martes, 11 de agosto de 2015

Strauss para perplejos (II)






Conviene recordar, con la sutileza con la que lo hace Strauss, que estamos acostumbrados a la libertad de prensa y expresión, una conciencia moderna que da por hecho ese tipo de libertades como si fueran la constante y la normalidad en la historia, cuando realmente constituyen la excepción y no la regla. Cave recordar que la persecución era, y en cierta medida lo es hoy, la tónica general de la mayoría de regímenes políticos; de modo que el arte de escribir y de leer que propone Strauss, no es una extravagancia académica ni una coquetería personal, sino el descubrimiento de una técnica interpretativa genuina y absolutamente productiva en el trabajo de textos y autores; el modo de conocer qué pensaban realmente los filósofos políticos, al margen de contingencias prácticas. Otra de las insistencias de Struass es la crítica al historicismo, cuya mayor prueba de cargo es el propio arte de escribir; pero no solamente. Pues la arrogancia de esta disciplina, lejos de permanecer en el silencio de los cajones viejos, resuena en todo tipo de facultades, conversaciones privadas, discursos políticos (el nacionalismo) e invade todas las invenciones y ocurrencias posmodernas. Pensar que se puede comprender mejor las ideas de un autor, de lo que él mismo las comprendió o se comprendió a sí mismo, por el mero hecho de conocer las circunstancias históricas, de las que él, en su totalidad, era ignorante, da muestra de las mitología y las tautologías en las que andan metidos. Por no mencionar las inestabilidades internas de la propia "disciplina": si aplicáramos el historicismo a sí mismo, resultaría que él mismo es un producto efímero de la historia, un resultado relativo de la temporalidad, convirtiendo su herencia, en mero recordatorio de viaje o en una memez hermética. Pero lo más grave de todo, es el olvido del arte de escribir que presupone el historicismo en su tuerta existencia; y la conversión de todo lo real (político y filosófico) en simulacro; suprimiendo así la posibilidad de la verdad y la naturaleza de las cosas, una búsqueda sin fin, no por ello sin sentido, que Strauss ya advierte con su terrible sentido común. Como bien dice Strauss, si existen las cuestiones políticas es gracias a las diferencias naturales (naturaleza que niega el historicismo) entre ángeles y hombres, y entre hombres y bestias.

El arte de escribir, es decir, esa escritura exotérica que contiene en su interior una segunda voz, una segunda escritura, esotérica, que realmente es la escritura filosófica por excelencia; mientras que la primera, la expuesta y pública, es un mecanismo político de ocultación y de resistencia a la  persecución. Esta escritura digo, de existir, y así lo demuestra la historia y la tradición, no sólo revela la tensión entre política y filosofía, y por lo tanto la frontera hostil entre pensar y actuar: teoría y praxis, como ya dijimos; sino que demuestra la falsedad soterrada tras la ingenuidad y simpleza del historicismo, al asimilar e identificar sin fisuras o rupturas un pensamiento a una sociedad y una filosofía política a una situación histórica. El arte de escribir esotérico (eso siempre implica su técnica de ocultación política y por lo tanto una escritura expuesta y protectora: exotérica) es la propia negación de las tesis historicistas, y de cualquiera de sus reformulaciones posmodernas, sea en este caso, el simulacro de Deleuze o el burdo historicismo del nacionalismo opinable. Qué sentido tendría esa doble forma de escribir, esa escritura a dos velocidades, que Strauss, con su brillantez y sencillez expositiva, descubrió en tantos y tantos textos de nuestra tradición filosófica (clásica y cristiana), y de otras (judaica y musulmana); si no fuera porqué las opiniones comúnmente aceptadas, las ideas establecidas y la reflexiones de lo idéntico, no sirven para revelar (no son) la verdad de las cosas políticas permanentes: su naturaleza fundamental, que de perseguida, la vuelven subversiva y alternativa. Qué sentido tendría el arte de escribir de ser verdad lo que dicen los historicistas: que los hombres sólo pueden escribir, pensar y actuar a través, desde y mediante, la experiencia de sus circunstancias históricas y políticas concretas, con lo que les es dado epocal y temporalmente; permitiendo solamente y reduciéndolo todo a "lo exotérico". La escritura exotérica es la escritura (estilo mandarín) política, y la que por lo tanto, siempre se adecua a la realidad política, que asume y es asumida por lo establecido: "nobles mentiras", " fraudes piadosos", "economía de la verdad" "cuentos verosímiles", "opiniones probables"; que siempre que se aplique el arte de escribir, servirán como tapadera y escondite para la verdadera escritura esotérica; filosófica. La única que persigue un verdadero conocimiento y no la mera opinión, que revela la verdad y no pacta con la mentira, que establece límites (elige entre buenas y malas) a las doctrinas políticas basadas en deseos y esperanzas de improbables utopismos modernos. Y lo que a mi juicio es lo más esencial; permite a la filosofía política lo que el historicismo le prohíbe, retomar su espíritu clásico: pensar al margen de ideologías.

Convertir toda la filosofía política y toda praxis política en una poiesis temporal, o mejor dicho, en un simulacro histórico, no sólo imposibilita la revelación de la verdad o la naturaleza de las cosas (con todos los matices al término "naturaleza" que sean necessarios), del bien o la justicia para el orden político como criticaba Strauss a los historicistas. Sino que, emulando a Arendt, el simulacro historicista imposibilita la mera oportunidad de darse a sí mismos, en el pensamiento y en la acción, el (su) propio nombre (algo que desde Kant y la Ilustración es habitual en los movimientos políticos autoconscientes). Pues si los límites históricos de una respuesta o una palabra dada, de unan acción o reacción, necesariamente escapan a quién las expresa o ejecuta -ya que están determinados por los límites de su experiencia heterónoma- cómo podrán ejercer el complejo pero usual, ejercicio de reflexionar -para guiarse u orientarse en el mundo-; para el cual necesitan huir, distanciarse, "salir fuera" de tendencias, creencias, convicciones, prejuicios, condiciones materiales etc. ¿Cómo pretenden introducir la diferencia (en la que se basa su teoría tradicional y el simulacro de Deleuze) en el espacio político, que se define precisamente por el hecho de la pluralidad entre los hombres, el hecho de que los hombres comparten un mismo mundo sobre el que tienen opiniones diversas, según la posición (no subjetiva) que ocupan en él; y que respecto a él, son iguales en sus absolutas diferencias y singularidades? Si no existe una identidad o igualdad de fondo previa (que otorga el mundo compartido, el vivir juntos, el vivir "entre" los hombres), que los haga conmensurables, para poderse distinguir ¿Cómo pretenden ser conscientes de sí mismos, y decirse en primera persona? Según la lógica arendtiana, que suscribo,  cada momento histórico supondría en si mismo una perdida de mundo, volviendo inconmensurables e irreconocibles cada momento o simulacro del proceso histórico, siendo el propio historicismo invisible e indecible. para sí mismo.





















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