Regresé de unos días interesantes y amistosos en Zaragoza, y no estaba, ni estuve, solo.
Ya en la habitación, L. leyó una anotación escrita a lápiz en el margen del libro: "no estoy triste, estoy desesperado". Un grito íntimo y político que no se nos despega. No recordaba haberlo escrito y, creo, nos conmovió. Y yo ya no olvido.
Olvidar es convertir el tiempo y el cuerpo en muerte.
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