viernes, 22 de abril de 2016

Pablito clavó un "pablito"




Burbujea la polémica tras el hormigueo de periodistas que atendieron, mejor, desatendieron, las palabras de Pablito & Company, mientras el susodicho se psicoanalizaba en público, y psicoanalizaba de paso a todos los demás. Como siempre sucede con estas cosas de la mediocridad: cuando un estúpido da consejos a otro, realmente está hablando, encubierto, de  sí mismo; cuando se psicoanaliza, abriéndose en canal, está descuartizando a los demás; pura carnicería psicológica. Los periodistas, además, abandonaban la sala como señal de protesta a los agravios con nombre propio que el merluzo magenta lanzó contra los medios, cuando son los que deben dejar las protestas gremiales y demás caricias y lametones corporativos para el sindicato, y hacer su trabajo: poner ante el espejo a la realidad y sus personajes para que se derrumben ante la sordidez y mentira de su propio reflejo. Al margen de la desazón que me produce la apropiación de la "reivindicación" en la pluma de los periodistas, hay dos asuntos que me llaman la atención. En primer lugar, esa impura autoasignación de la condición de académico, o peor, de justificar sus gilipolleces, por el innoble contexto académico de cítricos cimientos. Quizá sea porque los imposibles metafísicos son ahora físicamente posibles, esos chicos mediocres, viva representación tanto de los delfines académicos y de la turba estudiantil ( no llego a comprender, cómo estudiantes, ¡mi generación!, pueden transfigurarse en corderitos de rebaño, pastoreados de tal descarado modo, por gente que, a ojos de cualquier humano alfabetizado con algún que otro libro en la biblioteca, no merecen ningún respeto intelectual ), son considerados por todos sus afines, como mentes brillantes y talentosas. Al margen de las limitaciones que su propia disciplina artificiosa, la ciencia política, que tantas consideraciones críticas y sutilezas ha merecido por los filósofos (Arendt o Strauss, sin ir más lejos...), su talento y su esfuerzo, digamos intelectual, son más que insuficientes y deficientes. Sus lecturas, inseguras o sospechosas; sus escritos, desde todo punto semántico y sintáctico insostenibles, para críos; y su estética, previsible, popular, y vulgar. Su único mérito, y no es poco, es meramente político, no intelectual; consiguieron abrir en la micro física del poder, una brecha donde es posible introducir discursos críticos y caminos de comprensión en paredes grises y arrugadas como la piel de un elefante, que antes protegían las esencias, los orígenes, de la leyenda y el relato nacional de la Transición. Ese logro de física y fuerza, es una cuestión de bulto y de ruido, pero no de letra o tejido neuronal. En segundo lugar, esa repetida y sobada crítica a los medios, también me ha llamado la atención, viniendo de un producto ontológicamente televisivo.     

Pablito dirige su temblorosa crítica a lo que podríamos denominar como la polarización de los medios en trincheras ideológicas, o las dos españas del periodismo. Bien está. Pero quizá sea una crítica demasiado general y superficial, impropia de un académico. Quizá el rodaballo magenta quiso decir, sin talento ni virtud, lo de Cómo llegué a ser editor de un periódico agrícola, el ensordecedor cuento de Twain; y el pobre, académico pero limitado, corto, casi sin aliento para deslizar un leve sonido gutural, arrastrando las palabras; quizá simplemente no podía, no sabía, y finalmente dijo lo que dijo, sin más. Suerte de nosotros, que le queremos tanto, y podemos dejar un fragmento de lo que quiso decir junto a Twain:

<< [...] -¿Decirle a usted, pedazo de mazorca, calabaza, hijo de una coliflor? Es la primera vez que escucho tan desconsiderados reproches. Lo que les diré es que llevo en el negocio editorial catorce años, y es la primera vez que escucho que se tenga que saber de algo para editar un periódico. ¡Pedazo de nabo! ¿Quién escribe la crítica teatral en los diarios de segunda categoría? Pues un hatajo de zapateros y mancebos de botica promocionados, que saben tanto de tablas como yo de agricultura, y poco más. ¿Quién hace la reseña de los libros? gente que nunca ha escrito uno. ¿Quién elabora esos tostones sobre finanzas? Tipos que han desaprovechado cualquier oportunidad de aprender algo sobre el tema. ¿Quién hace las críticas de las campañas contra los indios? Caballeros que nunca han oído un grito de guerra, ni han visto un wigwam, ni han corrido nunca delante de un tomahawk, ni han arrancado flechas de varios miembros de sus familias para encender las fogatas de acampada. ¿Quién escribe esos llamamientos a la templanza, quién clama contra los ponches y combinados? Individuos que solo estarán sobrios cuando bajen a la tumba. Y dígame, boniato, ¿quién edita los periódicos agrícolas? Hombres que, por regla general, fracasan como poetas, como escritores de novelas de misterio o de dramas tremendistas, como reporteros urbanos, y que finalmente se refugian en la agricultura, en compás de espera, antes de entrar en el asilo para pobres. ¡ Y quiere usted enseñarme el negocio periodístico! ¡A mi! Señor, yo he ido desde Alfa hasta Omaha, y puedo decirle que cuanto menos sabe un hombre, y cuanto más alboroto levanta, mayor es el sueldo que cobra. Bien sabe Dios que, si en vez de ser un hombre cultivado hubiese sido un ignorante, y si en vez de desconfiado hubiese sido un imprudente, habría podido forjarme una gran reputación en este mundo frío y egoísta. Me voy, señor. [...] >>

O quizá, el irónico y fino Pablito, se refería, en la metáfora política compartida, al mundo académico...



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