viernes, 8 de junio de 2018

digo yo...

El hombre medio y sus satélites, han dejado, en gran medida, de preocuparse por la presencia que pueda tener el mundo. De ahí que nadie, en  la grisura del centro, aprecie ciertos matices o sutilezas en los ejercicios intelectuales, especialmente escritos: esos ensayos de la incertidumbre. En el mejor de los casos distantes, reflexivos, bellos, honrosos, pausados, sosegados, serenos y maduros. Prefieren el lenguaje recto de las órdenes de limpiar letrinas que en la mili unían, al igual que embrutecían, a todos los pueblos en una sola, necesaria y fatigosa, causa de limpieza. Entender, que explicar el mundo es explicarse a uno mismo con él, y que decirlo, decir las cosas, a alguien o a algo, no es más que decirse a uno mismo, decírselas a un yo ensimismado y endiosado, es entender una de las primeras tareas de la escritura y la lectura para el hombre medio. Yo, realmente, sólo hablo para mí mismo, excepto cuando lo hago para los catalanes fetén, y todo lo que escribo, y quiero pensar que solo escribo para una élite (un 10%), es un modo elegante de decirme lo importante ante el espejo, ante mi rostro irreconocible y sonrosado de vergüenza y desesperación.

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