<< ¿Desde qué lugar escribo?
que supone la escritura de una
tesis que espero sirva a alguien más. Encuentro dos
notas: nota 1. “recordar: si
lo personal es político, lo político ha de ser personal”.
Nota 2: (...)
todavía me duraba la resaca de la inmigración, como madre y mujer ocupada en la
urgencia de la subsistencia. Por eso necesité la etnografía. Por eso duró tan
poco. ¿Acaso a esto le podríamos llamar autoetnografía...?”
En este esfuerzo por ordenar el
trabajo hecho transito sensaciones y recuerdos por pasarelas que unen el aquí y
el allá en un tiempo que no es lineal. En el intento de nombrar paso sin darme
cuenta de la primera persona del singular a la primera del plural. Deseos que se
renuevan y resignifican en tiempos y lugares distintos: el deseo de saber
decir el mundo de alguna manera, precaria, tentativa; por momentos nada
racional, más propio de aquello que se iguala a la barbarie. Deseo y hacer,
siempre estuvieron presentes aquí y allá, aunque con distintas intensidades; el
no querer vivir una vida sumisa, aunque en muchos momentos algo parecido a eso
fuera táctica vital de subsistencia.
Vinc refiere a ir, a
ese lugar en el que no estoy pero al que me dirijo (allá, donde está
otro).
Transito para encontrarnos en
aquel lugar donde ya no estoy.
En ese movimiento no puedo dejar
de pensar en el lugar del que nunca me fui.
Vaig. Voy hacia aquel
lugar donde no estoy, donde no estamos aún, tal vez allí nos encontremos.
Espacio-tiempo aun no habitado que dibuja un trayecto, al mismo tiempo que
delinea un aquí y ahora. Cruzo una distancia prudencial en una acción que
empieza a verificarse. En ese tránsito vamos siendo. Va anocheciendo.
Si el ir indica un desplazamiento
incierto, la vuelta necesita reconocer el camino.
Aunque ya no esté busco las
huellas, algún indicio reconocible que me sitúe en esa intención de volver.
Perderse es una posibilidad.
Y en ese trayecto fuimos siendo
porque nos reconocimos.
—Doña Fermina, no tenga miedo,
por hablar “lenguas” la lengua no se le pondrá dura.
Recuerdo un día que visitamos a
la familia de Doña Fermina, ahí en la enramada cerquita del médano tomamos unos
mates, estaba su hija que había ido a visitarla del pueblo. Cada vez que a
Fermina le salía alguna palabra en ranquel (Ranquel o rankülche o
ragkülche, lengua del pueblo ranquel asentado en la zona del oeste pampeano
luego del sistemático desplazamiento al que fueron forzados. Esta anécdota
corresponde a la visita a la casa de la tejedora Fermina en Colonia Emilio Mitre,
La Pampa, Argentina 1990.) la hija, entre risitas tímidas, le decía bajito que
se le iba a poner dura la lengua si hablaba así.
Nunca he vivido el hablar catalán
como una imposición, es la lengua que hablan mis hijas, estar acá es también
aprender a nombrar el mundo de nuevo y eso me gusta.
Una lengua prohibida, una lengua
impuesta… depende del aquí y del allá, depende de dónde estemos….
Respondo a la pregunta: ¿desde
qué lugar escribo? Sin duda, desde mi maternidad joven. Desde la migración que
me marcó en el esfuerzo de arrancarle a este sitio un lugar propio, no íntimo.
Primero, la reconstrucción de lazos afectivos, las primeras amistades con las
que intercambiamos trabajos de subsistencia, formas de organizarnos para llevar
nuestros hijxs a la escuela o a sus otras actividades en un lugar donde no
había redes familiares ni los amigos de siempre. Los recién llegados nos
recuperábamos y reconocíamos en las juntadas para comer arepas, ají de gallina
o asados. Sentí en esos primeros años que lo había perdido todo, que todo lo que
había (sido) se movía de lugar, me di cuenta de que pocas cosas había tenido, o
que por lo menos eran prescindibles. Como la tercera pierna inútil de G.H. (G.H.
es la protagonista de la novela “La pasión según G.H.” Clarice Lispector, 2000.)
que siempre está presente.
