miércoles, 27 de diciembre de 2017
Notas para una biografía (IV)
La finalidad real de toda escritura biográfica es hacer de la vida algo absolutamente comprensible como obra, es decir, como objeto contemplativo exteriorizado, pero no ajeno ni extraño, cuya expresión debe someterse a una forma estilística íntegramente inteligible. Este proceso en ningún caso constituye un falseamiento de la vida, una desnaturalización o manipulación, sino uno de sus más bellos movimientos de espíritu raramente realizables por su dificultad y complejidad: la objetualización y objetivación de la subjetividad, algo así como dar al tono concentrado e íntimo de la vida el mismo carácter expansivo y accesible de mundo. Por eso, no se puede escribir un ensayo biográfico sin reflexionar sobre los mecanismos de producción del mensaje y el discurso literario, las técnicas de fabricación del yo y la personalidad o el mero acto de creación artística; sea de un modo implícito en la estructura textual, implícito en la propia escritura, o sea de un modo explícito en la exposición analítica paralela a la vida relatada: dos libros en uno. Se debe contar qué se está haciendo y quién es uno en el momento de contar algo al modo estético; sin duda es la deconstrucción de una vida para la (re)construcción de una obra biográfica. El yo del ejercicio subjetivo no es una muestra de arrogancia y soberbia como creen los reaccionarios, sino que es una muestra de la precariedad de la vida; no de prepotencia, porque es un yo exhibido, sujeto al comentario y a la interpelación del otro, a la infatigable vulnerabilidad y erosión. El proceso mediante el cual la vida, y en especial la vida de un escritor o creador, aunque sea para impugnarla, se convierte en materia literaria, es uno de los procesos más fascinantes de la literatura, quizá el que más.
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