miércoles, 4 de noviembre de 2015

Prolegómenos a El sobrino de Rameau




El seminario sobre la Ilustración, privado y personal como le gustaba a Spencer que surgiera la filosofía, como el crecimiento de una planta cultivada en la llanura, nada académico (estatal), con R, imposible sin su dirección, se ha convertido en, además de una rutina de lo más agradable, tardes de diálogo que parecen más bien un ring de combate, boxeo, entre oposiciones dialécticas, sin lógica dialéctica, y sin juego de posiciones ideológicas. Hemos hecho nuestro aquello de Patocka de la vida en la idea para elaborar algo así como unos ejercicios de incertidumbre o ensayos críticos críticos; y que por lo tanto, actúan como notas intempestivas contra la ilustración. Esa tierra de nadie o lugar vacío y retirado que es el pensamiento desde el que se habla sin determinaciones históricas, sin contingencias, sin imperativos prácticos ni prejuicios o dogmas teóricos: un pensar sin barandillas, sin las almohadas muy mullidas, que diría Montaigne, de rígidos sistemas filosóficos. Con total libertad y arbitrariedad en la opinión y la selección de textos (concretos e interpelados por el hipertexto) que expliquen o revelen la verdadera naturaleza de la ilustración (no su origen único, pues existen diversos y distintos "procesos" de ilustración; algo así como una polifonía ilustrada. Está por ver si la ilustración es un proceso o una Gracia, salvación, redención, génesis o transfiguración teológica...) descompuesta o deconstruida en lo que consideramos sus partes atómicas y nucleares; los fundamentos doctrinales, constantes y esenciales que encontramos en toda veta de emancipación, sea esta en la areté (virtud), en el nous (entendimiento o intelecto), o en ambos a la vezde la biografía de los hombres y sus manadas, las naciones.

Estos elementos esenciales, comunes en toda ilustración, podrían identificarse con dos fenómenos o acontecimientos (y aquí ya hablo desde mi punto de vista sobre el seminario; pues R. sigue con su trabajo sobre Kant y escatología e ilustración, y no quisiera poner en su boca palabras que quizá apruebe o no, de otra manera), de entre otros que podría haber, que englobarían de manera general y especulativa dicho, extraño y escaso, fenómeno (¿de libertad?) en la historia de los hombre y las ideas. En primer lugar, la ilustración implicaría, repitiendo, el paso del mito al logos, o dicho de otro modo, el paso de la atemporalidad estética (el instante abstracto y absoluto) a la temporalidad ética (la concreción y contingencia de la duración, continuidad y temporalidad de la existencia: cargando sus consecuencias como el peso de la pena, la culpa o el mal abiertos por la libertad) como diría Kierkegaard (aunque para él, el tercer y último estadio, superior al resto, sea el religioso, el del milagro: ausencia de sufrimiento y dolor), autor inteligentísimo al que sus seguidores no han hecho justicia ni buena prensa; y que podría entenderse como el paso del Mito a la Historia ( Adorno, Benjamin), de lo escrito a lo que está por escribir, del ser al devenir o, siendo lo mismo, como el paso de la historia trágica (sueño) a la historia ética (conciencia histórica) de Zambrano. Dicho paso, o dichos pasos, no se darían de una vez por todas, ni significarían un estado de gracia, absoluto, de no retorno, sino que se desdoblarían las direcciones en un juego de regresos y progresos sucesivos pero no necesariamente ascendentes o descendentes; siguiendo la estela de la symploké (ruptura, discontinuidad, pues no está todo en todo) platónica. Por lo tanto, la ilustración estaría ligada por excelencia, no sólo al nacimiento y origen de la Estética (Baumgarten, 1750; el gusto, el goce, lo bello y lo sublime...), sino con su presente y las problematizaciones político-teológicas de sus contenidos; aplicados también  retrospectivamente al pasado, clásico o antiguo (algo que evidentemente no puedo precisar ahora). 

Y en segundo y último lugar, la ilustración implicaría, la indisoluble unión entre ilustración y educación, pues no toda educación tiene por qué ser ilustrada, pero sí toda ilustración es educativa, posee un carácter disciplinario y formativo como condición de realización de su objetivo, esto es, en palabras de Adorno, -liberar a los hombres del miedo (del esclavo) y constituirlos en señores [...] disolver mitos y derrocar la imaginación mediante la ciencia; o en palabras de Kant, -el abandono por parte del hombre de su minoría de edad autoculpable. Desde los diálogos de Platón con la mayéutica socrática, el paso de las sombras y la oscuridad a la luz; a las éticas de Aristóteles y Séneca, el paso de una mala vida y un ser imperfecto a una eudaimonía, buena vida, como florecimiento y plenitud del ser o "felicidad" en el hombre; a las estrategias políticas de Marco Aurelio en las Meditaciones, y Maquiavelo en el El Príncipe, con el paso de lo precario en la generación y corrupción constante, a la esperanza de la gobernabilidad de la fortuna; al Leviatán de Hobbes, el paso del miedo natural al poder de la ley, o de la horizontalidad a la verticalidad; a las meditaciones y discursos de Descartes, pasar del error y la duda a la certeza, y convertir el asombro, la curiosidad, el deseo de saber y el "arte de vivir" de los antiguos, en una ciencia y un método; a los textos de la ilustración francesa: Voltaire (Cándido), Roussea (Emilio, o el buen salvaje) o Diderot (Rameau); que implicaban el sometimiento y servidumbre de Dios al Tiempo... Desde todo eso, se conduce al objetivo de la última etapa de Kant (La Pedagogía, 1803) que coindice de pleno con la ilustración como eduación o pedagogía; la de realizar los fines y naturaleza del hombre a través de un proceso físico (natural) y práctico (moral); esto es, a ser algo más que animalidad y piel, y convertirlo en humanidad y razón a través de la temporalidad (llegar a ser). Concluyo pues; los dos elementos que identifican a un acontecimiento como ilustrado, son la estética como revelación del problema teologico-político (histórico), en que lo bello y lo sublime juegan un importante papel; el paso del sueño atemporal a la conciencia o existencia temporal; y su carácter educativo, el cómo se da el "proceso" y la disciplina de emancipación en la areté y el nous de los hombres. Éste, es el propósito del diálogo entre el filósofo, el mismo Diderot (1715-1785) y el payaso, bufón, músico Rameau. Pues se plantea, o así lo planteo, desde una doble perspectiva: desde la literatura misma, y desde una sociología de la literatura.     









   

        





























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