martes, 28 de noviembre de 2017

L'ou de la serp (XXVII) Más dura será la caída.

  • Más dura será la caída, al margen de la notable película de Mark Robson y Bogart (el problema de la autoría artística en el cine está entre el director y la estrella: la construcción y la realización...), es el título de la acusación del difunto fiscal Maza, un título desafortunado, aunque precioso, que revela claramente las pocas pretensiones de neutralidad e imparcialidad que la fiscalía quiere mantener ante el mal llamado "problema catalán". Estos avisos en forma de amenazas prontamente materializadas en el terreno político-judicial desvanecen el espejismo de la división de poderes: el gobierno parece instrumentalizar a la fiscalía mientras esta ejerce un tutelaje pedagógico sobre los jueces durante las causas penales. Los tribunales merecen una dura reprobación pública por este inadmisible desvarío, cierto; pero eso no exonera al nacionalismo de su responsabilidad de gobierno ante sus nefastas actuaciones. Si bien es cierto que juzgarles por golpismo, rebelión o sedición, parece una maligna exageración cuyos objetivos son imponer el castigo como un fin en sí mismo, de un modo redundantemente autosatisfecho, y no esclarecer la verdad e imponer una compensación rehabilitadora al mal creado, dado que la ausencia de violencia física, material, visible, era efectiva, no resulta menos cierto que merecen ser juzgados por desobediencia, malversación y prevaricación (¡25 millones de euros despilfarrados en embajadas inoperantes que sólo representaban a los xenófobos!). Si todo ello comporta penas de cárcel y cuantiosas multas, bien está, si eso implica la inhabilitación como cargos públicos de muchos de sus miembros, tantísimo mejor. Lo intolerable para los no asimilados e integrados ni en la lacayuna supremacía nacional-católica del patriotismo constitucional, ni en las infelices filas de la xenofobia catalana, es soportar el carácter vengativo y autocrático del gobierno central a la vez que vivir bajo el hostigamiento mediático, la idiotética totalizadora y la condena moral de la élite catalana, junto a sus conversos serviles. La violencia ejercida evidentemente no ha sido armada, ¡solo faltaba!, pero sí tumultuaria, institucional, constrictiva, propagandística, estructural, a unos desquiciantes niveles casi absolutos, ya que el espacio público donde ejercen el fetiche de las mentiras narcisistas les pertenece por completo, con esa arrogante superioridad, desde hace años. Esa hostilidad real y violencia formal de ejecución virtual, parecen, como el mal, inextirpables de la sociedad, además de gozar de una aprobación adulatoria popular casi infranqueable. Se equivocan los que apuestan por el "diálogo" (una operación nacionalpopulista; del mismo modo que una terapia psicológica para un sociópata no es una rehabilitación sino otra insuperable operación criminal de autojustificación, redención y legitimación) como solución a un problema trampantojo que quizá ya no lo tenga de modo inmediato o próximo; de momento, el miserable carácter correctivo y chantajeador de la cárcel ha hecho mucho más para solucionar el problema de la violencia social e institucional que las cínicas buenas intenciones de las ratitas "centristas" o equidistantes.  


  


 

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