del alma humana. Entendiendo que para la ruinosa cabeza de Zp la política es únicamente la lógica del sistema de partidos. Haciendo suya esta abracadabrante máxima, parece que las jergas nacionalistas o patriótico-supremacistas han desatado sus plagas bíblicas a través de sus voceros propagandísticos; donde "totalitario" es el insulto o descalificativo al siempre fabricado enemigo respectivo. Vargas Llosa, F.J. Losantos, J. Bustos, G. Albiac, H.Tertsch, G. Serrano, A. Ussía... son los papagayos que canturrean la infamante erosión de lo cotidiano que nos enajena y desgarra mientras conjugan el terrorismo y el totalitarismo en todos sus tiempos, éxitos y glorias personales. Forman parte del rancio macizo castizo de la patria, desvergonzados ingenieros de la llamada (lo popularizó de modo inmejorable José María Izquierdo, el catavenenos, en su remunerativo blog a lo Kraus, "El ojo izquierdo" sobre los estragos políticos y culturales de la ultraderecha), "caverna mediática", lugar donde se da cobijo y abundante alimento a las culebras más retorcidas y venenosas de la profesión, a las ratas más fétidas y enfermizas del subsuelo ultraderechista: golfos mediáticos, vociferantes propagandistas sin escrúpulos, mercachifles y matarifes de la prosa más inane y feriante, burdos plumillas de alquiler como  baratos matones a sueldo y la más variada canallesca irresponsable e insensible. El producto más nítido de este basurero mediático, entre los residuos, huesecillos y excrementos de lo humano, es la perfecta destrucción del lenguaje y la fe en la palabra, la gratuidad e impunidad que acompaña a la abyección cuando el discurso se ha degradado de tal modo que ni te compromete con el mundo ni te vincula con los otros hombres. Estos usureros de la moral y mendigos de la ostentación lo desconocen todo sobre el trasunto de la condición humana; usan los humos totalitarios del mismo modo patológico que utilizaron el terrorismo en los tiempos de Aznar (a su favor) y Zp (en su contra), y lo peor, en tiempos de paz cuando la banda Eta ya estaba desmantelada y desactivada, para instrumentalizarlo a modo de técnica de subjetividad política, apología patriótica y rédito electoral. La obscena estrategia de la derecha cavernícola consistía en conjurar a los agentes orgánicos del partido (el Pp) y sus esbirros mediáticos (y me refiero a todos esos viscosos abortos de roedor que ya he citado) reaccionarios para construir un único bloque de oposición a cualquier política de reconciliación nacional que no pasara por la agonía policial belicista; capitalizando el movimiento cívico de las víctimas de Eta, unificándolas en una sola y hegemónica voz conservadora uniformemente zafia, y sectarizando la sociedad entre aquellos que apoyaban a las víctimas y aquellos que aplaudían a los verdugos. Estos últimos eran todos aquellos que ellos señalaban desde los medios porque no cumplían servicialmente con el designio de la propaganda subvencionada del conservadurismo español: una plasta repugnante de cinismo y manipulación social que imponía como dogma que todo lo que decían las víctimas era una verdad inquebrantablemente, una tautología política. La causa, o campaña difamadora, culminaba con la conversión de las víctimas (un acontecimiento arbitrario y contingente) en un elemento ideológico y estatal, una farsa que aplastaba la disonancia crítica y objetiva sobre el problema vasco; y silenciaba la polifonía dentro del  propio movimiento de las víctimas. En tanto que elemento ideológico quedaron patrimonializadas como capital simbólico de la derecha y como arma de oposición política antiterrorista contra la izquierda socialdemócrata, que inexorablemente se convertían en traidores a la patria, legitimadores de la violencia, o vete a saber tú que paranoica alianza judeo-masónica para romper España si no se adherían al dogma oficial. Así eran y así son esa clase de gusanos que hoy se atreven a definir al nacionalismo catalán como totalitario (desconociendo absolutamente el orden categorial e histórico que tan bien explicó la injustamente vilipendiada Hannah Arendt); igual que sentenciaban a Bildu, Sortu, e incluso al PNV como etarras y cualquier izquierda benevolente con el nacionalismo (Podemos) como terroristas, o amigos de los terroristas, que tanto da.
 
  • La grosera aglutinación mediática en esas toscas formas de gregarismo xenófobo, sectarismo y deportiva polarización antagonista se han consolidado en el mundo nacionalista. El Govern y las mentes más fatuas de su miserable mandarinato (ya que controla todas las estructuras de agitación social y adoctrinamiento), junto con algún que otro ridículo apoyo externo ocasional, también participan de esta competición hipertrófica e hiperbólica; y su función consiste en la misma utilización e instrumentalización del terrorismo y el totalitarismo que ejerció fríamente la caverna mediática, pero con otros elementos y cambiando el enemigo: la instrumentalización de la fantasmagoría de la "represión fascista" para superponerla a la represión de una burocratizada policía democrática en los tiempos actuales. Para incrustar, inscribir, a su vez la violencia física (y no meramente estructural) como elemento ideológico consustancial del patriotismo español y su representación en el conjunto de las instituciones del estado. El nacionalismo catalán y sus corporaciones mediáticas fabrican la gran mentira del enemigo fascista y la ocupación represora extranjera, mientras sacralizan su patética imagen narcisista de victimismo, pacifismo y fundamentalismo democrático. Ambos bandos representan una especie extraña y formidable de rebelión reaccionaria y revelación regresiva de los resortes o fuerzas que permanecían ocultas coexistiendo antes de la colisión entre supremacías nacionalistas. En modo alguno podremos agradecer lo suficiente sus enseñanzas: ¡hasta que punto fueron fatalmente ciertas las palabras de Zapatero en este desaventurado y desdichado país!      
 
    

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