G.H. tiene una tercera pierna,
inútil pero que siempre había estado allí. Imposible vivir sin ella, hasta que
un día ya no está. Toda estabilidad se pierde, el mundo sigue intacto mientras
todo es desorden. El equilibrio precario que me había sostenido era lo único
que conocía, por eso se había hecho firmeza. Sí. Escribo desde el privilegio de
esta habitación luminosa y bien calefaccionada, donde se amontonan libros; en
esta casa que hicimos nuestra. ¿Masovería urbana...? No sé, un nombre nuevo
para tratos muy viejos. Desde hace ya muchos años tengo un documento que dice
que soy Precarista, en esta casa nuestra. Sí, luminosa y calefaccionada,
no contaremos en las estadísticas de la “pobreza energética”. Igual nunca
estamos en las estadísticas. No, tampoco somos víctimas.
Ayer, mientras intentaba
escribir, escuché gritos que venían de la calle, me asomé al balcón y un hombre
demasiado abrigado para el día soleado que era gritaba. Se paró en mitad de la
calle, dejó el bolso que llevaba en el asfalto tibio mientras voceaba casi
llorando: “¡Fascistas! ¡Sois todos unos fascistas! ¿¡Por qué les molesta que
duerma en el cajero!? ¿¡Acaso es vuestro!? ¡Fascistas de mierda...!! El vecino de
enfrente también se había asomado, hizo un gesto de asombro, rápidamente ese gesto
se transformó en desprecio y cerró la ventana. El hombre cogió el bolso y siguió
por calle Martí, gritando, hasta perderse en el barrio de las plazas y las terrazas.
Entre el 80 y el 90 La Pampa era
un lugar donde costaba moverse, pesado, poco claro a pesar del cielo límpido de
otoño. Pero el desierto no se hace solo, lo hicieron.
El médano nunca es totalmente un
desierto, se hace cuando le arrancan sus habitantes. La ocupación del
territorio no solo se había llevado lo, mal o bien llamado, originario; nos
había negado hasta su posibilidad esencialista y folcklorizante, nos había vaciado
casi por completo. Después vinieron los militares, la tierra se hizo más árida.
La España a la que llegué no era
muy distinta a la Argentina de los 90. El lenguaje neoliberal lo atravesaba
todo mientras intentaba flexibilizar nuestros cuerpos y gobernar nuestras
almas. España ya se sentía plenamente europea.
El recuerdo me trae una imagen:
la ciénaga y el chimango.
La ciénaga es un lugar quieto y a
veces también espeso. Allí la vida familiar se partió muy pronto, la muerte,
las cartas desde la cárcel del Chaco a las que le siguió el exilio político en
el 75, el económico en el 2001. Una madre que había decidido asumir su
afectividad en el desierto, vivir una vida que se le exigía partida. Partida, no
doble. El amor, el afecto, la sexualidad si no son normativizados no son compatibles
con la crianza, sobre todo en aquel tiempo imposible. Otra vez solos. Su soledad
también fue la nuestra. Sin embargo, crecimos con privilegios, no nos privaron
de nada.
Así, la vida fue trazando el
camino, primero Humahuaca, cerquita de la frontera con Bolivia. Allí encontré los lazos,
la fiesta común, el hermanamiento. A veces creo que nunca me fui de ese valle.
En Yacanto de Calamuchita las redes de apoyo para combatir la vida privatizada.
La Pampa, de vuelta a casa, pero… ¿Dónde están todos?
Como el chimango, siempre le he
robado tiempo a los trabajos de subsistencia para hacer otras cosas, esas otras
cosas fueron fundamentalmente estudiar porque creía que era algo pendiente,
casi como si las posibilidades de-pendieran solo de mi (de un nosotros raquítico
y privatizado). Otra vez a punto estuve de creerlo. Pero nos resistimos.
Quisimos vivir otra vida fuera de la imposición normalizante y ahí nos despojaron,
nos quedamos heridos, balbuceantes. Solos, culpables por un rato.
En Cataluña la tercera pata ya no
está. Hay que aprender a caminar de nuevo. El juego de equilibrios se hace
danza cuando en un acto consciente cruzamos la investigación con la vida. >>
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