sábado, 3 de marzo de 2018

Para una libertad exquisita

En los últimos meses los medios socialdemócratas han venido denunciando la, para decirlo con su patológica cursilería, débil salud del desmejorado cuerpo hercúleo de la dorada libertad de expresión en España. Los ejemplos resulta bochornoso enumerarlos, todos están poseídos por el patético demonio de la modernidad: la frivolidad de la necedad y la estulticia. La enfermedad que adolece a los catalanes fetén, todos artistas, y que pretenden exhibir de modo extenuante y sistemático con religiosos lazos amarillos para sublimarse, se ve reprimida por el mismo Estado que pretendieron dudosa y torpemente destruir; troceando su soberanía. La censura política es ridícula y minúscula (aunque hay una grave y penetrante censura económica en forma de explotación), pero se ha hecho de ella todo un problema nacional. Sencillo. Para hacer lo que te dé la gana primero hay que tener gana de hacer algo, decía la Gaite. Que es lo mismo que la extravagante dicotomía entre libertad de expresión y libertad de pensamiento o conciencia: para decir lo que se quiera primero se tiene que tener algo que decir. Y en esta segunda parte, y no en la primera, es donde reside el verdadero e irresoluble problema. Me parece totalmente desproporcionado pedir prisión por un rapero que tiene menos talento, gracia, e intelecto, que una coliflor hervida, pero sin duda que esa clase de estúpidos sea símbolo y síntoma de una sociedad que se pretende "ilustrada" y democrática, la causa por la que se lucha, deja en peor lugar todavía a esa sociedad civil madura y formada que debería configurar una especie de sujeto, discontinuo y múltiple, de emancipación. Sí, existe la censura, pero se ejerce sobre un ejército de analfabetos pretenciosos y narcisistas descerebrados que no merece la pena reivindicar, amar, ni idolatrar. Lo verdaderamente subversivo y sugestivo, en el arte y la filosofía, no se persigue, no se censura o prohíbe, precisamente porque no existe; o lo hace de un modo tan minoritario que no representa peligro alguno. Ese es nuestro drama; no la disparatada anécdota de un rapero mediocre o un delirante nacionalistas, sino la postración catatónica del pensamiento crítico en la "sociedad abierta".       

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