miércoles, 20 de mayo de 2015

Notas libres sobre Gramsci





[...] Para Gramsci la política como ciencia se escribe en términos dialécticos, sin envolturas tradicionales, y por lo tanto, como una dialéctica de la distinción, un juego de contraposiciones en la propia unidad tanto interior como exterior entre estructura y superestructura. Donde estructura es el conjunto de formas históricas "permanentes": clase, trabajo y técnica; y superestructura esta compuesta por formas históricas caducas y efímeras : cultura, religión, filosofía, ética, estética e ideología. Ambas conforman la hegemonía, espacio de dominio de los elementos políticos bajo una misma unidad y totalidad plural, en tensión: gobiernos y gobernados, partidos y facciones de partido, "espíritu estatal" o proceso histórico. Pueden producirse rupturas, grietas y abismos en la propia hegemonía, pues la superestructura es el ámbito que permanece abierto a reescrituras más frágile y volubles, frente a la solidez y rudeza de la estructura, cuyos cambios sólo son posibles a través de lo que Gramsci llama pasión: intereses materiales. La política es pasión, acción permanente, originada, dirigida y realizada a través de los intereses económicos o materiales. Las condiciones económicas no son pues los elementos inmediatos que operan en política, son las creencias y especialmente las pasiones, generadas materialmente, las que operan en su propio nombre, por lo tanto, lo propiamente político es pasional. Dándose la toma de conciencia en la única apertura posible, en el terreno de las ideologías, de la palabra (en su acepción más débil, condicionada y dependiente), esto es, de la superestructura; aunque la distribución y posicionamiento pasional responda a la estructura [...]

[...] Lo que más nos interesa aquí es uno de los tres elementos de la estructura: la técnica. Pues la historia política desde entonces, ha confirmado y demostrado su relevancia e importancia tanto en la vida celeste de la teoría política  como en la vida terrestre de la práctica política [...]

[...] En Gramsci la contraposición ideología versus técnica, corresponde a la tensión y el conflicto entre estructura y superestructura. Pues existiría un corte epistemológico a la francesa y una inconmensurabilidad de los lenguajes, en que la pasión jugaría el papel mediatizador: el puente de correlación entre una y otra. Respetando la lógica autónoma y la diferencia entre técnica e ideología, siempre y cuando pertenezcan a una misma hegemonía (sistema, paradigma), es decir, una misma dialéctica de la distinción. En la que la técnica y la ideología podrían distinguirse y negar la identificación y asimilación directa e inmediata entre una y la otra. Gramsci realiza una identificación entre historia-política-economía, pero no desde la continuidad o la inmediatez, sino la ruptura y la discontinuidad, mostrados en los términos: conciencia y passión (los mismos que operan en la tensión técnica versus ideología); que él introduce en sus Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. [...]

[...] Como dice Gramsci, los tiempos de crisis son los tiempos de sucesión de lo viejo a lo nuevo, de conflicto entre lo viejo y lo nuevo. Las viejas formas políticas que ya no son, que ya han pasado, y las nuevas formas políticas que aún no son, que están por llegar, por venir. Es decir la dialéctica entre la hegemonía establecida, impuesta, y la hegemonía que se abre como lo nuevo en la brecha de lo viejo. En ese tiempo de crisis, es decir, en el choque indirecto, o sucesión entre dos hegemonías distintas, fantasmagóricas aún; es donde, a mi juicio, es idóneo hablar de lo técnico como ideológico. De la tecnocrácia como algo asimilable y conmensurable con la lucha ideológica (pasional: intereses materiales). Imposición en un mismo terreno de poder y en un mismo tablero de correlaciones de fuerzas según la misma lógica pasional. Ahí es donde la estructura: las formas permanentes, reescriben las formas perennes y caducas según los nuevos términos pasionales; pero no de una manera unilateral, sino bilateral, bidireccional: en el que reescribir la superestructura, supone cambiar la estructura, pues el motor no esta en la verticalidad de una sobre la otra, sino en la  horizontalidad de su mediación; la pasión [...]

[...] Desde las tripas de Podemos al verbo vivo y fluido, pero no escritural, de Zizek, hasta la balanza "ni-ni" de Barthes; la contraposición ideología versus técnica, o lo que es lo mismo, ideólogos versus tecnócratas, ha empañado la vidriosa realidad de nuestra ya tediosa y sobrecargadamente electoral situación política. Pues las rencillas femeninas y los golpes sudorosamente masculinos, caen con el peso de la lírica astrológica y sentimental, ante el grueso y denso campo objetivo de la terca terminología, adherida siempre, a la pétrea solidez de lo terrenal. Son múltiples las algaradas académicas, apestadas por lo popular, aunque ellos no lo reconozcan; que dedican interminables e insufribles horas pre-veraniegas a dilucidar sobre cuál es la mejor o más adecuada reflexión peregrina, que pueda explicar el hecho de la conversión de lo técnico, lo mecánico, lo administrativo y lo burocrático en ideológico. ¡Como si eso fuera nuevo! 

 Y eso precisamente es lo grave, pues de lo evidente y claro, hacen un castillo oscuro y pantanoso, tan débil y frágil como espectacular es su levantamiento. Como decía Josep Pla " En un món com l'actual, on tot es mágic i hiperbólic, generalmente fals i desorbitat i on la generositat de la gent viu en la mentida inconscient o deliberada, no solamente en la realitat dels sentiments sinó en la realitat de l'economía personal, la producció d'un fet qualsevol, mentre sigui positiu i real, suscita una quantitat sorprenent de xerrera - parlotte, com diuen les porteres de París - fenomenal". Así, sin distinguir la teoría de la práctica, una conversión que tras los exaltados y admirados simposios, es adjudicada con lozana y profana alegría a cualquier discurso administrativo, como si toda gestión, incluso la del propio hogar, la masía para algunos, constituyera un debate político, un escarnio ideológico. Pues no aceptar lo evidente, por muy loables o aristocráticos orígenes que posea el argumento en su contra, cumple la misma función en términos operacionales que el tópico más infecto, la palabra más grosera y vulgar que todo hombre medio pueda pronunciar en el ya maltrecho, por la palabra disociada de la verdad, espacio político actual [...]













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