martes, 19 de febrero de 2019

Gotas que van cayendo

Me llaman para comunicarme un nuevo suicidio, saben que los recojo, cuna y tumba si pudiera con todos, y parece también, en parte, político. El efecto inquietante que produce un suicidio es sencillo de explicar. Es como si te mirara fijamente un muerto; como si pusiera, apretando, un dedo en tu frente. Santiago López Petit los definió de modo excepcional: son como las gotas que van cayendo. En la noche, una a una, discretas, sin rostro, gotas delicadas, silenciosas, apacibles, dejan ese irse dulzón, ante los ojos indiferentes. Nos hemos puesto a contar, con los deditos, redondos y lentos, iba golpeando la madera de la mesa donde escribo con ellos, un dedo, una vida menos, ¡en unos segundos y ya van 8! que indirectamente, muy indirectamente, están en el radio de mi vida, o de las vidas de mi entorno. No son mis suicidas, no he tenido, pero son los suicidas de mis amigos, y ya digo, recojo. Son gotas que no sólo caen sino que acechan, amenazan, constriñen, nos envuelven, también hierro y alambre. Le digo a Lilu, últimamente su interior son tres soles rojos, que esto es curioso, se habla, y hablo, mucho del miedo a la muerte, cuando lo que está por pensar, lóbrego, sombrío, es: el miedo a la vida. Que encaja exactamente con el concepto de autoviolencia, pues desde la muerte no se agrede, no hay pie, está afuera, se agrede violentamente desde, y por, la vida, está dentro. A veces hay que decirse, no dispares.

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