lunes, 10 de diciembre de 2018

Por amor a la llama, y sin bocadillo de chocolate

Dedicado a Eric Kandel y Robert Sapolsky, de ser, en gran parte, verdad, todo lo que dicen, excitando mis noches.  

Piensen en un nuevo clásico: el del niño que carboniza a otro por el mero amor a la llama, sin que medie entre ellos el interés por un bocadillo de chocolate, propiedad del consumido y devorado por el fuego. Sino el mero deseo irrefrenable e insatisfecho del apasionado del odio por infligir dolor. Piensen en esos niños y sus respectivos rostros.

Todo el programa moral y político de la Humanidad, si ella existiera como universal, está basado en que el hombre puede elegir sus actos. La propia existencia de la política: la causa de la libertad frente a la tiranía. Y que cuando no puede elegir sus actos o aspirar voluntariamente a la libertad, es un enfermo, y cuando lo niega a otros con violencia, un criminal. Pero la ciencia, la neurociencia, está impugnando esa tradición: el tipo de biografía que dibuja el futuro del mundo es la de un hombre cuyos actos no pudieron ser distintos de lo que fueron. Pero eso no supone, desde luego, la eliminación de la culpa, y por lo tanto, la absolución del castigo: únicamente lo desplaza desde la esfera moral y filosófica a la práctica política; anulando su profundidad ontológica y su mancha religiosa. Asesinos, terroristas, violadores, pederastas, ladrones,  grandes especuladores financieros, psicópatas, sociópatas, genocidas, en la cumbre del sufrimiento y el frío de la muerte,deben ser comprendidos al margen de la culpa, pero por utilitaria supervivencia y bella protección del ser humano de su tentación (auto)destructiva, por fuerza y ley, también ser encerrados, en último extremo: suprimidos. Tampoco les dolerá, sádicos autistas que no llegan a penetrar en la mente y el cerebro (que es todo corazón) del otro. Ellos, no saben ni sienten nada. 
 

Qué paradójica postura: no me imagino mayor castigo (colectivo) que la ausencia de quirúrgicos, selectos, razonables, castigos particulares; es decir, de la impunidad.  Ni mayor culpa que la liberación omnipotente y omnicomprensiva de la inocencia del mal.

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