viernes, 12 de abril de 2019

Matar arañas con el revólver

Acabo de ver un documental sobre Chavela Vargas, esa cantante que gritaba a la herida de la vida: la pérdida, la soledad y su triste libertad, el desamor bañado en alcohol y crueldad. Pero la muerte propia no, porque le parecía, en un alarde de soberbia, cinismo y vana provocación, y aquí se cifra la textura del documental, algo bello. Bah. 

A mí me sucede como a Pla cuando hablaba de la tarea de los religiosos al registrar las defunciones de las gentes del pueblo: "yo, ante la muerte, me quito el sombrero".

Nena era una especie de híbrido en la áspera vida íntima de Chavela. Síntesis de amante y sirvienta. Así, con mayúscula, ¡Señora!, es como llamaba nena al amor de Chavela, y nena, en pequeño, en minúscula, era la respuesta del eco. Chavela, totalmente alcoholizada, jugaba en medio de la selva con el muchachito, el hijo de nena, a matar arañas con el revólver. Consideraba que el muchachito tenía que aprender a manejar el arma, ¡ser un hombre!, masculinizarse como ella hizo para sobrevivir en un mundo competitivo y algo sucio de hombres, quizá porque creía conveniente enseñarle a convivir con el dolor. Por eso ella bebió más que nadie, aguantando el tipo, firme, hasta que los demás caían doblados del pedo; era de una visceralidad expansiva y contagiosa, en lo íntimo podía confundirse con la agresividad. El arma fue, en una unidad de sentido incuestionable e indudable, el origen de la violencia. Chavela arrancó parte de la cabellera de nena, tirando de una de sus trenzas, en un arrebato cuando esta intentaba esconder el arma en un cofre de madera durante los excesos alcohólicos de sus juergas nocturnas. Se separó de ella, hasta que no dejara la bebida no volverían; esos tequilas que le habían dado la voz en sus espléndidas noches, durante las desgarradas actuaciones, la irían matando lentamente. Rápidamente me pongo el dedo en el ombligo, penetra bien, tapona, pues como es sabido lo haría con quien amo para que no se vaciara nunca. Estoy lleno, también. Y si, me pregunto, a todo eso le llaman amor, todos socialmente lo reconocen como amor, es decir si a la servidumbre y a la violencia se le llaman amor, ¿por qué me cuesta tanto llamar amor al desamor que invade mi ternura, y escribir sobre él?, ¿siendo un hombre blanco y occidental, se me presupone cierto poder, por qué no dispongo de él?, ¿puedo llamar amor a la desigualdad afectiva? Chavela ejerció la violencia contra su pareja, pero tiene muchas cosas a su favor, entre ellas está ser considerada socialmente una gran artista y un símbolo de la lucha homosexual, lo que la exonera de las consecuencias nefastas de la violencia privada y su dimensión o interpretación política, parece. Sin ninguna duda nadie debería juzgar moralmente sus pasiones, deseos, vicios, la afectación de sus cuerpos y otros cuerpos, ni la potencia desmedida, y en ocasiones irracional, de su carácter. La moral, como diría Kant, no tiene nada que ver ni con el amor ni con la felicidad, ni nada que caiga en su cesto emocional. Desmoralizando el asunto, sería interesante un análisis político del rol masculino, o masculinizado, que adopta una parte de la pareja lesbiana, ejerciendo la misma violencia sobre el ser amado que cualquier hombre patriarcal. La violencia misógina en el amor lésbico, un tema. Trato de comprender si también es amor matar arañas con el revólver. Sospecho que no.  

1 comentario:

  1. Por fin encontré una crítica a la violencia de Chavela, sin importar que sea Chavela!

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