domingo, 11 de marzo de 2018

El cabrón de Ernest.

No dejo de pensar en lo de Hemingway y su mala puta, la literatura española, pero llanamente la literatura en sí, la literatura universal. Al preguntar a Barral, en los arrabales de la creación, impugna sutilmente con su irónico y enérgico tono, descreído pero resentido, su propia vida. Y su caso fue un éxito envidiable, aunque en muchos momentos, desmedido, puerilmente mitificado y lleno de mentiras. Todo ello se sobrevive porque entra dentro del deslumbrante juego, en ocasiones también humillante, de las compensaciones más o menos sublimadas del arte. No cuesta nada imaginarse a ese enorme hombre enamorado y alcoholizado, colérico y apasionado, de contundente barba blanca y feroz mirada animal, desfallecer en un arrebato de entusiasta frustración literaria. Maldiciendo a la literatura como maldecía a las mujeres hermosas; ante él, desnudas y zumbonas como las palomas. Porque esas quejas solo se dirigen a la belleza y su incalculable valor, al desorbitado precio que se pagan. Igual que un pescador maldice la mar por lo que ha sido y ha hecho de él, carne perlada o huesos de coral; la maldice porque la ama, donde hay amores que queman y arrebatan, que al fin, matan. El gran problema de la vida en general es justamente esta cuartelaria filosofía de la compensación. ¿Puede una vida escapar al descorazonador y azaroso juego del sacrifico y sus compensaciones?, ¿puede un hombre, y su literatura, allí donde se juntan el grito y el susurro, impugnar la vida sin levantar un falso testimonio sobre ella?, la mala puta!

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