lunes, 6 de julio de 2015

Entremés socialdemócrata




El hecho de que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa, no deja de ser, por evidente que parezca en muchos casos, un recurso retórico para los noveleros de la realidad o los nostálgicos de la ortodoxia marxista. Pero lo cierto es que la historia, forzada y obligada a ser repetida, sólo es posible como farsa; una absoluta impostura digna de prestidigitador socialdemócrata; pues se supone que el suarismo ha vuelto rejuvenecido y sin voz de ultratumba. Rivera, un joven al que la mirada de ciertas mujeres - eso sí que es una cuota fija mucho más eficiente que las del feminismo de la igualdad -  lo convierte en el guapo soltero de la clase política, elevándolo a categoría teórica. No sólo se compara con Suárez, sino que como si de un ejercicio de los act studio se tratará, cree creerse estar viviendo una segunda transición, representando el papel de moderador de la España de cuatro cantos: Carrillo (podemitas), Fraga (marianistas), González (Pdr Snchz) y él mismo, Suárez ( riveristas). Una mesa como la de Capra, "vive como quieras" ( You Can't Take It With You), en la que la moderación, su mayor acto de fe, era el eje de comedia, un juego burlón entre locos que sólo podía conducir al absurdo: una hipertrofia de los fines y objetivos racionales. Pues los comensales de la cena responden a lo de Kierkegaard cuando formulaba que nosotros, los humanos, nunca podemos estar seguros de que creemos: en última instancia, nosotros sólo "creemos creer". Como la farsa del régimen del 78 de Rivera, que "sólo imagina que cree en sí mismo", imposibilitando así el poder performativo de la palabra, e incluso, cancelando la peformatividad de la ideología dominante. Por lo tanto, la farsa de la segunda transición no sólo demuestra la ignorancia de Rivera al pensar que la situación partidocrática actual es similar a la de una dictadura que desde dentro se fue transformando, sino que demuestra la nulidad de su propuesta política al privarla de performatividad, por falta de sinceridad (verdad) en el hablante y su contexto, como decía Austin. Además de su ya conocida soberbia vanidad de cesarismo que cultiva, algo más limpito que el de Pablemos, pero de consecuencias igualmente atroces. La contradicción entre lo que creen creer y la realidad, conduce, como en la inevitabilidad agónica de las adornianas contradicciones negativas, a un aumento de la esterilidad política de la socialdemocrácia, a su vacuidad y exigüidad; manifiestas por sus matarifes de feria en horarios de máxima audiencia televisiva. 

Algo parecido sucede con "El viaje de los malditos" (Rosenberg) que ha emprendido el gobierno de Grecia, que tras las negociaciones con la Troika, de la que ha tenido que salir poniendo al pornográfico "pueblo" por delante como excusa perfecta de su indefinición, se ha visto obligado a caer en la misma trampa de repetir la historia como farsa. Forzando así la maquinaria imaginativa  de los tsipritas, que ahora sí, lo son de pleno derecho, tras la cobarde dimisión del gentleman Varufakis, que imponía su política en la UE al estilo "La Ley de la Calle" ( F.F.Coppola). Tanto los enemigos de la nueva ideología ateniense (véase Albiac o Cuartango...) como sus amigos podemitas, han coincidido en la reivindicación del pasado glorioso y dorado que acumulan los griegos (realmente es de todos) a sus espaldas; refiriéndose a Grecia como cuna y reserva espiritual de Occidente, madre de la democracia y de la Razón (Lógica), y un largo etcétera, que de resabido es penoso recordarlo. Un ejercicio que Marx criticaba en "Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel", en la que decía:

 "En cambio el actual régimen de Alemania no hace más que imaginarse que cree en sí mismo y exige del mundo la misma fantasía. Si se creyera en su propio ser, ¿es que iba a esconderlo bajo la apariencia de un ser ajeno, buscando refugio en la hipocresía y el sofisma? El moderno Antiguo Régimen ya no es más que el comediante de un orden universal cuyos verdaderos héroes han muerto. La historia es concienzuda y atraviesa muchas fases mientras conduce al cementerio a una vieja figura. La última fase de una formación a nivel de historia universal es su comedia." 

Parece que ni siquiera los propios tsipritas creen su propia imagen cómica y risible de su presente, ataviado con el espíritu del pasado. Como bien dice Zizek, sería más apropiado describir el cinismo contemporáneo, en este caso el de Grecia, como la inversión exacta de la fórmula de Marx:  

"Hoy día nosotros sólo imaginamos que no creemos realmente en nuestra ideología. A pesar de esta distancia imaginaria, continuamos practicándola. Nosotros creemos no menos, sino mucho más de lo que imaginamos que creemos. Por lo tanto, Benjamin fue muy clarividente en su observación de que todo depende de cómo cree uno su propia creencia" 

La viridianización de la política, no es un vicio únicamente nacional, podemita o tsiprita, sino que parece que la socialdemocracia (por lo tanto también los riveristas o nuevos suaristas) conduce inexorablemente, como productora, a la demagogia en la que se inscriben los estándares de la "nueva vieja política". Según Zambrano la demagogia es un modo de hablar al pueblo, una adulación que reafirma su inmobilismo y estatismo, la falta de esfuerzo, exigencia y trabajo. Un modo apologista de "hablar por el pueblo"y "hablar del pueblo" desde una clase social o desde la totalidad. En el primer caso imponiendo una clase social sobre otra, y en el segundo, oprimiendo al individuo, más concreto y  real, bajo el yugo de la vidriosa abstracción.  Es decir, un modo de decirles a los griegos, a través de las metáforas históricas, que no hacen falta cambios, transformaciones o mutaciones, que ya están bien como están, que no cabe responsabilidad alguna, ni siquiera por falsear las cuentas. La única diferencia entre los abusos metafóricos histórico-literarios de los suaristas de Rivera y los tsipritas, es que estos, no se creen ya ni su propia creencia o imagen presente, mientras que los rivera persisten ensimismados hasta el endiosamiento (que según  Zambrano conduce al absolutismo) en su propia imagen auto-fabricada. Eso sí, en ambos casos se produce la innoble intención de forzar la historia hasta convertirla en farsa; convirtiendo también en farsa nuestro presente político.  





















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