jueves, 16 de junio de 2016

El mundo como catálogo comercial


Hay momentos en que el erial político, sin pedirle nada, nos trae los mejores momentos de nuestra venenosa imaginación; da sentido, aunque sólo sean unos miserables minutos de baja gloria, a los monótonos y apelmazados días de unas vidas demasiado ensimismadas en el reflejo ocioso y evasivo que la prensa y la sociedad (víscera infinita e inabarcable donde se mete todo lo que no sabe decirse con exactitud) producen de uno mismo; y lo peor, de los suyos, que en ocasiones pueden llegar a ser verdaderos desconocidos. Despertar un día sin ninguna pretensión y descubrir una de las grandes verdades de nuestro tiempo, de la socialdemocracia, reproducida además masiva y técnicamente, ¡no tiene precio! Y que además, aparezca en la estupenda forma geométrica, limpia, familiar e inofensiva, de un catálogo comercial doméstico, horneado en el fuego de la actualidad mediática y preparado, condimentado, como declarada y autocomplaciente propaganda política, es el trabajo hecho a sí mismo del método Fackel: metonimia ya de la crítica cultural del periodismo y la crítica periodística de la política. Kraus en dos breves pero alimenticios ensayistos, El mundo de los carteles y En esta gran época, ya habló de los anuncios impacto y del desplazamiento de la función de la palabra "artísitica" por el eco de los carteles en tiempos de publicidad y propaganda; puso el dedo en la llaga de la mórbida opinión pública y los medios de incomunicación de masas en fecha tan temprana y providencial como 1914, así como el correlativo suicidio del "intelectual" (y el periodista) europeo, que no es más que el suicidio de la dignidad del lenguaje y su profundidad en la cultura. Todo ello, actualizado, se mantiene en el orden de los acontecimientos de nuestra socialdemocracia y sus excrecencias: hijos legítimos que pretenden matar al padre pero que son sangre de su sangre, al fin.

 Kraus, cuyo aparato crítico era su idiosincrasia, su palabra y su pluma sin escuela, juzgó y sentenció en su tribunal de papel inapelable los primeros brotes criminales de la civilización del progreso: la prensa; y dijo: "El progreso fabrica portamonedas con piel humana".  El catálogo es el encaje perfecto de esa prensa y de la nuestra, la perfecta asimilación entre fondo y forma, pues la prensa no es un simple emisario o mensajero, sino el acontecimiento mismo, no es un discurso o un orden y jerarquía de discursos vistos desde un exterior imparcial, es la vida y su interioridad manchadas. La prensa como una reproducción de la vida, o, la vida una reproducción de la prensa. La vida y la política en nuestro tiempo es expresión de los periódicos, y estos no son un extracto de contenidos; son el contenido. En cualquier caso, su simulacro de los hechos y de los modos de representarlos, los convierte en un sujeto o agente político, con la particularidad de que su fuerza no reside sólo en las palabras y, aún superior, en la acción, sino en el eco que ellos producen como cajas vacías de resonancia. Estas sucesivas repeticiones de lo mismo, la abundancia del lenguaje enlatado y carcomido, cubos de basura cultural y guarrearía espiritual lanzados desde la impunidad, situados por encima incluso de los hechos y de la fantasía, es lo que apela a las debilidades humanas y desencadena acontecimientos atroces y desastrosos, que dirigen y exageran sus propias invenciones; los mundos que han creado. El catálogo Ikea de Podemos es exactamente eso, la mejor caja de resonancia de lo inocuo que crece sin parar, el zumbido que ensordece la razón; pues el mejor catálogo de medidas, el mejor cartel político de nuestra historia reciente, no va dirigido a los ciudadanos, ni su objetivo es ser leído. No. El catálogo de anuncios hogareños o cartelitos domésticos, va dirigido a ser hojeado por los periódicos para que como voceros distorsionadores sólo llegue su eco y su resonancia adulterada, ese estímulo de las debilidades que revuelve al populacho y a sus taquígrafos de sangre, al mundo civil. El catálogo es la mejor explicación de la socialdemocracia por ese conocido método de desacoplamiento. La mejor explicación plástica y visual, la más reveladora y agradable, cómoda y estética, de todo lo que hasta ahora se ha hecho en campaña electoral y fuera de ella. La verdad revelada de la socialdemocracia y su adherida partitocracia (todos los partidos están en este juego, sólo que no lo habían ilustrado y representado con tal belleza y exactitud) es ese ruidoso silencio perpetuo de su vacío consustancial, y ese eco ensordecedor de la vacuidad de resonancias y pliegues infinitos, esas cascaras de apariencias huecas, y esos lazos de la nada más absoluta. El reposo cómodo de las inteligencias en las grietas de sus almas, hechas comida para cerdos, es el rastro de barbarie en la paz y el tedio de nuestra cultura, que se filtra por los artículos o editoriales de los periódicos socialdemócratas, se cuela por el insípido estilo de su obscena prosa y sus noticias anuncio, sus propagandísticas crónicas, y que ahora se automutila el espíritu al convertirse en aquello contra lo que debería luchar, dice Kraus. El catálogo que tan bien sintetiza el pequeño tamaño de nuestra nueva época y nuestro histórico momento nacional de sol y moscas, quizá muera de risa, si dura lo bastante, ante la posibilidad de que pudiera ir en serio.   


 La exposición cruda, descarnada y abierta de una forma política en catálogo comercial, su esqueleto y su estrategia, insinúa irónicamente la mercantilización de la política, pero además certifica, no sin fanfarronería y socarronería, que el secreto eterno del que proviene el hombre es el comercio, ¡Dios creo al consumidor!, el hombre y Dios son producto del comercio, guardan en ellos el secreto comercial, y son una clientela interminable. Esta civilización, dice Kraus, es el sometimiento del vivir a los víveres, la subordinación de los fines de la vida a los medios de vida, y el progreso, sirve a este ideal y a este ideal suministra sus armas. El progreso vive para comer. Esta tiranía de las necesidades y los caprichos se ve reflejado en la prensa y su armamento dominical para la cultura y en la propaganda electoral, que como vemos, está ya abiertamente vinculada con las invenciones y la nada de la prensa. ¡Cuánto vacío! Esa revelación textual y plástica del artefacto Ikea, ilumina la taxonomía de una época: la repetición inalterable de lo antiguo en lo nuevo, la pequeñez de la grandeza del momento histórico, irrisorio y vulgar, e igual de repetible y trágico, o cómico, que cualquier otro tiempo pasado y futuro. Las nuevas herramientas son los viejos y rudimentarios instrumentos que desmontó ya Kraus a principios de siglo, al señalar unos tiempos mediáticos bañados en las sales de la vacuidad de la propaganda y la mentira de la prensa: únicos objetivos logrados del catálogo. Las humedades espirituales y la mugre intelectual de este sótano doméstico, ponen de relieve, en un marco dorado y majestuoso, la necesidad de la tremenda originalidad y brutalidad de la prosa krausiana, y su corrosiva actualidad. La verdad que él señalaba no ha hecho más que crecer con los años; rasgo fundamental en el carácter del clásico. Aunque esos tiempos, indecibles, fueron mucho más oscuros y criminales que nuestra sencilla zozobra nacional.     

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Escribe Arcadi en Cartas a K. Calle incendiada, casa caldeada 



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