domingo, 14 de julio de 2019

Animal encerrado

Voy en coche por la carretera de la Rabassada, el calor húmedo y el ardiente asfalto crean un vapor translúcido, algo sucio, aunque hay verdor a los lados, bonitos y diáfanos árboles, como mi alma, como cualquier otra alma, en dos, sucia y verde, si es que fuéramos algo más que uno, cuerpo en carne degradable.

El mirador de Vallvidrera está lleno de latas de refrescos azucarados y cervezas que cubren por entero los bordes ahuecados de la parcela arenosa, ahí hay barro y clínex usados. La valla de madera está limpia, por eso. 

Mar y cielo, el horizonte, el límite, quizá frontera, es lo que se ve por encima de la madera del mirador, es lo único sublime, la única trascendencia, que me permito.

Llevo un libro nuevo, está sobre mi regazo. La belleza del marido, un ensayo narrativo en 29 tangos, de Anne Carson. Lo voy hojeando. Delicadeza, sensualidad, sensaciones e imágenes imborrables; su prosa sintética y estilizada es el destilado de la inteligencia de los clásicos. La escritura no pesa, ligera, ingrávida.   

Me adormezco en las curvas.

Foucault hablaba de la invención de la Libertad. Este trayecto en coche es la invención, o reinvención, de la Vida, tampoco pesa, ligera, ingrávida.     

Veo el sol como un punto blanco brillante en un extremo de la ventanilla, la luz azul de julio entra caliente por la pequeña abertura: mis piernas musculadas, los pelos ligeramente rubios, la piel morena, son hermosas. Sostienen el libro. Mi rostro vacío reflejado en el retrovisor, recordando sus ojos negros, y me convierto en un extraño.  

Miro hacia arriba, los cielos que pasan.

Paramos el coche. Olores del bosque, la goma de las ruedas, el humo denso de la gasolina flotando en el aire en el aparcamiento de tierra de los muchos que hay, solitarios, en esta carretera, la basura, junto al pino, a reventar de mierda, y el alquitrán mojado, un pala y un rastrillo en el suelo. El tiempo de la máquina es el tiempo exacto de esta vida.

Arranca. Soy feliz en ese movimiento, sin finalidad. El placer de perderse es inmenso.   

Voy anotando cosas con un Bic rojo en un libretita rosa, diminuta, con espirales. Pero todas se perderán. Se lee: "No se puede, ni lo pueden, todo. Nada, ni nadie, ni yo mismo, ni siquiera el poder, tiene total acceso a mí, a mi último reducto de intimidad, al último espacio de mí mismo. "  Escribo contra la fuerte impresión causada por las lecturas foucaultnianas de estas últimas semanas. En defensa de mi absoluto hermetismo, de mi incierta vanidad.   

Entre los garabatos escribo:"No creo en eso que dicen de la interioridad (marchita) de los hombres que han sufrido, ni en su resultado: un animal herido. Yo sólo tengo, y sospecho que todos igual, un animal encerrado." Soy un animal encerrado. Y solo conozco, es lo único que busco, el animal encerrado de los otros.

Llego a casa. Almejas a la marinera y bacalao con tomate, delicioso. Hay una mosca en el vaso.

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