miércoles, 9 de enero de 2019

Primeros días de 2019

Saber, y constatar en los primeros días de 2019, que los demás, casi todos los que me rodean, viven una vida que no se detiene abruptamente, mórbidamente, cuando reflexionan, ni se atasca y paraliza por el pensamiento, la evocación o la obsesiva y excesiva melancolía, no de las cosas que hemos vivido en el pasado y quisiéramos volver a repetir, cosa que no deseo, sino del tiempo en si mismo, el tiempo perdido, del consumo del tiempo irrecuperable, sin duda me hace frágil y vulnerable ante mí mismo. La imposibilidad de levantar la propia vida y la de (algunos de) los otros, acercarme o acercarlos, y asumir las pérdidas, ha sido este último año una de sus principales y demoledoras características. En su preciosa y antigua casa de 1900, V. dijo que lo más agobiante de las sociedades capitalistas es tener que poner sistemáticamente, y por cualquier nimiedad y pequeñez, la vida en juego, tener que movilizarla para todo. Y así es. ¿Habrá que aprender a adaptarse, porque no quiero romperme? Lo estuvimos analizando, C. y yo, en la playa, y no, no hay que aprender a pactar con la infamia de una vida, si se rompe, se rompe, ese es el precio a pagar.       

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