lunes, 23 de septiembre de 2019

Un tonto y bueno, como crítica literaria

Yo también seré ese tonto y bueno, pero lo sé

Conocí, una vez, a un padre de familia tonto y bueno, de una infinita bondad, insólito corazón tan tierno y blando, y grande como una cabeza de buey, al que le enseñé a leer. No recordaba las grandes ideas de los filósofos que leía, las bellezas y audacias inauditas de los novelistas, el tiempo de los memorialistas, ni las excelentes imágenes ni sensibilidad líquida de los poetas. Y le dije, se lo conté bien, siguiendo la estirpe del crítico literario inútil y occidental, tonto igual y no tan bueno: No hace falta que recuerdes las ideas del libro (mentía como un diablo) simplemente di lo que te ha parecido, tu impresión, por qué te gusta. Aposté por el gusto relativo, la epifanía del gusto, la utopía de la percepción, por el imperio de "mis impresiones personales", que es el imperio de nuestros periódicos y sus escuálidos suplementos literarios: es el grotesco espectáculo de la crítica literaria como técnica publicitaria y la retórica del negocio editorial, sustentado por la apología del gusto. Saturación editorial y espiritual por la hiperpublicación e hipersuperficialidad de libros, esa pasta de papel, e ideas, acompañado de una brutal crisis material editorial. Hiperproducción y crisis; obscenas paradojas? A los libros, como a los cachorros, hay que mirarles la dentadura, a ver si salen los colmillos y no el color de su pelo.  

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